Por aquello del Día internacional del libro me piden que recomiende uno. Decía un sabio que quien presumía de tener más de trescientos libros en la estantería de su biblioteca era un ingenuo, ya que a lo largo de una vida no se pueden leer, de verdad, con la dedicación que ello merece, más de cien libros. La lectura pausada, con el sosegado análisis de las oraciones para catar los mensajes entrelíneas, para observar la correcta sintaxis, incluso hacer anotaciones marginales hace de la debida lectura un aprendizaje de la vida.
Existen monstruos devoradores de libros que afirman con arrogancia leer Crimen y castigo en una noche. Te cuentan luego que su técnica consiste en leer en oblicuo. Curiosa forma de obviar todos aquellos tesoros que son cada reflexión implícita de su autor. Ante ellos, me declaro un mal lector. Siguiendo aquella primera regla del sabio creo haber leído sólo un par de libros de más de cien páginas, Cien años de soledad y, aunque sea raro, El Quijote, con el que tardé más de un año en volver a reiniciar su lectura.
Aquel mismo sabio, con aspecto de Zarathustra, nos aconsejó, con su proverbial ‘en verdad os digo’, que la mejor herencia para dar a un hijo era la de una buena formación, y el legado para los nietos la maceta de aspidistra o de helecho, que ya heredó de generaciones anteriores, así como en un pequeño arcón aquellos diez libros que a lo largo de la vida le habían otorgado los mayores valores para no perder nunca el rumbo hacia las utopías.
A ello me dispongo siguiendo aquel consejo, y ya he introducido en un pequeño cofre la mitad de los seleccionados. Pienso que no puede faltar aquel libro publicado hace ya seis décadas, pero cuya vigencia es cada vez mayor. Primavera silenciosa de Rachel Carson, fue considerada a principios de este siglo una de las cincuenta obras científicas más influyentes para nuestra sociedad, hoy se valora ya entre las diez primeras, lo que demuestra su vigencia en su madurez.
Esta es mi recomendación, le dije a mi interlocutor. Detrás de mí una señora de avanzada edad, cuya abundante cabellera encanecida demostraba una vida cargada de experiencias, asentía, mientras recordaba cuando el trinar de las aves, el clamor de los grillos o el croar de los sapos cancioneros amenizaban la estación del año más creadora de vida, la primavera.