Comenzamos a planificar ya el próximo curso. Desde la alta dirección nos han espetado dos documentos, hijos de la vocación reglamentista de cualquier gobierno debutante. Uno de ellos con más de medio centenar de páginas pretende reglar hasta el milímetro la programación de los docentes, para un calendario entrópico en donde es difícil encontrar dos semanas iguales.

El segundo es aun más sorprendente, en quince páginas intenta pormenorizar hasta los más extremos detalles de cómo aplicar la difícil justicia evaluadora. Todo es de un mecanicismo tan extremo que no deja espacio a la discrecionalidad de profesores convertidos en jueces, cuyos veredictos serán de trascendencia para el futuro profesional de los discentes.

La discrecionalidad en positivo, siguiendo el precepto de la RAE, es aquella virtud no sometida a regla, sino al criterio de una persona o autoridad. Ese margen queda abolido, despreciando que una mala tarde la tiene cualquiera al enfrentarse a un examen, tirando por tierra la labor continua realizada durante el curso, y de la que seguro será consciente el docente involucrado. Por reglamentar, hasta en las pruebas más simples se intentan establecer criterios de evaluación que llevan a considerar hasta el valor de las diezmilésimas.

Todo ello me lleva a recordar aquel extraordinario álbum, y todavía mejor videoclip de Pink Floyd. Aquellos alumnos de The wall, en su crítica a la educación victoriana y alienante, gritaban que no necesitaban un control mental, ni sarcasmo oscuro en el salón de clase. Y en ese mismo escenario, bajo las coordenadas de esta inflación reglamentista, imagino aulas en las que sobre la tarima habrá un holograma de un profesor o profesora generado por la IA, y los pupitres repletos también de ordenadas holografías de falsarios alumnos, aparentemente silenciosos y atentos. Tras visitar el DES-Show celebrado estos días en Málaga, deduzco que no estamos tan lejos de esta percepción.

A pesar de todo, recalo en una reflexión de mi amigo Pepe Seguí: Qué pena hacernos viejos cuando somos más sabios. Pero no cabe renunciar a estas alturas a tirar por la borda la experiencia y la sabiduría acumulada. Por eso no me cansaré de proponer crear un cuerpo de becarios senior, en los que la jubilación sea volver a los principios y que sirva para apoyar a los jóvenes más desvalidos y mitigar la sobrante prepotencia de los más impetuosos.

Preparemos nuestros curricula, y convoquémonos al Bosque de los hombres libros, aquel que Ray Bradbury en su Farenheit 451 envolvía en la atmósfera de la verdad y la iluminación. Scripta Manent, Verba Volant afirmaba el antiguo proverbio latino. Ahora las palabras vuelan más rápido, y es necesario salvaguardar lo escrito.