La pandemia fue una época curiosa, y si bien ya hemos visto que eso de que “saldremos mejores” fue una milonga bastante grandilocuente, positivista y absurda, sí que, como todo, tuvo sus cosas buenas y malas, y es que, toda crisis hace explícitas una serie de miserias o problemas (que suelen provocarla o agravarla), lo cual nos da la oportunidad de entenderlas y poder meterles mano.

Una de las cosas buenas fue que normalizó tanto como el cagar la salud mental. ¿Por qué? Pues porque de pronto había algo externo a lo que achacar tener ansiedad o estar de bajón, y así no era tan culpabilizador y estigmatizante (no es que estuvieses loco, es que los efectos del confinamiento y bla bla bla).

Así que desde entonces todos nos hemos hecho muy conscientes de la importancia de la salud mental, y hemos normalizado hablar de la misma, tanto que se ha convertido en un tema de moda, y aquí me tienes, escribiendo columnas de opinión en un periódico, porque parece que interesa lo que un psicólogo tiene que decir de temas de análisis social.

¿Pero realmente hemos salido del armario de los problemas de salud mental y el sufrimiento emocional?

Si te paras a observar el contenido que hay sobre el asunto, verás que básicamente podemos catalogarlos en dos tipos: profesionales que hablamos sentando cátedra y explicando la receta indiscutible de la felicidad y los pasos a dar para tener más calma que una combinación de Jedi con monje budista por un lado, y por el otro, personas que te cuentan una historia de superación de la hostia… Vamos que al final, nadie te habla del sufrimiento, de la soledad, de la desesperación, del miedo y de todo lo que uno experimenta cuando está bien jodido dentro del pozo.

En la era de las redes sociales y el postureo máximo, la salud mental no podía abordarse desde otro sitio, así que ahora también vacilamos de tener las respuestas y sobre todo, la actitud, para crecer como personas y superar la adversidad, casi casi tanto, como de tener el culo en la nuca o tener una vida social del carajo.

Creo que, por eso, es imperativo encontrar la forma de empezar a hablar de lo que nos une a todos: pasarlo mal y angustiarse. Porque si no estaremos hablando de salud mental, pero la gente seguirá sintiéndose avergonzada, aislada en su malestar y teniendo que fingir con una falsa sonrisa, que todo va bien, aunque estén llorando y gritando por dentro.