Siempre he sido un gran defensor de los datos, tanto en el mundo empresarial como para contextualizar la evolución y cambios en muchos campos de la vida. El análisis de los mismos está cambiando el mundo, pues no solo indican a una plataforma si debiera producir la segunda temporada de una serie o a una empresa qué tipo de producto y servicio debe realizar o sobre sus estrategias de publicidad y marketing.

También se utilizan en formas nuevas para la salud, detectando patrones en enfermedades, mejorando diagnósticos y personalizando tratamientos. En la conservación de la fauna han permitido rastrear y proteger especies en peligro de extinción, facilitando el diseño de planes de acción más efectivos para su preservación. Así se podría continuar en multitud de otros campos. Ya en 1982 lo adelantaba W. Edwards Deming, "sin datos, sencillamente eres otra persona con una opinión".  

Pero con la proliferación de su uso, en todos los análisis, corremos el riesgo de deshumanizarlos y no tener la capacidad de “ver” lo que dicen. Porque más allá de los datos, hay historias, tendencias y, sobre todo, seres humanos que se ven afectados por las decisiones basadas en ellos. Conviene recordar que los datos por sí solos no cuentan toda la historia y está analizado que, a media que se hacen más y más grandes, nos volvemos insensibles.

No es lo mismo hablar de más de un millón de muertos en la cámara de gas del campo de concentración de Auschwitz, que decir que Aharon Cohen, de nueve años, al llegar al campo de concentración los guardias le dijeron que fuera a la ducha, desnudo y con los brazos en alto (era la forma de que cupieran más), para luego gasearlo con Zyklon B. Murió mientras convulsionaba, vomitando su bilis y moviéndose por el espacio en busca de un poco de oxígeno. En los desastres y los grandes conflictos humanos, las cifras de muertos se vuelven abstractas y es el cerebro de cada uno el que da la explicación.

Lo mismo pasa al hablar de empresas creadas o cerradas. Detrás de cada una de ellas hay una historia de alguien que ha decidido arriesgar, emprender un nuevo camino, siempre lleno de incertidumbre, enfocado en crear riqueza y puestos de trabajo. De hecho, cuanto más grande es el tejido empresarial de un país, más grande es el propio país. Aunque decir que Nvidia, Apple o Microsoft valen el doble del PIB de España, sí debería llamarnos la atención. Y detrás de cada fracaso hay un aprendizaje. Como dijo Thomas Edison: “no he fracasado 1000 veces antes de inventar la bombilla, la bombilla es un invento que tenía 1000 pasos…”.

Debemos saber cómo interpretar los datos, de manera que reflejen las realidades y necesidades de las personas y el entorno. Su interpretación adecuada requiere una combinación de habilidades técnicas y una profunda comprensión del contexto en el que se recogen y utilizan. Por tanto, es fundamental el análisis de datos como herramienta para transformar múltiples aspectos de nuestras vidas, pero seamos cuidadosos con no deshumanizar esta valiosa herramienta. De esta manera, podemos utilizarlos no solo para tomar decisiones más informadas, sino también para crear un impacto positivo y duradero en la sociedad.