Decía Rousseau que “un buen padre vale por cien maestros”. Aunque sin duda en la educación de los hijos también juega un gran papel la escuela y el entorno social, creo que todos estaríamos de acuerdo con esa afirmación. El problema es concretar qué es serlo, porque hay más opiniones sobre cómo criarlos que seleccionadores nacionales de fútbol en un país.

Indudablemente, los padres jugamos un papel crucial en su desarrollo emocional y social, ayudándoles a formar su identidad y autoestima. De igual manera, aquellos de nosotros que valoramos el respeto, el esfuerzo, la constancia, la empatía, la honestidad y la generosidad, sabemos que inculcar estos valores, junto con establecer límites claros, evitar la sobreprotección y normalizar el "no", debe estar siempre precedido por nuestro propio ejemplo.

Pese a que las palabras tienen un impacto significativo, al igual que pasa en otras facetas de la vida, las acciones hablan mucho más fuerte. Ellos observan cómo afrontamos las dificultades, cómo tratamos a los demás y cómo nos comportamos en el día a día. Nuestra conducta les enseña lecciones valiosas sobre esos valores, y la coherencia entre palabras y acciones refuerza su aprendizaje.

Sin embargo, es importante que recuerden que, al igual que ellos, los padres también tienen su propia vida, con sueños, retos y necesidades. No siempre es posible ser coherentes en todo momento, y como padres, también enfrentamos dificultades y contradicciones, al tiempo que reconocemos que cometemos errores. Ser honestos sobre estas imperfecciones ofrece un modelo realista para que ellos también aprendan a manejar sus propios desafíos.

Además, ser padres nos da valiosas lecciones de vida, como cuando tenemos el primer hijo, que nos muestra la importancia de la humildad al darnos cuenta de que tenemos todo por aprender y nos deja claro que hay que renunciar a la aspiración de ser perfectos, aun cuando nos esforcemos por ser la mejor versión posible. También se incrementa nuestra paciencia, generosidad, capacidad de sacrificio y aumenta la magnitud del amor, al tiempo que, todo hay que decirlo, nos renace la ira, la impaciencia, el egoísmo y crece el cansancio. El autocontrol es otra importante capacidad que se tiene que desarrollar rápidamente desde que nacen. Con ellos nunca se deja de aprender, porque cada etapa es distinta y cada uno es diferente.

Los conflictos, como en todos los ámbitos de la vida, son inevitables, especialmente durante la adolescencia, cuando ellos empiezan a afirmar su independencia y cuestionar las normas establecidas. Ayudémoslos a mejorar sus carencias, pero pongamos el mismo foco, o aún más, en resaltar y fortalecer sus virtudes.

En un mundo en constante cambio, preparar a nuestros hijos para afrontar el futuro implica enseñarles adaptabilidad, resiliencia y habilidades prácticas para la vida, todo mientras inculcamos valores sólidos y éticos. Este proceso de preparación es un viaje mutuo de aprendizaje y crecimiento, donde tanto padres como hijos se desarrollan y fortalecen sus relaciones.

Aunque el camino puede incluir distanciamientos naturales, la clave está en mantener la comunicación abierta y en ser ejemplos coherentes de los valores que queremos transmitir. Al final del día, y como leí hace unos meses en una pared, “Ser un padre es como afeitarse. No importa qué tan bien te hayas afeitado hoy, tendrás que hacerlo mañana nuevamente”.