Terminamos el mes de noviembre, el de las celebraciones que recuerdan cómo, el 9 de noviembre de 1989, hace 35 años, caía el muro de Berlín. Nacía una iconografía que se vincularía, a lo largo de los siguientes tres decenios, a una nueva era en la historia de la Humanidad.

Terminaba un largo ciclo, iniciado a principios del siglo XX con la Gran Guerra y cerrado en el albor de los años 90. Un ciclo que nos había llevado a través de dos guerras mundiales, decenas de guerras regionales y civiles – como la nuestra –, la caída de los últimos imperios territoriales – japonés y otomano -, una guerra fría nuclear y la consolidación de dos bloques geopolíticos antagónicos… Un siglo, un ciclo, violento, muy violento.

La caída del muro abría la Puerta de Brandemburgo y alumbraba nuevos sentimientos de libertad, paz y democracia. Demostraba el fracaso de la economía dirigida, abría nuevos horizontes a los antiguos estados del Pacto de Varsovia y acabaría dando a luz nuevos estados desgajados de la antigua Unión Soviética.

Europa daba la bienvenida a sus vecinos del Este y Alemania, por fin, se reunificaba y prometía desarrollo y riqueza a los compatriotas orientales. Los Estados Unidos, de la mano de Ronald Reagan, ondeaban victoriosos su modelo económico. Todo eran promesas de paz, libertad, democracia y prosperidad en Occidente.

Treinta y cinco años después cabe preguntarse si todo aquel presagio de buenaventura se materializó como el mundo anhelaba, como todos esperábamos.

Y aunque son muchas las claves que dibujan el complejo tablero de la realidad actual, echemos un vistazo a algunas de ellas 35 años después.

A primera vista llama la atención cómo, de aquel pretendido sencillo escenario en el que reinaría el modelo de democracia liberal de forma hegemónica, hemos pasado a una realidad geopolítica actual mucho más compleja, en la que más del 71% de la población mundial vive bajo un régimen autocrático mientras que sólo el 29% se organiza en democracias.

Tras la caída del muro siguió una década en la que se fueron sumando nuevas democracias hasta gobernar al 40% de la población mundial en el año 2000. Desde entonces, este índice no ha hecho sino descender y hoy sólo existen 32 países en el mundo con democracias “puras”.

Los Estados Unidos de América continúan siendo la primera potencia económica mundial pero se le acercan muy deprisa otras naciones. Diez años después de la caída del muro el PIB de EEUU había crecido hasta alcanzar el 31% del PIB mundial. En 2023 había caído hasta el 25%.

Al calor de la caída del muro se firmaba el primer tratado de reducción de armamento nuclear en 1991 entre Rusia y Estados Unidos, el famoso START I. El año pasado, Putin anunciaba la salida de Rusia del START III, que se había prorrogado en 2021.

Alemania, en 1989, tenía ante sí el más hermoso y grande reto de su historia: la reunificación. Un magnífico logro que, con luces y sombras, Alemania alcanzó, colocándose como país líder de una casa vez más ampliada Unión Europea que, a su vez, daba la bienvenida a los numerosos países surgidos de la caída del telón de acero.

Europa tenía ante sí un futuro espléndido. Sin embargo, 35 años después, no parece tan formidable. El Reino Unido abandona el club, Alemania parece hundirse en una profunda crisis económica y dos de los cinco grandes países del continente (Polonia e Italia) son o han sido gobernados por la ultraderecha, como también ha ocurrido en Hungría y Holanda, mientras que ya es mayoría en Francia y renace en Alemania.

Y Trump vuelve a ser Presidente en EEUU mientras que el gobierno de Modi lamina cada día los fundamentos de la democracia en India.

Ni siquiera la primavera árabe, que aspiraba a mayores cuotas de libertad en los países del arco mediterráneo, fue capaz de mover las dictaduras que continúan, hoy, dirigiendo sus sociedades. Y, por si fuera poco, la guerra ha vuelto a suelo europeo. Asistimos atónitos a la matanza de civiles en medio oriente, los talibanes vuelven a sacrificar a las mujeres afganas y el terrorismo yihadista continúa siendo una amenaza de primer orden.

Es indudable que la democracia liberal no ha sabido resolver los problemas de comienzos del siglo XXI tal y como los perciben los ciudadanos: seguridad, inmigración, desigualdad... mientras que la desidentificación con la clase política se hace más y más patente. Las democracias están en peligro y el populismo renace con fuerza por doquier con pretendidas fáciles soluciones a problemas complejos.

Una última clave: nunca en la historia de la Humanidad hubo un tan elevado número de refugiados y desplazados, que malviven hoy en campos repartidos por el mundo, sin ninguna esperanza. Y a ellos comienzan a unirse ya los desplazados por el cambio climático.

Por cierto, mal momento para ponerse de acuerdo y buscar soluciones reales que, en este tablero tan complejo, apunten correctamente en la lucha contra el cambio climático.

Pero de Azerbaiyán y la COP 29 hablaremos en otra ocasión. Baste ahora con digerir estos 35 últimos años y reflexionar sobre las sociedades que vamos a dejar como legado a las próximas generaciones.