Hace un par de años, en cierto foro de análisis y debate sobre el futuro de Málaga, lancé la idea de que el éxito de la ciudad debería beneficiar a toda la ciudad. Comenzaban a sobresalir, más que antes, algunas tensiones, como la del mercado de vivienda, o la capacidad para retener y atraer talento.
La complacencia y el triunfalismo nunca han sido buenos consejeros, de la misma manera que la crítica extrema o la discusión por sistema nunca han servido para propiciar el debate o generar consensos.
Recordé este episodio leyendo el Barómetro del clima de negocio 2024, que elabora la Fundación CIEDES. Es importante bucear entre sus páginas y analizar las tendencias menos vistosas, detectar los puntos débiles sobre los que se hace necesario actuar.
Y resulta que las empresas extranjeras empiezan a manifestar menos confianza en la capacidad de Málaga respecto al mantenimiento de una notable calidad de vida, al tiempo que las empresas españolas son críticas con las posibilidades del mercado laboral.
Habría que profundizar en los motivos que han llevado a las empresas consultadas a responder de esta manera, pero un observador atento y sin prejuicios podría llegar a la conclusión de que están relacionados con la creciente dificultad para acceder a viviendas asequibles (en propiedad o de alquiler) y con las dificultades para encontrar, retener y atraer talento cualificado (y la cualificación sirve lo mismo para un trabajador de la hostelería que para un profesional TIC).
La competitividad y el crecimiento, por lo tanto, requieren de ciertas medidas que van mucho más allá de las manidas rebajas fiscales o la siempre demandada reducción de cargas burocráticas. El buen uso de los recursos públicos es una de las claves para la competitividad, mejorando las infraestructuras o contribuyendo a la formación de capital humano a través del sistema educativo y universitario.
En el reciente informe de la OCDE Regions and Cities at a Glance 2024, Málaga aparece bien situada en uno de los mapas, que muestra las ciudades en las que hay un alto porcentaje de población que dispone de una parada de transporte público a menos de diez minutos andando. Esto contribuye a la calidad de vida y a la sostenibilidad, y con absoluta certeza la existencia del Metro de Málaga -gracias a la inversión pública, pagada con los ingresos fiscales- puede ayudar a explicar esta buena posición en este importante informe.
Otros factores que interesan a la OCDE para construir su capítulo sobre niveles de vida e igualdad de oportunidades (living standards and equal opportunity) son la salud de la población, los servicios sanitarios, el estado del medio ambiente, la distribución de la renta, los niveles educativos o el acceso de calidad a internet.
En los ámbitos empresariales regionales y locales suele tener mucho recorrido otro informe que mide la competitividad de los territorios, el que elabora el World Competitiveness Center. Su edición más reciente, que se presentó en noviembre, coloca a España en el puesto 28 a nivel mundial, lejos de Singapur, Suiza y Dinamarca, pero un puesto por encima de Luxemburgo.
España aparece bien posicionada en factores como el conocimiento (knowledge), la tecnología o la categoría llamada “estar listo / preparado para el futuro” (future readiness), mientras que sus principales debilidades son, curiosamente, la rigidez legislativa en el ámbito de la investigación, la transferencia de conocimiento, el uso de big data y analítica de datos, y la flexibilidad y adaptabilidad a los cambios. De nuevo, hay que pensar cómo se llega a estos resultados, pero sobre todo qué debemos hacer para mejorar como país.
Un posible modelo es el del País Vasco, siempre bien posicionado. Su trayectoria innovadora y su elevada renta per cápita marcan la diferencia, así como su financiación singular, por supuesto.
Pero en el País Vasco también llevan tiempo vinculando la competitividad territorial al bienestar y a las políticas inclusivas, hasta el punto de que el Instituto Vasco de Competitividad (Orkestra, liderado por la Fundación Deusto con apoyo de todas las administraciones públicas) presta siempre especial atención a estos elementos en sus informes anuales.
El informe de 2024 tiene un capítulo que habla de la inclusión como motor de competitividad y bienestar en un contexto demográfico cambiante, y propone diversas palancas dinámicas de competitividad que confluyen en recomendaciones como “construir sobre las capacidades de todas las personas”, “abrazar la diversidad”, “fomentar la competitividad digital-tecnológico-verde”, “abordar las amenazas al bienestar” o “aumentar la inclusión en los resultados del bienestar”.
Esta columna se publica en Nochebuena, y es inevitable pensar en Málaga como una personificación de Ebenezer Scrooge, el protagonista de Cuento de Navidad. Se puede seguir defendiendo una cierta idea de éxito, o también considerar qué valores colectivos sostienen todo lo que se ha conseguido hasta ahora, que es mucho, y decidir qué dirección tomar.
Atender las necesidades reales de los vecinos no proporciona grandes titulares, pero también forma parte del trabajo. Sigo creyendo que el éxito de la ciudad debe beneficiar de manera palpable y tangible a toda la ciudad: también a sus niños, a los jóvenes con salarios locales, a los mayores que viven solos, a quienes han venido y vienen en busca de oportunidades.
Y por supuesto a todos los que quieren seguir disfrutando de la ciudad en la que han crecido y vivido, porque son ellos los que han creado la ciudad que fue capaz de despegar. Es Navidad y está permitido soñar. Por qué no.