En el corazón del aula me dedico a explicar los problemas ambientales surgidos de la fragmentación territorial en Europa y en especial en España. La proliferación en el último siglo de infraestructuras grises para la movilidad ha conseguido un entramado abigarrado, convirtiéndose en fronteras para poblaciones animales y vegetales, que quedan confinados a pequeños islotes en donde se rompen los flujos de materia y energía, tan necesarios en los ecosistemas y para la propia humanidad.
Expongo que hubo un tiempo en que se pensó que debía comenzar un programa para despavimentar carreteras que se demostraban innecesarias. Incluso se hizo algún ensayo exitoso, con tan solo prescindir del mantenimiento de una vía que atravesaba un lugar emblemático de un área protegida. El buen resultado no se hizo esperar y en pocos años la Naturaleza había conquistado el espacio viario, encargándose ella misma de reciclar el asfalto.
Muestro el mapa provincial de carreteras y pregunto si es tan necesaria la imbricada red. Alba, tan perspicaz como siempre, apostilla que tal vez algunas sean innecesarias, pero llevamos esperando otras que se hacen cada vez más imprescindibles para una movilidad sostenible. Ángel, afinado crítico, culpa a los bloqueos políticos, desde los premios y castigos dependiendo de los colores.
Su contundente afirmación me lleva a explicarles brevemente el Tratado de Bloqueología. Es más que conocido que la historia la escriben los vencedores, a pesar de los esfuerzos de los legítimos historiadores. Cada proeza, cada acción, tiene detrás, o mejor debajo, un cúmulo de datos que forman parte de la confidencialidad. No es que sean documentos clasificados, sino simplemente forman parte de los acuerdos, a veces tácitos, de las partes oponentes.
Pasado el tiempo los perdedores se sentirán doblemente doblegados. Por una parte por observar que las crónicas no recogen la realidad de lo sucedido. Pero la iracundia se hace aun mayor cuando se ve obligado a callar, a morderse la lengua, por la ley no escrita de la confidencialidad tácita. Guardarán, si mantienen la lealtad debida, sus secretos hasta más allá de sus vidas. Es la peor penitencia de los perdedores.
En cierta ocasión me conmovió ver como perdedor que un gobernante, a los pocos días de su llegada al poder, inauguraba la instalación destapando una lápida en la que rezaba su nombre como promotor de la misma. Aclamado por extraños que se acercaban al poder, posó para una eternidad tan efímera, tanto como la marmórea inscripción que el tiempo se encargó de erosionar hasta que se difuminaron las doradas letras en bajo relieve.
Un sabio político, uno de esos de los de verdad, de los que piensan y actúan por el bien común, sin arbitrariedades ni ambigüedades, me dio una gran lección. Si eres gobierno, en el juego de alternancia democrática, nunca debes minusvalorar la labor de tus antecesores, aunque sean de ideología distinta. Si valoras su esfuerzo encontrarás tu recompensa en el futuro. Recuerda la razón del proverbio que aclara que entonces otros vendrán que bueno te harán.
En el tratado de bloqueología se cuenta la historia reciente de una lengua, algo advenediza y sin mesura, que atribuía los éxitos de una importante infraestructura al haber limpiado los bloqueos de sus antagónicos antecesores. Aquel órgano gobernante escribía su propia crónica para el futuro, desobedeciendo a la verdadera historia. El tiempo le concedió medio perdón ganado por el desconocimiento de las venturas y desventuras pasadas, pero desde la mirada de la justicia perdedora era imperdonable la otra mitad.
La condena que debía cumplir era hacer propósito de enmienda, siempre que recabase información sobre la inacción de los propios en los momentos difíciles o de aquellos verdaderos bloqueos que difícilmente imaginaría, ya que forman parte del legado confidencial. Concluyo una vez más recodándoles que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola lengua, con la finalidad que debemos oír el doble antes de hablar.