Si pasas una tarde de martes o de jueves por la céntrica y malagueña calle Larios, podrás ver cómo unos marmolados bancos sirven de apoyo para jugar en cuatro tableros de ajedrez a malagueños y turistas. Desconocidos que paran sus ajetreadas vidas para concentrarse en los movimientos que tiene que hacer para vencer a su rival, al cual tras el jaque mate le espetan un “enhorabuena” porque el apretón de manos, en la pandemia, no está demasiado de moda.
Un señor los vigila y les recomienda qué jugadas hacer para vencer a su adversario. Es alto, de pelo cano y ojos verdes. “Soy José Antonio Sánchez”, dice sonriente con un acento francés muy marcado y que choca completamente con su nombre y apellidos.
Nació en el barrio de la Trinidad hace 65 años. Cuando tan solo era un bebé se fueron a Barcelona, después a Orense y cuando tenía siete, su familia tuvo que marcharse a Francia, donde ha pasado prácticamente toda su vida. “Volví cuando me jubilé porque no tenía nada que me atara, ni hijos ni pareja, y porque echaba de menos este maravilloso clima que tenemos aquí”, cuenta.
Paseando por Lille, al norte de Francia, visitó La Vieille Bourse, un edificio cuadrangular de la ciudad que sirve como lugar de encuentro a floristas, libreros y ajedrecistas. Estos últimos llegaron gracias a un librero que colocó mesas para que cualquiera pudiera jugar allí al ajedrez. A José Antonio le parecía una idea muy inspiradora e interesante.
La casualidad fue que, tras tres años en España, en febrero de 2019, iba paseando por calle Larios y encontró a un mochilero trotamundos con un tablero de ajedrez “un tanto sencillo y básico” y con un cartel que rezaba “Voulez-vous jouer?”. Vio como españoles, ingleses, rusos y personas de todas las nacionalidades se animaban a jugar.
Era curioso. Había vuelto a España después de 50 años prácticamente y, aquel recuerdo que guardaba de Lille volvía a aparecer en su ciudad natal. Días posteriores José Antonio decidió acudir a Larios, pero nunca más vio al mochilero. Tenía pinta de que se había marchado a otra ciudad. Entonces, se replanteó seguir con aquel gesto. ¿Y si llevaba tableros de ajedrez y los ponía en los bancos de Larios?
Y así fue. José Antonio compró otro tablero además del que tenía y se embarcó en esta aventura. “Al principio, en 2019, venía todos los días, pero el ajedrez es muy sacrificado y a la tercera partida, si juegas con gente profesional, te duele la cabeza”, dice entre risas. Así, José Antonio ha decidido aprovechar que su hermana, también afincada en Málaga, concretamente en Huelin, da clases de idioma martes y jueves para dedicarse él cien por cien al ajedrez. “Mi hermana me reprochaba que no iba a la playa con ella, así que aproveché su ocupación esos días”, explica riendo.
Así, en vistas de que dos tableros se le quedaban escasos, acudió a su trastero a por dos más hasta llegar a los cuatro que pone a la disposición de todos en la actualidad. "Creo que si comprara veinte más, seguirían siendo insuficientes", confiesa.
Niños y mayores, extranjeros y españoles
Según José Antonio, la frase que más se repite cada tarde que pasa en Larios es “¡Mira!, es como ‘Gambito de Dama’”. La famosa serie de Netflix ha conseguido que hasta los más jóvenes se interesen por el ajedrez. Además, asegura que el confinamiento ha hecho que muchos desempolven su tablero de ajedrez y lo vean como un entretenimiento. “Vienen muchos niños y jóvenes. A muchos le enseño yo, y no me importa. Si ponen interés, les enseño lo básico para que después vengan cada semana y practiquen”, explica Sánchez.
También un señor mayor se para a mirar cómo juegan unos chavales. Se llama Joaquín. Pese a que alguna vez ha echado alguna partida, asegura que disfruta más mirando cómo otros eligen sus movimientos. Respecto a la iniciativa, cree que José Antonio debe ser reconocido por la impecable labor que hace por el ajedrez en Málaga. “Se merece una medalla. Sin duda”, y es que José Antonio enseña a todo aquel que se interesa y ha creado incluso un club de ajedrez en la calle y vía online. “Tenemos un grupo de Whatsapp que se va expandiendo poco a poco. Allí, si un día no puedo venir, aviso a todos. O, si alguien quiere traer sus tableros otro día y hacer lo mismo, también es bienvenido”, argumenta el hispanofrancés.
Antes de tomar esta decisión, José Antonio trabajaba en una correduría de seguros en Francia. Su día a día estaba dedicado a su trabajo. “Yo siempre he dicho que iba a acabar viniendo a España y por eso nunca me casé ni tuve hijos. Después te quedas allí y no hay forma de volver, ya le pasó a una de mis hermanas”, cuenta.
Asimismo reconoce que esa decisión la ha tomado al ver a la figura de su madre criando a ocho hijos. “He visto lo que se sufre a veces con muchas responsabilidades, siendo yo el mayor de mis hermanos y, sinceramente, no me apetecía. Si tengo que tocar la guitarra, la toco cuando quiero en casa, sin nadie que me diga que pare”, explica entre risas. “Yo conocí a alguien, la quería mucho, pero ella no me quería a mí. Entonces, decidí seguir mi camino”, detalla.
Sorpresas en Larios
"Cuando alguien se acerca a jugar siempre le pregunto de dónde viene. Cuando me contesta, le pregunto si es el campeón de ajedrez de ese país para romper el hielo y que se echen unas risas. Sin embargo, un día le pregunté a un chico joven que si era el campeón de Málaga: “¡Yo soy el campeón de Andalucía! Juego en Madrid y compito en muchos sitios más” me soltó". Desde entonces, siempre lo dice. ¿Se encontrará algún día José Antonio al campeón del mundo de ajedrez?
A punto de finalizar la entrevista llega Daniel, es holandés, está pasando unos días en Málaga y ha interrumpido sus compras para jugar una partida con su amigo y unos desconocidos malagueños. Casualmente es el número 900 en ajedrez de Leiden. Asegura que la iniciativa es espectacular para socializar y compartir el ajedrez con otras personas. “En Holanda esto no lo ves nunca y creo que muchas ciudades deberían dar el paso. Es una gran idea”, detalla el joven turista.
Para Sánchez, ese es el mejor regalo. No pide nada a cambio por estas partidas porque el mayor regalo para él es la multiculturalidad. Hablar con gente de todo el mundo. “El idioma del ajedrez es internacional. Da igual que juegues con un africano, un francés o un ruso”, concluye, incluso algo emocionado, Sánchez.