Hay una serie de vecinos malagueños que, cuando se jubilan, en lugar de 'aplatanarse' en el sofá, esperar desde las ocho de la mañana en la puerta de Mercadona hasta que abra o hacer footing por el paseo marítimo, deciden inventar iniciativas para hacer la ciudad más culta y dinámica.
Hace tan solo unas semanas veíamos como José Antonio daba clases de ajedrez en mitad de calle Larios cada martes y cada jueves, por amor al arte y, ahora vemos a María y Antonio, dos amigos, que en una charla sobre la librería Proteo y su devastador incendio, comenzaron a idear cómo tener un gesto bonito hacia el establecimiento, vecino del enclave de la plaza San Pedro de Alcántara.
Antonio vive en la plaza. Hace un mes y medio, uno de los días que bajó de casa, le dijo a su amiga María: “¿Y si colgamos libros del árbol para que quien quiera los lea?”. Y allá que se fueron los dos amigos en busca de cuerdas y libros para colgarlos de las ramas del gran árbol que preside la plaza de San Pedro de Alcántara.
La iniciativa tuvo muy buena acogida y decidieron seguir aumentando el punto cultural improvisado al que han llamado 'plaza de los libros libres'. Se les ocurrió que con dos palés podían construir dos estanterías que se situaran en medio de la plaza con más libros que les habían donado. Dicho y hecho. Los amigos se buscaron unos botes de pintura y con los palés comenzaron a montar una biblioteca callejera.
En ella, se leen carteles que rezan "Puedes traer o llevar, pero lee" en distintos idiomas. "Aquí no hay normas. Aquí no hay reglas. Si te gusta un libro, te lo llevas. Si quieres traer uno para otra persona, lo traes. No hay más", dice Antonio Muñoz.
Acciones anónimas
Pese a que la iniciativa solo lleva activa un mes y medio, la acogida del barrio ha sido espectacular, hasta el punto de que se han llevado alguna que otra sorpresa. "Como cada sábado, me levanté temprano y fui a ver qué tal estaba todo en las estanterías. Me quedé boquiabierto. Alguien, durante la noche, había pintado un campo de amapolas alrededor de los palés. Puede parecer una tontería, pero que alguien haya querido utilizar su tiempo y su arte en decorar la plaza me parece muy emocionante", relata Antonio.
Además, lo que solo iba a ser destinado a los libros, ha llegado más allá. "Un día apareció una bolsa repleta de champús y geles de animales sin abrir. No sé si alguien dejó de tener mascota y para que lo aprovechara otra persona lo dejó allí. Es bonito ver cómo surgen todos estos gestos", prosigue.
También han dejado regalos envueltos. Una vez, una chica se encontró una cajita y le preguntó a Antonio si podía abrirla. "Como siempre os digo, ¡no hay normas! Ábrelo y, si te gusta, te lo quedas. Así de simple", le dijo. Según cuenta Antonio, a la chica le encantó el colgante que se encontraba en su interior y se lo llevó con una sonrisa en la cara. Es curioso cómo un desconocido le había alegrado el día a otra persona.
Éxpresate
Además de las estanterías, Antonio y María han puesto una cesta con una libreta donde cada uno puede escribir lo que le apetezca en ese momento. Ya han rellenado una completa y han puesto una segunda. Cuando pase un tiempo quieren hacer fotocopias y repartirlas por el barrio para difundir el ideario de todos los ciudadanos que pasaron por la plaza.
De hecho, ya se han pasado por allí algunos escritores. Una tarde se encontró a dos chicas gallegas que estaban alucinadas con la idea, ya que una de ellas era escritora. La joven no dudó ni un segundo en dejar huella en la libreta.
De todas las personas que han pasado por la plaza, Antonio se queda con una pequeña de unos tres o cuatro años que se enamoró de uno de los libros. "Era búlgara. Su madre no sabía si podía llevarse el libro gratuitamente y yo le expliqué que sí, que todo suyo. Está aprendiendo a leer y, que en los tiempos que corren, un niño se ponga tan feliz con un libro, es maravilloso", cuenta. Además, la pequeña pasa cada semana a por más libros, como si fuera a una biblioteca municipal. Como Antonio sabe qué días suele ir, baja de su casa libros infantiles para que elija el que más le guste. Un gesto que confirma que, pese a todo el daño que se le hace a la cultura, no todo está perdido.
Casualidades
Hace aproximadamente dos semanas, dos chicas jóvenes y una mujer mayor se pararon a consultar un libro de Rosalía de Castro. Al parecer, las chicas vivían en Berlín. Antonio y María se acercaron a saludarlas. "Vivimos en Berlín. Venimos a Málaga y me encuentro, por casualidad, un libro de la autora favorita de mi madre. ¿Puedo llevárselo?", le espetó.
"Puede que a la gente le pueda parecer una tontería, pero creo que estamos consiguiendo muchas emociones y muchas respuestas en plan humilde con nuestra plaza de los libros libres y, ahora, de las flores espontáneas", concluye entre risas Antonio, alegando que su próximo objetivo es hacer algo similar en la zona de El Palo e invita a que otros tomen esta iniciativa. Así, la calle se convertirá en un lugar lleno de sabiduría.