Guillermo y Thio son animadores en el hotel Holiday World Polynesia de Benalmádena. Cada mañana, durante la temporada, un poco antes de las 11, llegan a la piscina y conectan bien los cables que ponen música de ambiente para los clientes.
Así logran que "se vayan despertando". Tras ello, comienzan a promocionar la actividad que toca, entre las que suelen estar el bádminton, el mini-golf o el ping-pong. Por la tarde es turno del bingo, del aquagym y otra actividad que va rotando en función de la programación estipulada.
El ratito de antes de salir a la piscina, Guillermo lo utiliza para dormir y desayunar algo. "Pero nunca llego a mi puesto de trabajo tarde, estaría feo, ¿no?", dice entre risas a este periódico. Es originario de Palma-Palmilla, pero desde los siete años vive en Cártama. Desde pequeño siempre le ha gustado "el cachondeo" y tras una Selectividad un tanto complicada decidió que el sueño de ser fisioterapeuta se largaba de su mente para siempre. Accedió al grado superior de técnico de animación y su vida cambió para siempre.
Antes de comenzar en Holiday World, donde empezó en la Navidad de 2019, justo antes de la pandemia, Guillermo estuvo trabajando en Sotogrande como jefe de equipo. Después de dos años entró a Acttiv, la empresa con la que han sido contratados él y Thio. En verano de 2020 volvieron a llamarlo en Benalmádena y este es su segundo verano trabajando en tierras malagueñas.
"No ha tenido nada que ver con otros veranos. Nuestro hotel recibía a muchísimo público extranjero, me atrevería a decir que un 90% solían ser británicos. Sin embargo, este año hemos tenido especialmente españoles, algo que a mí me ha gustado mucho y me ha permitido estar muy cómodo", explica Guillermo, que califica de "hecatombe" la situación del sector turístico durante el último año. "Además, también me dedico a ser payaso en comuniones y eventos. El año pasado no tuve ni una actuación, pero este año parece que la cosa va mejor y la gente está "más animadita" a celebrar", añade.
Así, Thio, en este tema, destaca lo difícil que le ha sido no ser tan cercana con los pequeños clientes que pasaban por el hotel. "Yo siempre soy muy cariñosa y los peques suelen darme abrazos. Nos adoran y creo que nos ven como estrellas del pop. Es una situación curiosa. Sin embargo, este año no hemos podido ser tan cercanos por la pandemia", cuenta.
De hecho, en alguna ocasión, especialmente a principios de verano, se han visto algo más "limitados" a la hora de trabajar. A Thio le pidieron que no diera tanta caña en el aquagym para que no acudiera tanta gente a participar en la piscina. "Era difícil de asimilar. Soy animadora y lo que quiero es que la gente participe conmigo y la líe, dentro de lo que se puede, ¿sabes?", dice.
Además, los espectáculos de la noche, antes a cargo del grupo de animación, ahora son contratados externamente. "Ahora solo somos en torno a una docena de animadores, antes por lo que nos han contado eran más de una veintena. Hacían espectáculos del Rey León, del Gran Showman... Al final es lo mejor de ser animador, crear los musicales nocturnos", cuenta Thio, que al igual que Guillermo lamenta no poder haber disfrutado aún de realizar alguno de ellos.
La gran dificultad de ser animador
Thio reconoce que la animación es el rostro visible del hotel, el que trabaja mano a mano con el cliente. Por ello, considera que es una gran responsabilidad ya que según Acttiv el 75% de clientes tienen muy en cuenta el hecho de que haya animación en el hotel que elijan para sus vacaciones.
Desde primera hora de la mañana, Thio, Guillermo y la decena de trabajadores del sector de animación de Holiday World Polynesia, tienen que dar los buenos días a los clientes con la mejor de sus sonrisas. Sin embargo, hay días que no les apetece demasiado porque están tristes o cansados.
"Muchas veces nos creamos un personaje. El cliente no puede saber todo de nosotros, sino simplemente una idea superficial", explica Thio. Así, Guillermo, que pertenece a la murga del CAMM en el Carnaval de Málaga, se lleva la respuesta a su terreno. "Cuando empieza mi turno yo me pinto dos coloretes imaginarios. Soy Guillermo el animador, no Guillermo a secas. Cuando llego a la habitación ocurre lo contrario. Me quito el uniforme y vuelvo a ser el de antes", cuenta.
Además, ambos reconocen que cuando tienen un mal día y ponen esa sonrisa aunque no les apetezca, muchas veces la reacción positiva del cliente, que les devuelve "ese buen rollo", les cambia totalmente el día.
Respecto a la vida social y tratar con la familia, Guillermo y Thio cuentan que es una situación complicada. En el caso de Thio, que desde los 18 años ha trabajado lejos de su familia, y nunca ha tenido una casa como tal porque siempre ha vivido en hoteles, debido a que su padre era director de hotel, lleva bastante bien este tema.
"Si echo de menos a mi mamá me pongo un merengue o una bachata (su madre es dominicana) y me echo unos bailes. Si no, la llamo", dice. Guillermo, en su caso ve a su familia una vez cada una o dos semanas. "Lo de los amigos es más complicado, son de La Cala del Moral y es chungo sin coche. Aunque lo que sí voy es a ensayar con mi murga", explica entre risas.
Así, Thio cree que su situación solo podría entenderla otro animador. "Vivimos en un mundo paralelo", dice. Algunos de sus hobbies es tocar el ukelele, componer, cantar y bailar. Sin embargo, en su tiempo libre, acaba tan cansada que, a veces, lo único que le apetece es algo "con lo que pueda guardar energía" y deja de lado la música. "Ser estudiante y animador, por ejemplo, creo que sería algo complicado de llevar", subraya.
Por su parte, Guillermo, para acabar, hace hincapié en que aunque la gente cree que los animadores viven en suites de cliente, su habitación está en una zona personal que, sin ir más lejos, no tiene ni balcón, "solo unas pequeñas rendijas de ventilación a unos metros de altura". "No me gusta que se romantice esta profesión. Tiene mil cosas bonitas, conoces a muchísima gente y trabajar de cara al público te curte mucho, pero también sacrificas parte de tu vida por ella", concluye.