Que sepamos, la provincia de Málaga cuenta con dos puentes de los Alemanes. Uno está en el Cañón de las Buitreras, en Cortes de la Frontera, y visitarlo es una buena excusa para acercarnos a uno de los rincones más singulares de la provincia de Málaga, enclavado en mitad de todo un Monumento Natural. El segundo es en realidad el puente de Santo Domingo de Málaga capital, lo que ocurre es que es más conocido como 'de los Alemanes' por su origen, una historia que a continuación desgranaremos, por si hay algún despistado que todavía no se la conoce.
Un puente que fue construido hace ya más de un siglo, en el año 1909, y que fue donado por el amable pueblo alemán, antes de que Alemania se liara la manta a la cabeza y metiera al mundo por dos veces seguidas en una guerra mundial.
Esta infraestructura sobre el río (por llamarlo de alguna manera) Guadalmedina (que parece que sólo conoce dos formas: o seco, o en riadas), es heredero de un paso anterior llamado del mismo modo y que la gran crecida de finales de septiembre de 1907 se llevó por delante, después de haber arrasado también con el puente de la Aurora. Dichas riadas eran muy frecuentes en la ciudad a finales del siglo XIX y principios del XX y de sus causas ya escribimos hace unas semanas en EL ESPAÑOL de Málaga.
Cuando la noticia de la desastrosa situación de Málaga tras las lluvias de aquel año llegó a Alemania, los alemanes realizaron una recogida de dinero para ayudar a los malagueños a reponerse de tal catástrofe, una colecta encabezada por el káiser Guillermo II y gracias a la cual se reconstruyó el puente de Santo Domingo.
Pero ¿por qué a los alemanes les dio por mandar dinero a los vecinos de Málaga para ayudarlos a reparar lo que el agua se llevó? Bueno, pues para explicar eso estamos aquí.
Ese barco velero cargado de sueños cruzó la bahía
Antes de llegar a ese punto, nos tenemos que remontar al 16 de diciembre de 1900, un día en el que el mar recordó aquello que siempre nos decían nuestros padres en la playa: que es traicionero. Si bien la bahía malagueña suele ser serena, amable y tranquila, aquella jornada una tempestad terrible, con fuertes vientos, provocó una mar gruesa que al final acarrearía una tragedia: el hundimiento de la fragata alemana SMS Gneisenau, un buque escuela.
A las órdenes del comandante Kretschmann, el Gneisenau se encontraba fondeado fuera del puerto a la espera de recoger a un diplomático alemán de misión en Marruecos. Las autoridades de Marina recomendaron el día de antes al capitán que atracara en el interior del puerto debido a la inminente llegada de un fuerte temporal de levante, petición que fue ignorada y que se terminó pagando bien cara.
El Gneisenau era un gran y poderoso navío, 470 tripulantes nada menos, por lo que, acostumbrado a navegar por las aguas del Báltico y atravesar olas de hasta nueve metros de altura, nadie podía pensar que pudiera naufragar a pocos metros de la orilla malagueña.
Pero, vivir para ver. Así, a las once y media del día de marras (nunca mejor dicho), a causa del fortísimo temporal, el barco, tras rompérsele los cabos de sus anclas, ya pegaba unos bandazos de espanto, zozobraba y golpeaba violentamente, una y otra vez, contra la escollera del dique de levante.
El naufragio era una realidad irremediable y el velero, con sus tres mástiles, su moderna propulsión a vapor y sus 82 metros de eslora, quedó acomodado en su lecho de muerte sobre las rocas del malecón, a las puertas marítimas de la ciudad de Málaga.
El valor de los malagueños
Ante esta situación a la tripulación sólo le quedaba abandonar el barco para salvarse. Para la ciudad no había pasado desapercibido aquel espanto y, casi por instinto, para ayudar lo máximo posible a los apurados navegantes, se botaron al bravío mar numerosas lanchas cargados de arrojados malagueños que pusieron en serio riesgo su vida para tratar de salvar el mayor número de almas posibles.
Doce de aquellos valientes perecieron enfrentándose a los elementos por un bien mayor, entre los lamentos de las campanas de las iglesias que tocaban frenéticas a arrebato.
El cómputo global de muertos se saldó con 41 fallecimientos, incluido, como corresponde con la tradición, el capitán del barco. La mayoría perdió la vida al ser estrellados por las aguas contra las piedras del rompeolas, sobre el cual grupos de vecinos lazaban cabos a los desafortunados que luchaban con desespero contra la furia del destino. Incluso hubo quien se arrojó al agua sujeto de cuerdas para alcanzar a los náufragos exhaustos.
Las crónicas de la época
En cuanto a los heridos, la mayoría de ellos fueron trasladados al cercano Hospital Noble, mientras que el resto de la tripulación rescatada se llevó al Cuartel de Levante y al Ayuntamiento, donde Cruz Roja instaló camas para acogerlos a todos. Por su parte, los oficiales que lograron salvarse fueron arropados en el domicilio del cónsul de Alemania, Adolfo Príes.
Durante los días y las semanas que acontecieron a este suceso, la prensa de toda Europa se hizo eco del hundimiento y de la respuesta de los malagueños.
El periódico La Información la refirió en los siguientes términos: "El pueblo de Málaga levantóse al impulso celestial de caridad y acudió a la catástrofe, mezclando su grito de espanto con el de angustia y dolor del náufrago. Todo el pueblo sin distinción de clases, como un solo ser, un solo corazón, se ocupó del salvamento; unos con la cuerda, otros con la venda, otros entre las mismas peñas escondidos esperaban que a su alcance llegar alguno de aquellos seres, juguetes de las embravecidas olas, y los hospitales, los coches, los brazos de todo el mundo eran sólo para los alemanes, para los náufragos, nuestros huéspedes, nuestros hermanos en la desgracia".
Ante semejante fervor literario, no es de extrañar que en Alemania agradecieran un gesto cargado de heroísmo en pos del bien de sus compatriotas que incluso fue recompensado por María Cristina, la reina regente de España.
Así, poco después del suceso, el 3 de enero de 1901, la monarca, en nombre de su hijo el rey Alfonso XIII, otorgó al pueblo de Málaga, mediante Real Decreto, el título de "Muy Hospitalaria", por su abnegado heroísmo, valor y caridad para con los desgraciados alemanes que subestimaron el poder de los vientos de la bahía malagueña. Un título que desde entonces rotula el escudo de la ciudad.
Una ciudad conmocionada
Los malagueños rindieron honores, junto a los supervivientes, a los desgraciados que perdieron la vida aquel aciago día. El Cementerio Inglés fue el lugar escogido para dar sepultura los restos de los tripulantes menos afortunados, cuyos nombres quedaron recogidos junto a un trozo de la madera del barco que los condujo a su muerte acuática.
Un lugar que, hace tiempo ya, se convirtió en un lugar de peregrinación para algunos marinos que acudían para mostrar sus respetos a los compañeros caídos.
El resto, es historia
Este es el relato de por qué, años después, cuando la ciudad se encontraba necesitada de ayuda, Alemania acudió para apoyarla, sin olvidar su deuda de gratitud para con los malagueños, que no dejaron de entregar su sangre más valiente para intentar rescatar a los marineros foráneos.
Y es por eso por lo que, en el puente de Santo Domingo, conocido como 'el de los Alemanes', cuelga en uno de sus arcos una placa de mármol que reza: "Alemania donó a Málaga este puente agradecida por el heroico auxilio que la ciudad prestó a los náufragos de la fragata de guerra alemana Gneisenau. MCM-MCMIX".