Ana Oliveras se dedica al sector de los videojuegos. De hecho, dirige Squarebox, un centro de formación para eSports, videojuegos y entretenimiento digital con sede en el Polo de Contenidos Digitales de Málaga. Por su trabajo ha tenido que viajar en avión en cientos de ocasiones, pero el vuelo que vivió este martes cuando volvía a Málaga desde Barcelona fue "uno de los más chungos" que ha vivido nunca.
Cuando Ana llegó al aeropuerto le sorprendió que el único vuelo que se iba a retrasar era el suyo. "Cuando nos montamos nos dijeron que el retraso se debía a la climatología, que no podíamos aterrizar con las tormentas que había y que había que esperar otros veinte minutos más, pero sinceramente en Barcelona estaban cayendo cuatro gotas y el día no estaba tan mal", reconoce Oliveras.
El vuelo salió con unos 45 minutos de retraso. Cuando el avión se movía por la pista, las azafatas les indicaron todas las medidas de seguridad que los pasajeros debían de tomar en caso de emergencia. "Esas que ves con normalidad hasta que pasan este tipo de cosas", recalca.
El equipo en cabina comunicó a los pasajeros que iban a sentir turbulencias por la tormenta hasta que no sobrepasaran Tarragona. "Hasta ahí todo bien", dice entre risas Ana, que iba en el avión rodeada de médicos para su fortuna. Según escuchó, iban a un congreso de radiología que se celebraba en la capital malagueña-
El avión comenzaba a estabilizarse y, tras hablar un poco con los médicos, se colocó los cascos para pasar un rato ameno viendo una serie. A la altura de Granada, aproximadamente, el piloto que indica que hay que abrocharse el cinturón vuelve a encenderse. "Dije '¡Vaya, ahora que quería ir al baño!'", confiesa Ana riendo.
Paró el capítulo que estaba viendo, atenta al piloto por si se apagaba, pero nada. Le pareció muy extraño. Los médicos comenzaron a sacarle conversación. Habían visto en su teléfono una foto impartiendo una charla TED y se interesaron por su trabajo preguntándole acerca del mundo de los videojuegos.
De repente, una turbulencia muy fuerte sacudió el avión. Comenzó a sonar una alarma y saltaron todas las mascarillas. "Como en las películas, tal cual". Ana ya había vivido un momento similar en un vuelo, pero todo fue una falsa alarma en la que no se produjo una despresurización de la cabina.
Se dio cuenta de que algo iba mal cuando a las azafatas se les cambió por completo la expresión del rostro. "Se pusieron algo nerviosas y nos pidieron que nos pusiésemos la mascarilla con mucha prisa. Luego entendí el porqué, puesto que por la falta de oxígeno en la cabina te puede dar una hipoxia si no te las pones en unos treinta segundos", relata Ana, que se considera una friki de los aviones y le gusta estudiar sobre ellos.
Como las mascarillas son de un plástico rígido reconoce que lo primero que pensó al colocársela es si verdaderamente estaba haciéndolo bien. No terminaba de encajarle en la cara. El chico que estaba a su lado comenzó a alterarse y a soltar comentarios negativos. "¿Esto va bien? ¿Nos vamos a morir?", le preguntó con nerviosismo
Lo que iban a ser diez minutos de trayecto a Ana empezaron a parecerle horas. Y eso que estuvo entretenida actuando como coach para su compañero de asiento de la fila 5, que cada vez estaba más tenso.
Ana utilizó todos sus conocimientos sobre aviones para calmarle. Le dijo que aunque estuvieran sufriendo una despresurización de cabina (pérdida de esa presión provocada por un fallo en las válvulas de presión de la aeronave o por una rotura en el fuselaje) el motor estaba bien y que seguramente empezarían a bajar muy rápido para aterrizar cerca del mar.
Asegura que el equipo que se encontraba en la cabina lo hizo muy bien siguiendo el protocolo. Se aseguraron de calmar a todos los pasajeros y revisaron en varias ocasiones que todos llevaran la mascarilla. "El pobrecito que estaba a mi lado les preguntaba qué ocurría. Ellas, para no preocuparle más, le decían que luego le contaban", dice.
Quizás lo que más preocupó a todos los viajeros, según Ana, fue que el piloto del avión tardó un poco en comunicarles qué estaba pasando. Cerca de Ana también viajaba otro piloto que no daba crédito ante la situación. "Le dijo a una chica que en veinte años de carrera nunca había vivido algo así porque no es algo que pasa muy a menudo", añade.
Tampoco ayudó demasiado el fuerte olor a quemado que proviene de la reacción química que se produce a la hora de crear el oxígeno en el generador, que calienta mucho los cilindros. Con el calor que se desprende, el polvo acumulado en esas zonas que son poco accesibles del avión puede producir ese olor fuerte a quemado que sentían los pasajeros. La cabina aumenta también su temperatura.
De un momento a otro, el piloto les comunicó que en siete minutos iban a aterrizar. "El chico de al lado me decía que el piloto nos había engañado", recuerda entre risas. Le explicó que el avión tenía que hacer el viraje habitual sobre el mar y que las turbulencias derivaban del fuerte viento que hacía en Málaga. "Pero ¿no ves que el mar está picadísimo?", le dijo.
Finalmente, consiguieron aterrizar en el aeropuerto de Málaga, con los oídos taponados, dolor de cabeza y sequedad de garganta. A lo largo del miércoles aún seguía sufriendo estas dolencias.
Para el recuerdo una anécdota que le ha hecho replantearse si lo mismo puede dedicarse a ser coach en el futuro para dar ánimos a los que tienen miedo a algo. "Me he dado cuenta de que en este tipo de situaciones mantengo muy bien la calma, visto lo visto es todo un súper poder", zanja.