Manuel Mármol tiene 76 años y, aunque reside en el barrio malagueño de Ciudad Jardín desde hace 46 años, nació en Alfarnate. "Soy cateto, cateto", así se presenta, entre risas. Le brillan los ojos cada vez que alguien visita su humilde trastero, lleno de obras de arte. "Lo he puesto todo a punto, limpito para ti", dice al llegar, con una sonrisa que inunda verdad y experiencia.
Mármol acumula allí cientos de barcos en miniatura. Los ha ido construyendo con sus propias manos en los últimos años. Hace veinte, caminando por La Línea de la Concepción, se cruzó con una embarcación en la basura. "Me pareció preciosa. Había que restaurarla y no me lo pensé. Eso fue lo que hizo que empezara a hacer estos barquitos", cuenta.
Manuel buscaba con la mirada el mar desde que era muy pequeño, en Alfarnate, para ver si veía algún barco. "Siempre me han llamado la atención... y mira que no sé nadar", reconoce entre risas. Su mujer, María Luisa, que llega en ese momento de la conversación al trastero, se lamenta. "Con lo que me gusta a mí ir a la playa... y con él no hay forma, siempre con sus barcos", espeta con una mirada cómplice hacia su marido. Llevan 48 años casados.
Manuel ha dedicado gran parte de su vida a la construcción y, cuando le quedaban pocos años para jubilarse, le ofrecieron un puesto de vigilancia nocturna en la obra. "Las noches son largas y, cuando podía, inventaba cómo podía ir construyéndolos. Siempre he sido muy manitas y saco todo lo que me propongo", recuerda.
En el desván, que tiene dos plantas, es casi imposible poder ver con claridad todas las piezas. En cada estantería hay dos o tres filas de barcos de diferentes versiones, colores y tamaños. "Por eso los regalo muchas veces, porque al no tener un sitio donde exponerlos prefiero que la gente los tengan de recuerdo", cuenta el jubilado, que sueña con que el Ayuntamiento de Málaga le ceda un sitio, a modo de museo, donde todos los amantes de la náutica puedan disfrutar de sus barcos.
Alguna vez ha tenido la oportunidad de mostrarlos en exposiciones temporales. De hecho, pronto mostrará una selección de ellos en su distrito. "En el distrito, en Mena, en Diputación y en el Muelle 1 he podido mostrarlos", dice.
En el Puerto de Málaga un hombre le ofreció 1.000 euros por su réplica del Titanic. "No se lo vendí. Estos barcos tienen mucho trabajo. Puedo hacer dos, con suerte, al año. Cada uno me lleva unos siete meses. El Titanic lleva hasta luces incorporadas y es uno de los favoritos de la gente cuando vienen a verlos, no está pagado", relata.
Entre las piezas, un barco pirata, uno de los navíos de Cristóbal Colón o incluso el Melillero, "pero el anterior al que hacía olas". Atendiendo a los detalles, es imposible no fijarse en los cañones que incorpora a algunos. Son tornillos.
"Todo el material que uso es reciclado. Las maderas de los barcos son muebles viejos que voy recogiendo, al igual que las telas que uso para las velas. Uso de todo. Perlas de pulseras para decorar algunas velas, varillas de paraguas... Lo único que compro prácticamente son las pinturas, la cola y las cuerdas. Lo demás, todo reciclado", relata. Así, añade que los mejores materiales son su "inteligencia e imaginación".
Hay veces que se inspira en unos barcos que ya existen, pero la mayoría surgen de su cabeza. "Antes de ser albañil, estuve años trabajando en Suiza y también fui paracaidista", dice. Los años le han hecho tomar experiencia para incluso improvisar en sus diseños.
El peor momento en los veinte años que lleva construyendo barcos fue el día que le entraron al local y le robaron cinco. "Mira que los he buscado, pero jamás supe de ellos. No los encontré por ninguna parte. Me abrieron la pared por un lateral y se llevaron algunos de los primeros que hice", explica.
Su mujer mira a su alrededor. "Uno de los que se llevaron estaba hecho con vigas de uno de los edificios destruidos en mi barrio, El Perchel", declara María Luisa. Los que vieron a Manuel con la viga no terminaban de entender para qué quería alguien una viga de madera. "Cuando le dije a uno que iba a hacer un barco con la viga me respondió: "Sí, hombre, te irás ahora tú a Melilla con el trozo de madera"", cuenta Manuel riendo.
Se emocionan al encontrarse en el desván un pequeño barco hecho con papel, pajitas y un tetrabrik. Detrás de la vela, el nombre de Valeria, una de sus nietas. "Como sabe que me encantan me lo hizo y ahí lo guardo, al lado del resto de barcos de su abuelo", cuenta Manuel, que tiene otros dos nietos, Daniela y Juan de Manuel, su alegría diaria. A todos les gusta juguetear en el trastero de un lado para otro.
Tiene un barco en proceso que cree que podrá acabar para final de año. "Hasta que las fuerzas me dejen haré barcos. El único que me quitó las ganas de hacer fue el que me robó, pero no me dejé venirme abajo. Mientras tanto y el corazón aguante, que sufrí un infarto que casi me lleva a la muerte, aquí seguiremos en los huecos que tenga libres", zanja.