Como todo hijo de vecino sabe sin mirarlo en Google, William Shakespeare escribió en 1597 la que posiblemente sea la trágica historia de amor más conocida del mundo (con permiso de Pretty Woman, walking down the street), Romeo y Julieta. Sin embargo, mucho antes, en 1520, la localidad chichilarga fue testigo de otra pasión imposible que, por suerte y para que nadie sufra, adelantamos tuvo un final feliz.
Si la provincia está repleta de fatídicas y desgraciadas parejas que no vieron cumplidos sus deseos (acuérdense de los tórtolos que, según las leyendas, se estrellaron a las faldas del peñón de los Enamorados de Antequera y que, casualmente, también eran un cristiano y una princesa árabe…) la que hoy traemos en EL ESPAÑOL de Málaga es el encuentro irrefrenable de, qué casualidad, una reina mora (real, no como cuando a tu señora le dices "reina mora de mi morería") y, ojo al dato, un esclavo cristiano.
Pero, al contrario de lo que se pudiera pensar, la historia es bien real, pues Juana de Carlos y Estevan Peres, que así se llamaban nuestros héroes, existieron, ya que se pueden encontrar sus datos en el Archivo Municipal de Málaga, y cuya aventura quedó recogida en el libro La reina de las dos lunas del fallecido escritor malagueño José Manuel García Marín.
En esta obra, Marín relata cómo en el ya mencionado Año de Nuestro Señor 1520 la joven esposa del despiadado sultán de Fez, de la dinastía Wattasi, se enamora perdidamente de un esclavo cristiano y, sobre todo, (como hoy gusta mucho) de su propia independencia.
En esta tesitura romántica, en la que el esclavo, por la cuenta que le trae, también se enamora de la reina (a ver, entre seguir esclavo y escapar con una mujer, uno no se lo piensa mucho, ¿verdad?), ambos deciden pasar el Estrecho, que por entonces no tenía valla, llegando a la Península ibérica y estableciéndose, como tanto gusta a los extranjeros de cualquier época, en Mijas, que entonces poseía un nombre salido de los tebeos de Asterix el galo: Mixas. Pasando antes, claro, por un sinfín de vicisitudes, que es lo que hace que el amor se afiance, incluido un casamiento en Granada.
De las aventuras y peripecias que rodean a esta historia de amor romántico (ese amor tan perjudicial) sólo existen elucubraciones, y es lo que hizo nuestro autor, porque del asunto sólo se conoce que los enamorados se conocieron en la medina de Fez, que entablaron algo más que una amistad, que escaparon, llegaron a España y que la reina logró ser apadrinada en su bautizo por el rey Carlos V y Germana de Foix, de ahí que su nombre sea el de Juana de Carlos (por supuesto, cómo no, siempre son ellas las que renuncian a su religión, pensará más de uno…). Estos datos se saben gracias a los escritos de Pedro Mártir de Anglería, cronista y confesor de Isabel La Católica.
Otro de los detalles es, atención, que la sultana, de la que únicamente se conserva su nombre cristiano, tenía 16 años, mientras que su enamorado, un pescador andaluz capturado por corsarios y hecho esclavo, contaba ya con 54 primaveras (54 años para alguien de 1520 tenían que proporcionarle la apariencia de un anciano de 143 de hoy en día…). Todo esto demuestra que la fuerza del amor es imparable y, además, que realmente es ciego.
¿Qué más se sabe? Pues que después de asentarse en Mijas (donde no hay datos de ellos en su Archivo Histórico Municipal porque su primer padrón data de 1590), Carlos V les prometió 40.000 maravedíes de pensión. No obstante, los pagos se retrasan y la exsultana tuvo que reclamar el dinero a través de cartas que siempre comenzaban diciendo "Doña Juana de Carlos, reina que fue de Fez y vecina de Mijas…".
La Muralla de Mijas
José Manuel García Marín relata en su libro, además, el posible día a día de la pareja en la villa chichilarga, describiendo el entorno de La Muralla, donde está situada la iglesia de la Inmaculada Concepción, a donde la novela relata que Juana de Carlos iba una vez hecha cristiana.
Es por ello por lo que, en este lugar, en 2015, el consistorio mijeño, tras la publicación del libro, puso a un paseo el nombre de La reina de las dos lunas, a pocos metros de una torre que hace las veces de mirador.
Y a lo largo de su recorrido, recordando esta historia, se reparten varios carteles de cerámica realizados por el recientemente fallecido artista José Almirón. En estos carteles, que algunos vándalos han dañado con muy mala baba, se da cuenta de los pasajes de este relato de amor con final feliz. O al menos eso queremos pensar, que fueron felices hasta el fin de sus días.