Arán Pérez-Padilla es un cocinero frigilianense que, con 33 años, perdió “todo lo que tenía” de un día para otro. Se mudó desde Granada a Barcelona en busca de un nuevo trabajo. “Yo soy muy resolutivo”, ha contado a EL ESPAÑOL de Málaga, “siempre me he buscado la vida”. Sin embargo, al llegar a Barcelona se le cerraron todas las puertas.
Tras su primer día en la ciudad condal echando currículums y asistiendo a entrevistas laborales, el malagueño se encontró al volver a casa con una nueva cerradura en la habitación que había alquilado en Barcelona. Había pagado un mes de alquiler y la fianza; pero, cuando quiso volver a la estancia para pasar su segunda noche en la capital catalana, le habían robado todo: sus pertenencias, su ropa, su futuro.
Desde antes de los 16 años, Arán ya buscaba “trabajillos de fin de semana”. Cuando cumplió esa edad, hizo un curso de formación de cocinero y encontró su pasión. Cuenta que “al principio fue duro”, porque sus amigos empezaban a salir y él trabajaba; pero se abrió camino en el sector. Desde entonces, siempre ha trabajado en la cocina: en Frigiliana, donde nació; en Granada y en Barcelona. En un episodio de su vida, también fue soldado militar del Ejército de Tierra, pero posteriormente retornó a trabajar en la restauración.
Al ir de nuevo a la Ciudad Condal, el malagueño se ha vuelto a alejar del calor de los fogones para acercarse al frío de la calle. No ha querido alertar a sus padres: “Están en Málaga, pero ellos también están pasando por un momento difícil y no quiero ser una carga más”. Sus hermanas sí están informadas: “Ellas saben cómo soy, que encuentro trabajo rápido”.
El cocinero vive en la calle desde hace algo más de un mes. “Me levanto sobre las 7:30 u 8 horas, cuando empieza a haber actividad en la calle”, relata. Después, busca una fuente donde asearse y acude al comedor social, donde toma el desayuno. Allí aprovecha también para descansar antes de comenzar su lucha diaria: la búsqueda de empleo, desde un principio sesgada por sus condiciones actuales. “Echo el currículum por La Boquería, descanso en algún parque, otras veces me siento en la calle con un cartel de busco empleo”, cuenta acerca de su rutina. “En las casas de acogida no hay hueco para dormir, pero normalmente consigues ducharte dos o tres veces por semana”, expone, resignado.
Cuando cae la noche, el malagueño se ve obligado a buscar un lugar en el que pasar la noche en la calle. “Duermo abrazado a mis cosas y aun así me han robado un zapato y un calcetín”, relata. Dormir en la calle es una aventura diaria y, aunque en las últimas dos semanas había encontrado un punto en el que pasar la noche, el cocinero afirma que “no hay lugar seguro en la calle”.
Hace dos días, cuando Arán se encontraba sentado con su cartel de “busco empleo”, la misma puerta que hace un mes se cerraba, volvió a dejar pasar un rayito de luz: Marta Cavestany, una transeúnte, se interesó por su historia y quiso ayudarle. “Me ha llamado la atención verlo en el suelo porque estaba bien aseado y peinado como si esperara al autobús para ir a trabajar”, cuenta Cavestany en su perfil de LinkedIn, donde publicó la historia del malagueño junto a su impecable currículum. En dos días, más de 17.000 personas han reaccionado en la red social a la vida de Arán.
El milagro de las redes, si bien es cierto que muchas veces aleja al ser humano, en esta ocasión volvió a conectar a Arán con el mundo laboral. “Me ha llamado la atención que la gente se haya involucrado tanto en algo tan simple, me han llamado de muchos sitios”, asegura el cocinero, al que después de un mes durmiendo en la calle le han ofrecido un puesto de trabajo en el restaurante de un hotel: “Es una oportunidad que se abre ante mí y la tengo que coger, y esforzarme más de lo que pueda”. Así expresa su ilusión ante el futuro sabiendo que en dos días podrá volver a dormir en una cama: en el hotel donde trabajará, también le ofrecen hospedaje.
Al otro lado del teléfono, Arán se encuentra tomando el sol en un parque, con el libro Línea de fuego de Arturo Pérez Reverte en mano, mientras espera a que abra el comedor social, que espera no tener que volver a pisarlo nunca más. Con todo, en su relato no hay un atisbo de victimismo, sino que se siente afortunado: “Realmente tengo lo que necesito para vivir: aire, ropa, comida…”. Y, afortunadamente, ahora también trabajo.