Jess Vázquez junto a Félix, uno de los bebes huérfanos rescatados en esta temporada.

Jess Vázquez junto a Félix, uno de los bebes huérfanos rescatados en esta temporada. Cedida

Vivir

De Málaga a Sudáfrica para rescatar a monos vervet en peligro: la historia de la veleña Jess Vázquez

Desde hace algo más de un año trabaja con 700 primates en Vervet Monkey Foundation, algo con lo que había soñado siempre.

22 febrero, 2023 05:00

Se llama Jess Vázquez, tiene 29 años y se crio en Torre del Mar (Vélez-Málaga). Sin embargo, la vida, o más bien su pasión por el mundo animal, le ha llevado a vivir en Sudáfrica, concretamente a unos kilómetros de Tzaneen, donde se sitúa el centro de rescate, rehabilitación y educación de monos vervet donde trabaja, Vervet Monkey Foundation. Nos atiende a casi 8.000 kilómetros de distancia y a través de una milagrosa videollamada. Los cortes de luz en Sudáfrica son habituales durante el día y llegan a prolongarse hasta doce horas, por lo que somos unos afortunados por haber podido disfrutar de una conexión sin interferencias. “Aquí ya estamos acostumbrados. Es algo agotador, pero todo es mentalizarse”, explica la joven veleña, que guarda una peculiar historia personal.

Cuando Jess era una adolescente y se replanteó las opciones que tenía para trabajar con animales, se dio cuenta de que poco más podía hacer que estudiar las carreras de Biología o Veterinaria. Sin embargo, desde un centro de rescate le recomendaron que hiciera otra carrera y estudiara cursos especializados en lo que ella quería: ayudar a animales en un área de rescate y rehabilitación. “Si estudiaba Veterinaria me dijeron que acabaría dentro de la parte clínica haciendo cirugías, algo que no me convencía”, recuerda.

Y así lo hizo. Se trasladó de Málaga a Madrid para estudiar Periodismo en la Universidad Complutense --desea trabajar en National Geographic algún día--, e ir realizando todos los grados superiores y cursos que encontró en la capital, como los de auxiliar de clínica veterinaria, cuidadora de animales salvajes, comportamiento animal o el de bienestar animal y entrenamiento médico. Málaga no los ofertaba y no dudó en hacer el esfuerzo y marcharse a Madrid. “Mientras tanto, buscaba trabajo en cualquier parte para ir ahorrando dinero para pagarme los estudios y para poder permitirme voluntariados en el extranjero trabajando con animales”, explica.

Era su sueño, lo repite en varias ocasiones durante la entrevista. Quería viajar por todo el mundo para trabajar con la mayor variedad de especies de animales posibles. Su primera parada fue en Costa Rica, donde trabajó con tortugas marinas. Allí cumplió una meta que tenía desde muy pequeña: ver a las “tortuguitas” volver al mar y proteger sus nidos. Y después vino India, con los elefantes; Tailandia, con los gibones; Bolivia, con los monos araña y Perú con otros primates y grandes felinos. Era la vida que le llenaba. La vida que siempre había querido... pero sus ojos miraban a otro continente: África. Siempre fue su pasión, pero era un lugar muy caro para trasladarse a trabajar con animales. “O haces bastantes pagos, a lo que hay que sumar unos vuelos carísimos, o tienes mucha experiencia y consigues irte con un contrato firmado. Opté por la última opción, por eso trabajé en tantos lugares distintos y estudié tantas titulaciones. Llegar contratada hace que los trámites económicos sean mucho más sencillos”, recuerda.

Puso por primera vez los pies en tierras sudafricanas hace un año y tres meses. Llegó como responsable de la medicación de todos los primates del centro –son más de 700–, pero también se encargaba de los cuidados críticos de aquellos “monitos” que llegaban con un mayor número de enfermedades. Desde que empezó a trabajar allí, dio todo de ella y el centro decidió ascenderla. Se convirtió en la encargada de Recursos Humanos y Marketing aprovechando sus conocimientos en comunicación.

El día a día

Pese a que ahora trabaja en ese área, reconoce que a diario tiene que remangarse para atender a algún mono. “Siempre surge algún problema o urgencia, ya sea un primate que haya empeorado allí o que lleguen otros a los que hayan acabado de rescatar, por lo que al final coopero en todas las áreas del centro”, matiza.

Jess dándole medicación a Félix.

Jess dándole medicación a Félix. Cedida

Su método de trabajo también depende mucho de la época del año en la que se encuentre. En sus propias palabras, hay una época de “bebés”, que les da bastante trabajo, y otra en la que se centran principalmente en rehabilitaciones e integraciones de monos adultos a futuras tropas. En la primera, el trabajo se enfoca en esas crías de monos vervet que son previamente rescatadas. “Hay personas que los quieren como mascotas y matan a sus familias. Algunos de los que matan a esas familias son los granjeros. Lo hacen con el objetivo de evitar que se coman sus cosechas. Todos estos monitos se quedan huérfanos. Aparecen agarrados en las barrigas de sus mamás y los traemos aquí para enseñarles, entre otras muchas cosas, a cómo ser un mono. Algunos han estado siempre rodeados de personas y olvidan cómo serlo”, cuenta Jess. Ahora mismo se encuentran en época de bebés y reconoce que es todo una locura. Como un bebé humano, ellos necesitan cuidado las 24 horas del día.

"Algunos monos olvidan cómo ser un mono"

“Pese a ello, mi día a día se centra más en asegurarme de que los voluntarios estén bien, que no les falte nada, estén seguros, aprendan todo lo que necesitan. Sobre todo, que estén contentos y tengan sus tareas en el centro adjudicadas”, cuenta.

La vida

Vervet Monkey Foundation lo forman casi una treintena de personas divididas en dos grupos. Por un lado, están los trabajadores locales, que se encargan principalmente de las labores de mantenimiento, aunque también, por ejemplo, de la elaboración de dietas. Ellos son unos quince y se turnan en tandas de siete personas. El segundo ‘equipo’ lo conforman trabajadores internacionales. Ellos llegan en grupos cada dieciocho meses, puesto que la tramitación de visados no es sencilla en Sudáfrica. En total, siempre hay siete u ocho trabajadores internacionales que se suman a los voluntarios, a los que Jess define como "el motor del centro" para poder hacer otras actividades.

Puede resultar chocante, pero unas 30 personas trabajan codo con codo para atender a 700 primates. Es por ello por lo que se ven obligados a trabajar desde las seis y media de la mañana hasta las ocho de la tarde. Son jornadas infinitas, pero Jess cree que quien quiere “un estilo de vida” como ese, tiene que entender que las cosas funcionan así y que “jamás va a ser rico”. Ella es vocación de los pies a la cabeza. “Un mono no entiende de horarios. Si está enfermo, les da igual si estás de vacaciones o de día libre, al final acudes a ayudar. Igualmente, este centro mira mucho por sus trabajadores y suele darnos al menos un día a la semana de descanso”, relata.

Jess ya se ha acostumbrado. Cree que una vez que entras en la dinámica, todo va rodando de una forma más sencilla. “Aunque he de reconocer que echo mucho de menos la playa de Torre del Mar, ir al cine, el chocolate –un bien muy caro aquí– y darme paseos por un pueblo muy chiquito que me encanta de Toledo en plena naturaleza, Sotillo de las Palomas”, confiesa.

Amante del cine, el único ocio externo al centro que tiene es un hotel, situado a diez kilómetros, donde muy de vez en cuando acude con sus compañeros a tomarse una copa. Se conforma con el área recreativa que tienen dentro de la fundación, donde juega al pimpón o hace barbacoas con el resto de sus compañeros. “Al final, mis amigos están aquí, tenemos a voluntarios de todo el mundo y es donde socializamos. Cuando llegué no había ninguna española. Ahora ha llegado una chica vasca y en unos días llega otra de Madrid. Se nota que me estoy encargando de Recursos Humanos”, expresa riendo. Pese a que está contenta, reconoce que Sudáfrica sigue siendo un país de muchos contrastes. No puede salir sola a la ciudad puesto que sigue siendo un lugar muy inseguro para la mujer. “Aquí ves zonas muy pobres y otros barrios donde vive la gente adinerada que están hasta rodeados de muros electrificados para que no puedan acceder. Es bastante fuerte”, añade.

Su mayor preocupación

No da crédito a cuánta gente de todo el mundo sigue creyendo que los primates pueden ser mascotas. Para ello, utilizan a diario las redes sociales con el objetivo de concienciar a la población y transmitirles el mensaje contrario. “Solemos compartir imágenes de la evolución de un primate desde que lo rescatamos hasta que lo integramos. Muchos nos dicen que les gustaría tenerlo en casa como un perro o un gato porque son monísimos, pero es que no son como perros o gatos, son animales salvajes que en el momento que llegan a ser adultos van a empezar a ser muy agresivos y posesivos y es imposible tenerlos en casa, los acaban metiendo en una jaula, lo que les provoca estrés y los sacan de su hábitat natural”, denuncia. 

Uno de los bebés está con tinte morado para poder identificarle una vez integrado en la tropa de vervets en la fundación tras su proceso de rehabilitación.

Uno de los bebés está con tinte morado para poder identificarle una vez integrado en la tropa de vervets en la fundación tras su proceso de rehabilitación. Cedida

Además, Jess hace hincapié en que para lograr tenerlo en casa, has de matar a su familia, lo cual es más duro aún. “Ojalá podamos cambiar la mentalidad de estas personas”, ruega. Desde su fundación están trabajando ahora con los granjeros sudafricanos, tratando de concienciarles de que no deben matar a los primates para evitar que se coman sus cosechas. “Siempre hay una solución. Es por ello por lo que les estamos enseñando a organizar sus huertos de una forma concreta para que los primates no los ataquen. Les prestamos servicios de educación y concienciación”, dice.

Ayuda

La labor de financiación es también muy complicada para ellos. Los gobiernos no les ayudan y dependen totalmente de donaciones. Hacen malabares para conseguir fondos para la fundación a través de eventos o redes sociales. También pertenecen a Pan African Sanctuary Alliance (PASA), entidad que les otorga unos "estándares de bienestar".

Otras familias tienen adoptados a monos y se encargan de sus facturas y de los cuidados médicos. Ellos les van enviando actualizaciones de cómo se encuentran. También colaboran con ellos algunos agricultores, que no pueden vender frutas y hortalizas con algunos daños en el mercado y se las ceden a ellos como alimentos para los primates. “Si tu pepino es feo, pero comestible, nos vale. Los monitos no rechazan nada”, dice Jess con una sonrisa.

Si te preguntas cómo puedes ayudarles desde España, Jess anima a todo aquel que quiera vivir una gran experiencia que se apunten a ser voluntarios. “Se llevarán una gran experiencia, harán hasta safaris y en todo momento estarán protegidos porque estarán con nosotros, pero entiendo que no todo el mundo está preparado para dar ese paso”, reconoce.

Es por ello por lo que también plantea que cuentan con una web a través de la cual se pueden hacer donaciones económicas, pero también compras que para ellos son muy útiles. Cuentan con una wishlist con productos que les son útiles como peluches para los bebés o bolígrafos y post-its, algo que usan con mucha frecuencia, según apunta Jess. 

La otra opción, con la que no hay que sacar la cartera y que para ellos supone muchísimo es seguirles a través de sus redes sociales: Facebook e Instagram. “Explicamos el trabajo que hacemos en ellas, también contamos los problemas principales de los primates y concienciamos. No cuesta nada seguirnos y llegando a un número de seguidores, las redes también nos ayudan económicamente, por lo que estaríamos muy agradecidos”, dice.

Le pedimos a Jess que cierre el reportaje lanzando el mensaje que quiera al mundo. No se lo piensa mucho: “Ojalá dejemos de estar focalizados en cosas insignificantes y nos demos cuenta de que sin el planeta no vamos a hacer nada más. Hay que cuidarlo, no solo por los animales, sino por nosotros. Cuando menos lo esperemos no vamos a tener dónde vivir”.