15 de agosto de 2023. Este ha sido el día en el que la ciudad de Málaga ha pasado a ser bastión de la Corona del De la Puebla. No es la primera vez que pasa, pero es que cada ocasión hace que merezca la pena. A una plaza de toros hay que ir para enfadarse con el sevillano para romperse con el sevillano. Pero hay que ir. Sus andares por el albero son un paso de palio de vuelta. Es la historia misma avanzando hacia el horizonte del destino, que este martes quedó rezumado con el aroma del toreo caro. 

El segundo toro del festejo (tomaba la alternativa Santana Claros) valió para que Juan José Trujillo se desmonterara tras dos soberbios pares de banderillas. Sin clase y sin certezas, el diestro lo mostró y el público lo vio tras un trasteo correcto. ¿Lo mejor? Que quedaba otro en chiqueros. Juicioso fue un nobletón que se vino a menos conformé avanzó la faena, pero antes de que su casta (o ausencia de casta) se notara, los tendidos ya se habían puesto en pie un par de veces. 

Al aficionado sentado en sol y sombra le tuvo que parecer barato el precio de la entrada después de que Morante se colocara en el estribo y comenzara a pasar al toro con ayudados por alto. Luego vino un molinete invertido, un pase enroscado a la cintura, otro que fue de escándalo y un olé que huía de la garganta buscando dominar el aire con la emoción.

No había nada más importante en ese momento que la sucesión de muletazos que fue cosiendo en la arena entre el rugido del respetable. Con la derecha empezó a verse la costura por la que se escapaba la bravura, pero los trazos finos y delicados del matador seguían construyendo el imperio más grande que ha visto el toreo en el siglo XXI. Morante es dueño de su sino y de cada tanda rota que llevó al enloquecimiento sereno. Los decibelios no eran como en el principio, pero la jauría sonaba como una ópera ante el arrojo torero. 

Es igual que no aguantara el de Juampedro; es igual que la suerte suprema fuera una retahíla de pinchazos. Morante reinó en Málaga. Al finalizar la tarde, cientos de personas le esperaban en la bocana del patio de cuadrillas. Bajo sus pies caminaba el hombre. Sobre sus cabezas se marchaba un torero. 

Juan Ortega

Juan Ortega, ante el tercero del festejo. Jorge Zapata (EFE)

La suerte se había desentendido de Juan Ortega a las 12 de la mañana del martes. La mano inocente sacó del sombrero el papel de fumar con los peores números del festejo: 73 y 201. Sin clase, sin casta. Inservibles. Al tercero del festejo lo aireó trasteando por la cara y al quinto ni eso. Fue tan malo que el público protestó; más por rabia que por Ortega, que venía de triunfar en el festejo de Semana Santa. Palmas por tangos, varios pinchazos y otra vez será. 

Antonio Santana

Antonio Santana, al natural. Jorge Zapata (EFE)

Solo Antonio Santana estaba en la cabeza de Antonio Santana aquella tarde. Por eso, solo él sabe lo que pasó por su cabeza cuando, durante el paseíllo, miró a izquierda y derecha y se encontró con los rostros de Morante de la Puebla y Juan Ortega. Alternativa soñada; sin megalomanías ni insomnios forzados ante el avance imparable del día D.

La tarde pesaba tanto como cualquiera en la que el toricantano toma la alternativa en su plaza y en el día más fuerte del ciclo. Por eso, dejó que su duende torero se adueñara de la situación. El recibo a la verónica de riñones encajados fue la antesala a un combinado de chicuelinas elegantísimas para dejar en suerte a Samurai. ¡Gloria! Dos discretísimos picotazos y el respetable aplaudiendo. Podía haber faena. 

El tercio de muleta se desenvolvió en una sucesión de detalles de exquisito gusto que orbitaron en la volatilidad de tandas sutiles. Sin colisionar en la rotundidad, sí. Pero qué bellas. Dejó media que valió una oreja, aunque la felicidad en el rostro del fuengiroleño rezumaba a la alegría del sueño cumplido. 

Santana Claros no fue libre en el sexto. Es imposible que lo fuera. Esa torería derrochada con la capa solo puede tener una explicación posible: que estuviera dominado por la inspiración. Él no movía las manos, sino que las manejaba el duende que hacía con el diestro lo que quería. Y todo era bueno. Bailó con la cadera cada embestida, meció las idas y venidas de un desconcertante Juampedro y pegó una media que le acarició el costado y los muslos mientras el burel hacía las de pasar.

Luego se complicó la lidia y aunque el nuevo torero brindó al público, la mansedumbre de Nobiliario fue protagonista. La música sonó sin que rompiera la faena (si son asiduos a La Malagueta, ya habrán conocido los caprichos de Puyana). Detalles aplaudidos por el público, despidiéndose con una vuelta al ruedo tras una estocada certera. 

Noticias relacionadas