Miguel, el atleta de 87 años "feliz" por todo lo que la vida le ofrece: "¡Hasta que el cuerpo aguante!"
Su última carrera fue la Media Maratón Ciudad de Málaga, que completó en algo más de tres horas. "Yo ya con acabarlas me conformo", apunta.
4 noviembre, 2023 05:00Noticias relacionadas
El día está nublado, muy feo. El viento sopla y parece que en breve comenzará a llover. Dan ganas de quedarse en casa tumbada en el sofá y con una buena manta. Pero no, tengo una cita en la Ciudad Deportiva Javier Imbroda de Carranque con Miguel García, un señor de 87 años --en cuatro meses cumplirá 88--, conocido en Málaga por participar en cientos de carreras, muchas de ellas maratones.
Habíamos quedado a las diez y media de la mañana, pero son solo las diez y cuarto, el metro ha tardado menos de lo previsto y he llegado con antelación. A la entrada del recinto, unos pivotes me impiden el acceso. Un simpático miembro de la seguridad me atiende. "Vengo a hacer una entrevista", le digo. "¡Hombre, pasa! A Miguel, ¿verdad? Yo le vi entrar sobre las diez, pero no le he visto a salir, así que dirígete a la pista, que fijo está por ahí", dice con una sonrisa.
Y allá que voy. Unos escolares tienen parte de la pista invadida. Deben estar de excursión por sus caras de felicidad. Al fondo, entre la chavalería, logro divisar la figura de Miguel. No falla, como me habían anunciado, ahí estaba, trotando por la pista. Lo único que lo diferencia de un joven atleta cualquiera es que su ritmo es algo más tranquilo y su piel está algo arrugada y manchada. Personalmente, con el día que hace, no entiendo cómo puede apetecerle. Aún no he hablado con él y ya le admiro. Y mucho.
Lleva gorra negra, camiseta de tirantes de color rojo y un pantalón corto oscuro con unas calzas de color piel y unas zapatillas, muy bien atadas, por cierto, de color naranja fosforito. Le hago señas desde la grada y me ve. Se ríe. No termino de entender por dónde se accede y acabo saltando desde uno de los escalones hasta la pista. "¡Si era por allí!", me regaña riendo, a la par que me cuenta por qué ha llegado tan pronto a entrenar. "Llevo ya un rato de aquí para allá porque es que tenía que ir aprovechando, Margarita tiene que ponerse una vacuna a la una y tengo que acompañarla", expresa.
Su Margarita
Margarita es el amor de su vida. Llevan juntos desde 1967 y hace relativamente poco celebraron sus bodas de oro. Dos años de novio le bastaron para casarse. "Es una suerte", dice. "Ella tiene 80 años, siete menos que yo, los cumplió en abril. Es mucho más creativa que yo, le encanta pintar y hacer crucigramas, tiene otras actividades", añade.
"¿Y ella no le acompaña en lo deportivo?", le pregunto. La cuestión le saca una sonrisa. Al parecer, Margarita lleva un tiempo diciéndole que él ya "anda mayor" y que debería ir corriendo menos, aunque siempre le ha apoyado en sus andanzas deportivas. "Yo le digo que aún estoy bien, afortunadamente nunca he sufrido una lesión grave, más allá de alguna tontería muscular", cuenta, mientras que camina de un lado para otro.
Un chaval se acerca a Miguel. Todos los deportistas que entrenan en la ciudad deportiva le conocen, lo ven como un ídolo. Es fácil encontrárselo, pues acude, al menos, tres o cuatro días en semana por allí. "¿Cómo te fue la media maratón, crack?", le pregunta. No le oye. Miguel ha olvidado en casa uno de los "aparatitos del oído" que le ayudan a escuchar bien. El joven se lo imagina y ambos volvemos a repetirle la pregunta. "¡Pues la acabé, terminé en algo más de tres horas, pero la acabé!", espeta.
Ese es su objetivo, acabar todas las carreras en las que participa. Miguel lleva 45 años corriendo desde carreras populares hasta maratones. De estas últimas ha hecho casi una veintena, ya no recuerda bien el número, pero ya son demasiado largas y se centra en las medias, de 21 kilómetros. "He estado en varias maratones en Portugal y en Madrid, también he corrido carreras en Fuengirola, en lo que era Los Pacos; Granada y Valencia. En Valencia, de hecho, tengo mi mejor marca, dos horas, treinta y ocho minutos", expresa.
Sin embargo, resalta que no quiere olvidar mencionar las clásicas carreras de El Corte Inglés. "De esas he hecho prácticamente todas, fue mi primera carrera. Esas son las que promovieron el ambiente de correr aquí en Málaga, igual que las de la Peña del Bastón", asevera.
El motivo por el que empezó a correr fue, precisamente, un trabajador del gimnasio de Carranque. "Antes todo esto [señala a la pista de atletismo] era un barrizal, una explanada sin nada. Yo estaba en el gimnasio y me dijeron que calentara un rato por aquí. Conocí a gente que corría y, no sé, me picó el gusanillo", declara.
Aquel "gusanillo" le ha dado la vida, pues desde entonces no ha dejado de correr prácticamente a diario. Aunque él ya se cuidaba mucho por aquellos años, pues con 18 años soñaba con ser torero, algo para lo que se requiere una gran formación. "Hice algunas novilladas, pero me faltó un apoderado, un padrino que me ayudara. Finalmente, dejé esa opción y entré en el mundo de las Obras Públicas, donde me coloqué de topógrafo. A eso me he dedicado hasta los 64 que me jubilé", relata.
Rutinas
Precisamente desde que se jubiló tiene sus rutinas muy marcadas. Se levanta religiosamente a las seis y media de la mañana y prepara el desayuno mientras que su querida Margarita duerme "un poquito más". "Aunque también madruga mucho, pero no tanto como yo", apunta.
Desayuna, normalmente, un café acompañado de un trozo de bizcocho o una tostada con mantequilla. Tras unos estiramientos y abdominales con unos pesos de plomo que guarda en casa, se marcha a entrenar a Carranque o al paseo marítimo de La Malagueta cuando quiere hacer más kilómetros. "Yo puedo hacer perfectamente más de 400 abdominales diarios", señala orgulloso.
Sobre las once, cuando vuelve de entrenar, toma pan con aceite y un vasito de agua. "Dicen que el limón en el agua es bueno, sí, pero yo nunca lo he tomado... Y aquí estoy, mal no me ha ido", manifiesta, con gran sentido del humor.
Para el almuerzo, siempre come algo de legumbres. "El cuchareo, ¡lo de toda la vida!", subraya. Le encantan los garbanzos con espinacas. A primera hora de la tarde, toca una cabezadita y, tras ello, un poco de ocio, desde un paseo con Milú hasta tocar el piano. "De la maquinita esa [señala el móvil]... paso, yo cojo las llamadas cuando puedo, pero no tengo WhatsApp ni nada de eso. De ordenadores solo manejan los sobrinos que tenemos, pero yo nada de nada, ni quiero", asegura.
Y para cenar, reconoce que no come demasiado. "Algo ligerito, un yogur con medio plátano y a dormir prontito, sobre las nueve y media de la noche, para rendir al día siguiente", añade.
"Soy muy feliz"
Miguel es "muy feliz". Junto a Margarita, ahora los otros dos amores son su perrita Milú y su gato Lasi. "¿Sabes por qué se llama así Lasi?", pregunta, buscando mi curiosidad. "Se llama así porque yo estudié solfeo, me encanta tocar el piano. Muchas veces lo toco después de la cabezadita de después de comer. 'La' y 'Si' son las dos últimas notas de la escala musical antes del 'Do', esa es la historia del nombre", confiesa riendo.
No tiene hijos. Tampoco le importa demasiado, según reconoce. "La vida es así, hay que aceptarla como viene, hemos aprendido a ser dos, con Milú y Lasi, aunque hemos tenido otros perritos a lo largo de nuestra vida... te diría que es la tercera que tenemos. Nunca se sabe si hubiese sido mejor o peor nuestra vida con niños", comenta.
Insiste en que ambos son muy felices porque viven y dejan vivir, "a lo nuestro, sin molestar a nadie y con mucha paz". Para él la felicidad es eso y, sobre todo, no padecer enfermedades. No se plantea colgar las zapatillas y cree que no las colgará nunca. "Mientras me pueda mover, hasta que el cuerpo aguante, seguiré a la carrera de un lado para otro", zanja.