En el corazón de tierras que anhelan la caricia del agua yacen historias nunca antes vistas, y menos contadas. Ríos, ante bulliciosos, ahora susurran la crónica de una muerte anunciada. La sequedad se muestra como más que un estado meteorológico. Un testigo mudo de luchas diarias que tienen una pugna constante con cada hoja, que se intenta aferrar a su verdor característico. De la aridez no emergen palabras, emergen silencios. El mundo se convierte en una odisea donde el estar marchito es más que una opción válida para vivir.
El tono árido se lo comió todo. El verde característico de la naturaleza se disolvió en el llanto de miles de agricultores que temen perder todos sus cultivos. Las grietas son el principio de algo que terminará en algún momento. Estas grietas son un libro abierto que invita a explorar la riqueza oculta que hay, donde la vida también existe, residente, enfrentando los desafíos del propio entorno.
Benjamín Navarta, junto con más de 10.000 agricultores, está en una situación crítica. El ecosistema se muere. La Axarquía se muere. Navarta presenta un rostro desgastado. Sus ojos entremezclados con azul y verde hipnotizan al más espabilado. Sus pómulos arrugados muestran el sufrimiento incesante que experimenta cada día. Su tono de piel moreno refleja al instante la cantidad de horas que pasa debajo de un sol durmiente.
En 2015, en un acto meditado, pero arriesgado, inició una nueva andadura en la agricultura de la Axarquía. Algo totalmente novedoso. Un cultivo de fresas semi-hidropónico. Algo que en Andalucía era una verdadera revolución. Estaba haciendo historia y no lo sabía. Este tipo de cultivos se sustentaba sobre todo con fibra de coco. Un material que provenía directamente de la India. “Me toy’ dejando la vida en ello”, expresa Benjamín con los ojos impregnados en esas lágrimas que tanto le faltaban a su producción.
El agua lo secó. La agricultura, que era su principal motor para seguir con vida, junto con sus hijos, se volvió su peor enemiga. Aun así, no podía dejar de insistir en ese negocio por el que tanto había apostado desde un principio. Dejó su vida para ello. Lo sacrificó todo. Momentos con su familia. Días y días vigilando que todo estuviera en orden. Todo. ¿Para qué? Para que el agua se “extinga” de la Axarquía y, tanto él, como miles y miles de agricultores estén en una situación crítica y sin ningún tipo de solución.
No se rendía. No era una opción. Realizó innumerables viajes a Holanda para buscar la perfección. Para ser el mejor. Para destacar en un paisaje árido y seco en el que cada vez que miraba hacia atrás veía un agricultor sufriendo por no poder sustentar su cosecha. En esos viajes tuvo la suerte de conocer a un proveedor de Bélgica. “Fue mi salvador”, recalca con un nudo en la garganta y, posteriormente, da un trago a un café con leche que está prácticamente helado.
-¿Sentías que era la única opción que te quedaba?
-"No me quedaba otra, o jugaba esa carta, o no jugaba ninguna. Sencillo", responde Benja, que es como lo llaman sus amigos, al hablar de la desesperación que sentía en ese momento.
Navarta, para intentar paliar la falta de agua en la Axarquía, hace lo que no está escrito para que no le afecte a su producción. Aun así, su producción se ve muy mermada. Tanto que cada vuelta al sol pierde más y más la fortuna, que se escapa. En estos dos últimos años, la angustia aumenta, "sobre todo por las noches, que es cuando más pienso", dice Benjamín entre pequeños sollozos.
El líquido esencial, que, supuestamente, debe abrazar a la sed de la tierra, se esfuma. Mientras, aparece en él un deseo inexplicable, pero a la vez poderoso, de querer que sus hijos no sean los protagonistas de la película, en la cual su padre es la estrella principal. Un filme con un final todavía por decantar y del que no se sabe cuando terminará el rodaje.
-¿Cuántos kilos has perdido en este último año por la escasez?
-Va a sonar bastante fuerte, pero uno’ 6.000 kilo’. Eso en dinero e’ cerca de uno’ 30.000 euro’.
¿Cuál es la solución a todos estos infortunios de la vida acuífera? Esta es la pregunta que ya no solo se plantea Benjamín Navarta, sino miles y miles de agricultores que dependen del diamante líquido para poder llevar, aunque sea, un trozo de pan a su mesa. Al fin y al cabo, en este mundo hostil y cruel, lo único que importa es que los seres queridos de las personas que lo están pasando mal puedan sustentar su cuerpo de la mejor forma posible.
“No hay sequía, hay un saqueo impresionante”, dice fulminantemente Navarta, totalmente indignado, en ese momento da otro sorbo a su café con leche, ya totalmente frío. Las palabras del experimentado se impregnan en la mente de quien lo escuche. La frialdad de sus palabras se acrecen más. La desesperación es el terror que le recorre desde el mismo talón hasta su cabeza erosionada por todas las horas pasadas bajo el sol.
David Herrera, junto al protagonista de esta historia, dice perplejo que en la Axarquía hay agua. Con ironía, expresan que esos aclamados y tan perfectos políticos están mintiendo sobre la situación de la Axarquía, una zona que se nutre, sobre todo, de la agricultura y la ganadería. “Lo que hay es una mala gestión”, manifiesta Herrera observando a la nada. Indignado resalta que la gestión que están haciendo los diferentes dirigentes políticos es inaceptable.
El curtido ingeniero agrónomo da un sorbo a su Cruzcampo ‘fresquita’, reflexiona sobre todas las medidas que se han tomado en este último año por la sequía vislumbrada que hay, sobre todo, en la zona de Vélez-Málaga y Algarrobo. “Ninguna útil para el agricultor”, expresa riéndose porque si llora no es plan, ni solución ninguna para revertir la situación. Repite unas ‘tropecientas vece’ que se trata de una pésima gestión de la política y los diferentes ministerios de agricultura. “No hay ningún ministro de agricultura que haya trabajado, aunque sea un mes, en el campo”, verbalizan al unísono y totalmente estupefactos.
Se sienten desatendidos. Solos ante una sociedad que se queja, pero que quiere que se solucione de una vez por todas la sequía en la agricultura. “Si no ponemos todos de nuestra parte, es imposible”, dice fulminantemente Herrera. Esa soledad muestra, en ese oasis frío y oscuro de la vida, una compañía para ambos. Una compañía que se fraguó en el pasado y que se hizo más fuerte e intensa en el futuro.
-¿Qué opináis de las desaladoras de aguas que tan famosas se están haciendo en estos últimos meses?
-Son una mierda para la agricultura, sentencia David Herrera.
Las desaladoras, esa maquinaria pesada y de alto coste de mantenimiento que está relacionado con la danza cristalina que debe abrazar la sed de la tierra. Aunque esta tiene más sed que nunca. "La sociedad vive en la mentira de las desoladoras, al igual que la gran mayoría de los agricultores", decía Herrera estupefacto por la incredulidad de la población. Las alquimistas modernas, que despiertan el néctar líquido de las profundidades marinas, no son esa solución para los agricultores. Al quitar ese porcentaje salino del agua, también extraes esa parte fundamental de minerales, dejando únicamente el sodio. "La Axarquía no se remonta así", concluye Benjamín con el rostro que llega a esas profundidades marinas.
La desaladora es la solución más mediática. No por ello debe ser la mejor. Pero en la zona de la Axarquía existen innumerables presas y galerías. Construidas en esa época tan maravillosa para la agricultura, los primeros años de la democracia.
Felipe González ordenó, con mano de hierro, construir esas presas. ¿Para qué? Para preservar el agua tanto para la ciudadanía, como para los agricultores. ¿Se está llevando a cabo? No. Benjamín, al realizar una pequeña investigación, cuenta irónicamente que las galerías de la zona de Algarrobo están “llenas de basura”, pero que no se limpian porque supone un coste algo “elevao” para los de arriba.
¿Qué no hay agua? ¿Seguros de ello? Entre el año 1995 y 2006 se generó en la zona del pantano de La Viñuela una media de 94,96 hectómetros cúbicos por año. Durante estas últimas vueltas al sol ha llovido en la tierra. Con lo que, la ciudadanía, aunque no lo crea, dispone de agua. Un líquido puro. Un derecho que pierden en el momento en el que proceden a ingerir este néctar para sustentar su árbol. Ese árbol que, en todos los sentidos, cada vez piensa menos en crecer. Pasan los segundos y está más marchito que el anterior.
-Desde los diferentes gobiernos plantean el uso de las aguas residuales ¿Es una verdadera solución?
-Es otra mierda igual que las desaladoras. Siento ser tan franco, pero es así, dicen al unísono.
Atónitos, recalcan que las aguas residuales son la peor opción para la agricultura. La que más daño le puede provocar a los agricultores. En la Axarquía ocurre algo que, seguramente, sucede en el resto de España. Las presas son las encargadas de redireccionar el agua por todos los ríos, además de almacenarla. El problema es que las infraestructuras son nefastas. Pésimas. A ambos les faltan adjetivos despectivos para calificar a esas infraestructuras que fueron construidas hace más de 50 años y, que todavía siguen ahí.
"Las aguas residuales son tan malas porque pudren la tierra", expresa iracundo Herrera. Recalca que la mala gestión de todos los gobiernos que ha habido en España está provocando que los agricultores estén empezando a creerse que las aguas residuales son una opción viable. Pero es que esto no es así. "Lo que provocaría sería que los cultivos se mermarían y, entonces, la calidad de los productos bajaría en exceso", una pequeña recomendación by Herrera.
Benjamín Navarta y David Herrera quieren revertir esto en la Axarquía. Para ello, hace un año contactaron con la experta en el derecho del agua, Pilar Esquinas. Con el fin de concienciar a la población axarqueña sobre el buen y correcto uso de su diamante líquido. Para el néctar de los agricultores. Para que estos incrédulos e inexpertos agricultores supiesen como utilizar el agua que emplean a la hora de nutrir sus cultivos.
Navarta y Herrera plantean una única solución. Una que sea la definitiva. Intentar un desenlace feliz para todos los agricultores. Para todas las personas que viven por y para el sembrado de la tierra. ¿El problema? La terrible gestión de los de arriba. "¿Es que hacer cosas con la cabeza no entra dentro de sus planes?", repite Herrera, colérico por el momento.
El néctar azul está, el dilema es cómo se distribuye. Los agricultores se sienten estafados. Creen que, en el futuro, el agua será destinada a una industria que únicamente tiene fines económicos. No humanos. En ese caso, perdería la agricultura. Perdería la vida.
El corazón de la tierra anhela la caricia del agua. Es una obviedad. La historias que se tenían que contar no han sido contadas en el momento idóneo. Otra obviedad. Los ríos ya no susurran, lloran sin soltar lágrimas. Ya no se habla de la crónica de una muerte anunciada, sino de la muerte en términos generales. Ya no hay luchas constantes con las hojas por soportar el verdor. Como decía Pablo López en una de sus canciones: "El mundo ha roto, el mundo estalla". El dilema existencial es: ¿Queremos mirar hacia atrás y acabar con el saqueo?
Francisco Sánchez es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.