Nuria González descubrió la palabra leucemia en 2007. Solo tenía dos años y medio cuando la vida le dio un revés obligándola a cambiar los parques por los hospitales. Un trasplante de médula le salvó la vida. Su donante fue su hermana, cuatro años mayor que ella, otra niña que actuó como una verdadera heroína para ayudar a la más pequeña de la casa, a su ojito derecho.
En la actualidad, Nuria tiene 19 años. Aunque terminó el tratamiento de la enfermedad en apenas un año, aquellos meses marcaron su personalidad y, precisamente, no para mal. "He pasado mucho, en gran parte por la leucemia, pero a la vez siento que estoy construyéndome y que tengo los maravillosos amigos que tengo ahora gracias a este proceso", cuenta la joven.
Sus ojos brillantes y una sonrisa que no desaparece de su cara demuestran que Nuria, después de todo lo que ha pasado, ha sabido darle la vuelta a la situación. Ahora prefiere centrarse en valorar los pequeños detalles de la vida como pueden ser dormir en una cama con sábanas recién colocadas o viajar en coche mientras que el sol le da en la cara. "Mi madre, por ejemplo, ya no planea nada. Dice que improvisando nos va mejor", expresa.
Tras finalizar el tratamiento, Nuria volvió al colegio con cinco años y, recuerda, "llena de ansiedad social". Durante mucho tiempo, el único contacto que tuvo era con su familia, sobre todo con su madre. No se relacionaba con otros amigos ni compañeros de clase. "Yo llegaba a clase y me ponía mala del estómago. Recuerdo que mi psicóloga me dijo que tenía que pensar que la gente que había allí era como mi madre y mi hermana, que yo iba a jugar. Aquellas palabras me hicieron mucho bien", relata.
No olvida cómo su profesora gestionó su enfermedad. Pese a que ella se incorporó a mediados de curso, desde el comienzo del año escolar, en uno de los percheros que había en clase, figuraba su fotografía. "Yo para los niños era un mito, una leyenda, qué sé yo... Un fantasma. La profesora no explicó ni quién era, ni qué me pasaba. Luego entré yo, sin estar calva, porque me había crecido algo el pelo, pero más delgada, debilucha, con poco pelo... Y los niños no quisieron saber nada de mí", lamenta.
Sufrió bullying desde los cinco años hasta tercero de la ESO. "En tercero sufrí un mental breakdown. Nunca tuve suerte con la gente de mi edad, pero mi mejor amiga, más chiquitilla que yo, fue ingresada en el hospital y falleció ese mismo año. Me quedé con cero amigos. Pasé un año regulero, dejé de desayunar, lo que hizo que me regañara mi madre. Fue un punto de inflexión, parecía que había vuelto a la casilla de salida", explica Nuria, con una madurez asombrosa. En cuarto, trató de entrar a clase con un nuevo "chip" y conoció a uno de sus mejores amigos, una pero que define como "buenísima" y que "nada tenía que ver a lo que conocí hasta ese momento".
No le tiembla la voz recordando su paso por las consultas ni lo mal que se lo han hecho pasar algunos compañeros en clase. Ha aprendido a trasladar con positividad su testimonio gracias a su psicóloga. Tanto, que incluso es voluntaria en la Fundación Olivares, una organización donde trata con niños que están pasando, en cierta medida, por el mismo calvario que pasó ella y de la que ella formó parte como paciente en sus inicios.
"Ahora me llevo súper bien con las chiquillas que he conocido en Olivares y también en la Asociación Española Contra el Cáncer, que están haciendo un campamento de verano para adolescentes. Porque es verdad que hay muchas asociaciones, pero es cierto que se centran en los más peques, pero pasas de los 14 y hay un rango de edad que queda desamparado", lamenta.
La fundación
"A Olivares estuve yendo con mi familia desde 2013 hasta Bachillerato. La conocí cuando estaba casi recién fundada. No iba de seguido, pero cuando organizaban actividades, iba de vez en cuando, sin agobiarme. Si bien, me ayudó mucho echarme amigas en la asociación. Hasta que no llegué a ella, yo no hablaba de la enfermedad con nadie más allá de mi familia, la pasé muy pequeña. Sentía que nadie me entendía", recuerda.
Ser voluntaria ahora le llena mucho. Está al 'otro lado', desde noviembre de 2023, momento en el que le comunicaron que necesitaban a personas que echaran una mano en la fundación. Para ella fue "una puerta abierta", pues sabía que los voluntarios acaban disfrutando más que los propios niños. "Había estado muy centrada en los estudios, había entrado ya a la universidad, quería ponerme con el deporte, a estudiar idiomas... Y quería hacer un voluntariado. Cuando me llamó Macarena de la fundación no me lo podía creer. Me llamó para felicitarme por mi cumpleaños, aunque no era; estaba mal en la ficha de datos, pero me hizo un regalazo", dice Nuria.
Reconoce que le es difícil no hacerle mil preguntas a los críos, le encantaría que se abrieran con ella y compartieran cómo están viviendo la enfermedad. Sin embargo, la organización, por norma, no permite a los voluntarios indagar en ello. "Si eres niño, puedes hablar con las otras familias y compañeros, pero los voluntarios, no. Entonces con los peques no hablo tanto. Con las chicas de mi edad, sí. Me salto la norma... Ya son amigas", confiesa entre risas.
A la par, Nuria reconoce que los niños que están en la Fundación Olivares son unos verdaderos afortunados. "A mí me da mucha alegría que tengan un apoyo como Olivares mientras sufren la enfermedad. Yo estuve a posteriori. En el proceso es súper importante", reconoce.
Su función es diferente cada día de voluntariado. Por un lado, están las jornadas con eventos, donde igual organizan un mercadillo que un acto. Así, otros va a la Sala Blanca del Hospital Materno Infantil de Málaga. En ella se encuentra con niños que van al hospital de día. Allí siempre hay videojuegos y entretenimiento para ellos.
También está lo que ella llama como "el voluntariado de los viernes", en la sede. "Hace poquillo tiempo hicimos un taller de galletas, también hicimos otro de carpintería en el que los peques lijaban sus nombres... Está chulísimo", dice.
Presente y futuro
Nuria se encuentra ahora "en remisión completa" de su leucemia mieloblástica aguda. Ya solo va a algunas revisiones "por protocolo". "Aún quedan algunos resquicios, como que tengo que tener cuidado con el hígado, pues me salieron algunos nódulos. Estoy tratando de perder peso para mejorarlo, cuidando lo que como. Tengo el pelo muy fino, la piel delicada... Tengo que tener un cuidado tremendo con el sol. Creo que lo más fuerte es que no puedo ser madre con mis propios óvulos, pero ahora mismo no me preocupa, ya se verá. Existe la ovodonación", apostilla.
Compagina el voluntariado y sus primeros pinitos como escritora --ama la literatura--, con sus estudios de Magisterio de Educación Infantil. "Es curioso, pero siempre leía libros de Medicina. Creo que todos los peques que han pasado por algo así acaban diciendo que quieren ser médicos o enfermeros, pero yo tuve claro que mi futuro estaba en una clase", expresa.
Intentó entrar a Educación Primaria, pero no accedió por una décima, así que apostó por Educación Infantil. "Y lo estoy disfrutando muchísimo", dice con una sonrisa, porque le están enseñando "a conectar con los niños, escucharlos y saber mirarlos", justo lo que aquella "seño" que tuvo en Preescolar no hizo con ella. "Ha sido una influencia para saber lo que quiero mejorar del sistema. Es cierto que pasaron muchas cosas, pero no supo gestionarlo bien. Trabajaré para intentar que no vuelva a pasar algo así, al menos en mi clase; se me ocurren mil cosas", zanja.
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