Málaga es un mosaico de culturas, de civilizaciones y de belleza, en el que la vistosidad de los municipios del litoral se da la mano con la hermosura de los pueblos de interior. Un universo particularmente atractivo al ojo, en el que prima el color blanco de las fachadas encaladas y que, pese al discurrir de los años, han mantenido buena parte de su esencia.

Un caso inequívoco es el de Ojén, localidad escondida en pleno pulmón natural del parque de Sierra de las Nieves y a apenas 10 kilómetros al norte de Marbella. A las reminiscencias árabes del pueblo (Ojén se menciona en crónicas sobre la rebelión mozárabe frente al Emirato de Córdoba, a principios del siglo X), hay que sumar el inmenso potencial paisajístico de su emplazamiento.

Es justamente este valor uno de sus grandes atractivos, convirtiéndolo en una plaza idílica a menos de una hora en coche de Málaga capital. Aunque son muchos los alicientes que invitan a acudir a Ojén, a pasear por sus escarpadas calles, el relacionado con la naturaleza.

Porque quien viaje a este lugar podrá disfrutar de una piscina natural a poca distancia del núcleo urbano. Se trata del Charco de las Viñas, una poza de agua situada junto al cementerio del pueblo que suele estar muy concurrida, por lo que se recomienda acudir con antelación.

El agua ha sido históricamente una de los grandes protagonistas del pueblo, como lo demuestra la Fuente de los Chorros, que fue construida en 1905 y que cuenta con cinco caños de agua. Se localiza junto a la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, uno de los principales monumentos de la localidad. El templo data del siglo XVI y cuenta con una única nave.

El visitante también podrá disfrutar de los muchos recovecos generados en el terreno, dando forma a grutas localizadas en la parte alta del pueblo. Algunas de ellas han sido tradicionalmente usadas por animales, a modo de refugio; otras, se han domesticado, dando cabida a eventos culturales y otros actos.

La villa de Ojén cuenta con las características propias de un pueblo de montaña. Y siempre ha recibido la visita de numerosos e ilustres turistas. Ya en el siglo XVIII el cronista británico Francis Carter lo describía como "un pueblo de gente afable y sencilla, que desconoce el té y el café, pero que disfruta de leche de cabra en sus tazas de barro".

Muchas son las curiosidades del municipio. Una de ellas es el festival de flamenco El Castillo del Cante, por el que desfilan las grandes figuras del momento; otro es su reconocido aguardiente, que fue el más famoso de España.

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