En 2017 la vida de Sandra daba un vuelco de 360 grados. Un día como otro cualquiera, hace cuatro años, mientras se hidrataba la piel con un poco de crema, se notó un bultito en el pecho que le llamó la atención puesto que hacía tan solo un mes y medio que había acudido a hacerse una ecografía y una mamografía.
Por ello, y como siempre se recomienda, decidió llamar a la consulta de su ginecólogo, donde le recomendaron que se hiciera otra ecografía "sin prisa pero sin pausa". A la semana, le dieron un resultado duro e inesperado. Sandra tenía un cáncer de mama en grado tres que se había formado rápido y con mucha proliferación.
"El momento de enterarme fue muy duro y fue por teléfono. Nadie está preparado para escuchar que tiene cáncer", añade. En cuestión de diez días, le habían hecho todas las pruebas y le habían operado. "Fue todo muy rápido y siento que me llevaron de la mano y en volandas", cuenta a este periódico.
Siempre recomienda elegir bien al oncólogo que te va a acompañar "a lo largo de este camino", ya que si verdaderamente conectas con él, como fue su caso, acabas agradeciéndolo mucho. "No por ello el resto son menos profesionales, pero a veces no solo importa la información. Hay otras cosas que afectan al mensaje", recalca.
La familia
"Lo peor de tener cáncer es trasladárselo a la familia. Sin duda", responde con rotundidad Sandra. Cuando llegó a casa le soltó a su marido la noticia "como una bomba". "No podía decírselo por teléfono. Llegué a casa, le dije que tenía cáncer y que iba a pedirme la baja para pensar en mí, en mí y después, otra vez en mí", recuerda.
Reconoce que fue muy "dura" y algo "fría" con sus maneras, por lo que tras ir a por la baja volvió y le propuso ir a tomarse una cerveza. Un acto que se convirtió en una tradición para ellos durante la enfermedad. "Cada viernes allá que íbamos a tomarnos una", cuenta con una sonrisa.
Respecto a sus hijos, de 11 y 14 años, el pequeño, que fue el que la rapó antes de iniciar la quimio, "no llegaba a entender o no quería entender" lo que pasaba. Un día le preguntó si sabía qué le estaba pasando. "No sé", le respondió.
Así, madre e hijo comenzaron a charlar sobre el cáncer y el pequeño hizo una pregunta que Sandra no va a olvidar nunca: "Mamá, ¿te vas a morir?". "No esconder la enfermedad a los míos era clave. Si tenía que hablar con alguien sobre ello por teléfono delante de ellos no censuraba palabras, no quedaba otra", comenta.
En cuanto a la mayor, esperaron a que volviera de Alemania para contárselo ya que se encontraba allí estudiando. Tras enterarse, su reacción fue hacer preguntas, preguntas y más preguntas. "Creo que a muchas de ellas no tenía respuesta, ella iba aún más allá", dice.
Sin embargo, lo que no sabían estos chicos es que justo cuando la palabra cáncer iba a desaparecer poco a poco de sus vidas, tras saber que su madre ya estaba "limpia", llegaba el cáncer de recto de su padre. Todos luchaban desde hace meses contra el cáncer desde casa, pero ahora lo hacían literalmente.
"No sé si es más difícil sufrir un cáncer en tus propias carnes o el de la persona que quieres. Es muy difícil y muy duro", dice emocionada Sandra, admitiendo que cuando uno padece la enfermedad sabe cuándo miente y cuándo algo le duele de más pero lo disimula. Sin embargo, ella no sabía si los "estoy bien" de su marido eran de verdad o no. Le preocupaba que sufriera en silencio.
"Pasé una depresión muy gorda. Él tiene una personalidad más débil. Yo me hago la fuerte. Lo pasé peor por mis hijos, porque ya no se tambaleaba solo un pilar fundamental, sino dos", cuenta. Finalmente, tras algo más de un año desde que ella acabara el tratamiento y un mes y medio después de que lo acabara él, ambos consiguieron tocar la campana de los sueños en el Hospital Quirón juntos.
Del cáncer nunca te curas
En la actualidad, Sandra pasa por revisión cada tres meses y su marido cada seis y asegura que aunque esto es buena noticia, nadie más que ellos saben lo que se pasa al entrar por las puertas de la consulta. "Los pilares siguen tambaleándose siempre. Podemos recaer en cualquier momento. Lo peor nunca ha acabado", admite.
De hecho, justo antes de la Navidad pasada le comunicaron a su marido erróneamente que tenía metástasis. Él, que creía que de un segundo asalto no saldría vencedor, decidió aprovechar las fiestas para repartir sus objetos personales entre sus seres queridos. Sin embargo, sigue disfrutando de la vida junto a su familia.
Sandra ha tratado su ansiedad y su depresión con una medicación que se suma a la que toma para que no vuelva el cáncer. Todo ello provoca una serie de efectos secundarios añadidos al propio cáncer, que ha provocado que le extirparan los ovarios y el útero. "Me hice tres biopsias y les dije que me los quitaran, no quería seguir viviendo ese calvario", reconoce.
"A veces nos sentimos ninguneados porque la gente cree que la enfermedad no nos deja secuelas por el simple hecho de que van por dentro. Encima si estás vivo, no te puedes quejar", reivindica Sandra.
El remo, su salvación
Pese a que atiende a EL ESPAÑOL de Málaga por teléfono, Sandra irradia buena energía y positividad pese a todo lo que ha sufrido y sigue sufriendo. Ha aprendido mucho de la enfermedad y ya no es la misma que hace cuatro años.
"Si yo era disfrutona, ahora lo soy por veinte. Me pinto los labios y me arreglo para irme a la calle con amigas o con la familia. Ya no planifico nada, prefiero que todo vaya surgiendo espontáneamente", explica.
De hecho, el pasado fin de semana estuvo con sus compañeras de Málaga Dragon Boat BCS, el equipo de remo del Real Club Mediterráneo de Málaga que conforman supervivientes de cáncer de mama, en una exhibición en Sevilla con motivo del 19-O.
A la vuelta, en el coche, cuando algunas de esas 35 mujeres que reman junto a ella estaban en un momento de risas, Sandra dijo lo afortunada que se sentía por estar viviendo ese momento junto a ellas. Algo que cree que si no hubiese padecido la enfermedad no hubiera sido capaz de valorar nunca.
"Que hiciese un buen día, que la compañera que había recaído en la enfermedad volviera a remar con nosotras o poder formar parte de esa exhibición. Había mil cosas por las que sentirme afortunada", subraya.
El deporte, primordial para vencer su enfermedad, le ha dado vida. Entrenan normalmente durante una hora y media tres días a la semana la modalidad de Llaut y entre dos y tres días la de Dragon Boat, en función de si tienen o no competición en días próximos.
"Me ha venido genial formar parte del equipo porque cuando tienes cáncer la mochila se vacía de gente. Unos vuelven y otros no porque no son capaces de ver a una persona con cáncer. Sé que es duro, pero al final no son ellos los que se mueren, somos nosotros", dice con rotundidad.
Entre ellas entienden sus calambres, sus dolores y hasta su mal humor. Entre ellas se apoyan y se animan en cada revisión. Se autoproclaman como "las intensas". Son el reflejo más puro de que pese a la dureza del cáncer este también deja cosas muy bonitas.
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