En la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria: "Hay quien piensa que es una moda o cuestión de capricho"
Málaga cuenta desde hace poco más de un año con el segundo espacio de Andalucía dedicado a estas enfermedades.
4 julio, 2023 04:55Carla tenía 14 años cuando comenzó a dejar de tomar alimentos fritos y a evitar el dulce. No tenía ningún problema de peso, lo hizo simplemente por seguir los pasos de su hermana mayor, su referente. Pero esta, poco despúes, se cansó y lo dejó y ella continuó en misma dinámica “hasta que llegó un momento en el que dejé de comer”.
“Me llevaron al hospital y acabaron ingresándome en un centro. Cuando entré, vi a una chica muy delgada en el pasillo y pregunté qué le pasaba. ‘Lo mismo que a ti’, me contestaron. ¿Y a mí qué me pasa? Anorexia”, recuerda. En concreto, anorexia restrictiva, una enfermedad que lleva a quienes la sufren a desarrollar ciertas estrategias en su día a día para restringir los alimentos que ingieren.
En los años que lleva arrastrando el trastorno, asegura que ha vivido diferentes etapas. Consiguió estudiar en la universidad y comenzar una trayectoria profesional no sin poco esfuerzo. “A veces pensaba que lo había superado, aunque siempre tenía mis cositas de no comer ciertos alimentos. Si en esos momentos me hubieran puesto delante un dulce, habría salido sin duda mi parte enferma”, explica.
En su relato expone de forma casi heroica cómo conviven en ella su parte sana y su parte enferma y la lucha constante de la primera para frenar a la segunda. "Cuando mi parte enferma me dice que estoy mal, mi parte sana me recuerda que mi Índice de Masa Corporal es una mierda. Intento siempre seguir parámetros objetivos, pero aún así es difícil”, cuenta.
Hace unos meses, su enfermedad despertó de nuevo. “A lo mejor un día llegaba tarde de trabajar y dejaba la cena para mañana. Lo que ocurre con esto es que si hoy me tomo la mitad del filete porque no me apetece más, mañana la mitad es mucho y me tomo una cuarta parte”, explica. Cuando llegó al hospital, pesaba poco más de veinte kilos, recuerda desde su habitación en la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) de Málaga, la segunda en centrada en estas enfermedades de Andalucía.
El espacio, inaugurado hace apenas un año, se ubica en el Centro Guadalmedina, junto al Hospital Civil. En sus pasillos todavía resplandece el blanco de las paredes intensificado por la intensidad de la luz que entra por el patio central del edificio, donde un viernes, a primera hora de la mañana, pasean varias pacientes.
El trasiego lo marcan el medio centenar de profesionales, desde internistas a dietistas, pasando por enfermeras y psicólogos, que atienen a quienes están ingresadas y a quienes acuden a recibir tratamiento en el centro de día. Todas, en femenino porque la gran mayoría son mujeres, tienen algo en común: padecen algún trastorno alimentario, pero no hay dos casos iguales, insiste Margarita Pascual, la psiquiatra responsable de la unidad.
El centro está especializado en la anorexia y la bulimia nerviosa y el trastorno por atracón. La prevalencia en la población de entre 13 a 26 años de la primera es de alrededor del 1%, pero presenta los síntomas más graves y, por ello, copa la mayoría de los casos que necesitan hospitalización.
En la unidad no hay un límite de edad, pero lo más frecuente es encontrar a chicas de unos 14 o 15 años o a pacientes mayores que comenzaron con esa edad y no han logrado recuperarse por completo, como Carla.
Todo comienza, asegura, cuando los adolescentes comienzan a distorsionar su propia imagen para encajar. “Todos hemos pasado por algo así, por ejemplo, cuando hemos empezado a vestirnos de cierta manera para formar parte de un grupo”, ejemplifica. La clave está en encontrar el equilibrio entre eso y “ser tú mismo, tener tus propios valores y criterios que no siempre encajan con los demás”.
En este sentido, considera esencial la educación emocional como herramienta para “empoderar a los jóvenes” y para llegar a ser capaces “de identificar nuestras emociones y sentirnos bien con ellas, sin importar cuáles sean”. “A veces estamos tristes, enfadados o tenemos ansiedad y eso es algo relativamente normal, pero parece que no podemos permitirnos sentirlo. Tenemos que estar atrapados en una idea de felicidad constante. Se lo decimos a los niños desde pequeños, que no pueden llorar. Eso no es posible”, asegura.
La psiquiatra apuesta por dar estas herramientas en la escuela y replantear la forma en la que se proyectan ciertos mensajes relacionados con la alimentación. “Pasamos todo el día insistiendo a los niños en que deben comer verduras y dejar de lado los alimentos ultraprocesados y está bien, pero nos olvidamos de mencionar que la comida también nos brinda placer. Esa parte social, de disfrute, de compartir, también es importante. No importa que un pastel no sea saludable porque no tiene por qué serlo. Cuidarnos no tiene que estar solo relacionado con el peso”, asevera.
La idea de que la alimentación es exclusivamente una cuestión nutritiva están muy interiorizada en quienes sufren algún TCA. Para Carla, un día feliz es aquel en el que “no me dan nada de comer”. “Entonces puedo estar tranquila”, asegura. Para Pascual, hay una abismo entre optar por una alimentación saludable y “tiranizar o penalizar cualquier otro tipo de alimentación que no sea exclusivamente saludable”.
Este puede ser el germen de estas enfermedades porque emergen en acciones que podemos llegar a normalizar: desde las dietas hasta dejar de consumir determinados alimentos o vigilar en casa con qué productos se cocina. La señal de alarma también debe activarse cuando alguna persona comienza a admitir en que se ve gorda y a tejer un discurso con el que “agrede” a su propio cuerpo.
En la mayoría de casos, esta experta asegura que los comentarios del entorno poco sirven. “Ni decirles que no están gordas. Cuando las pacientes empiezan a hablar de esa forma, están muy metidas en la enfermedad y la distorsión de su imagen suele ser bastante importante. Lo único que sirve es que vayan a un médico y comiencen sus tratamientos”, afirma.
Para Carla, de hecho, lo “más cruel” de la enfermedad es precisamente eso. “Sé que hay dos cosas en las que no puedo fiarme de mí misma: en mi imagen y en la cifra de peso, pero es duro que te estén diciendo que estás delgada, que tienes que ganar peso, y que tu imagen en el espejo no te diga eso”, explica.
De ahí la importancia de subrayar que estas enfermedades, aunque tienen una parte física, son metales, algo que, según Pascual, “no todo el mundo tiene claro”. “Hay mucha gente que sigue pensando que es una moda o que es cuestión de capricho. Forma parte del estigma de todas las enfermedades mentales: son complicadas de entender y lo más fácil es verlo como una cuestión voluntaria. Las mismas pacientes vienen con la sensación de culpa, de que no lo están haciendo bien, como si fuese algo que pudiesen elegir hacer o no. Sería absurdo que un paciente se sintiese culpable por tener fiebre, pero ellas vienen diciendo que les cuesta comer y se sienten fatal por ello”, explica.
Según Carla, "estas enfermedades no se entienden". "Se consideran como de niña tonta y los perfiles son muy diferentes", apunta. A esta diversidad y a la dualidad de la parte física y mental se debe el funcionamiento de la unidad, que implica a un equipo multidisciplinar en el seguimiento de cada paciente.
En el momento en el que cruzan la puerta, cada persona es valorada por enfermería, un psiquiatra o psicólogo y endocrinología y, dependiendo de la gravedad y de otras circunstancias particulares, se deriva al hospital de día, centrado en el comedor terapéutico y actividades grupales, o a la hospitalización, sobre todo, en casos de desnutrición severa o de desnutrición extrema. Esto es, cuando el índice de masa corporal está por debajo de 15 o 13 en determinados pacientes, cuando han perdido más de un kilo por semana o más del 50% del peso en tres meses.
Las pacientes ingresadas, que tienen libertad para entrar y salir del centro, cuentan con un tratamiento nutricional personalizado, seguimiento psicológico individual, trabajos grupales y, en el caso de las menores, profesores de pedagogía terapéutica que se hacen cargo de la parte educativa.
De media, pasan ingresadas 53 días, pero no salen curadas. "Esto no es una varita mágica, como una operación del corazón; aquí necesitas ayuda porque sola no se puede salir, pero está en ti", resume Carla.
El tratamiento se suele prolongar entre cinco y siete años. Pese a todo, Pascual subraya que la mayor parte de los trastornos alimentarios se curan, “aunque sea una enfermedad muy grave y aunque haya casos con muy mal pronósticos. Lo importante es que seas capaz de detectarlo y de que te pongas en tratamiento”, abunda.