La enfermedad nos introduce en un circuito de velocidad. El dolor impone su ritmo. La medicina sale a nuestro rescate.
— Preparad el quirófano. El paciente sufre un cólico biliar muy grave y no quiero que se nos pare. El anestesista está avisado, necesito que traigáis la torre de laparoscopia ya, Jorge. Vamos a necesitar aspiración. Sergio, prepara el sistema. Por favor, lo quiero ya en la camilla. ¡Vamos, vamos, cada segundo cuenta! Cerrad la puerta del quirófano mientras me voy lavando.
Guantes del siete y medio y bata. ¿Todo listo?
Es 10 de octubre, Federico (todos los nombres utilizados son ficticios ya que los protagonistas han solicitado no incluir su nombre en el reportaje) se levanta a las seis y media de la madrugada. No necesita un reloj que le anime a abandonar el colchón, tiene un despertador biológico que, como si de la factura mensual de la luz se tratara, nunca falla.
Desayuna un café cargado y una tostada con mermelada junto a su mujer mientras ven el informativo matinal. Sale en moto camino del Hospital Regional de Málaga con la ambición de solucionar los problemas de salud de sus pacientes. La mañana se convierte en una maratón de consultas médicas. Es todo rutinario, pero sigue siendo agotador. Al final del turno, se entretiene estudiando el caso de la paciente que va a operar después de comer. Regresa a casa sobre las dos y veinte de la tarde. Tiene que seguir trabajando tras el almuerzo.
La sobremesa ha secuestrado el tiempo de Federico, y un plato de callos de su mujer, se ha encargado de silenciar los gritos de socorro de su estómago. Hoy se ha pasado.
Hora de acudir a su sesión quirúrgica de la tarde. Decide hacerlo andando para ir disputando el primer asalto de una pelea con su sistema digestivo que promete ser larga. Federico es un reputado cirujano general, y está especializado en operar patologías hepatobiliares digestivas. Los tumores de hígado y páncreas, y las colecistitis son sus habituales compañeras de trabajo. Ocho años bisiestos han transcurrido desde que se enfundó por primera vez el uniforme de Hipócrates. Llega a la zona de vestuarios y se dispone a vestirse con el pijama quirúrgico que le confiere el rango de cirujano.
Solo le falta abrocharse los botones de la camisa cuando su vesícula decide terminar la pelea iniciada media hora antes, y asestarle un gancho de izquierdas, que deja a Federico al borde de perder el conocimiento. No hay árbitro en esta contienda, pero hasta el propio Federico admite que ha perdido por nocaut. Las células sudoríparas convierten rápidamente el cuerpo del doctor en una marisma.
Federico frunce el ceño intentando luchar con ese agudo dolor que, como pinchazo en un inflable, ejerce presión sobre la zona inferior de su costado izquierdo. Los valles que se forman en su frente no son suficientes para frenar ese intenso malestar que incluso le hace tambalearse. No tiene más remedio que tumbarse con los pies acostados en un banco de madera de color blanco coco, que roba espacio al vestuario.
Al medirse las pulsaciones, el médico se da cuenta de la situación extrema en la que se encuentra. 30 latidos por minutos alertan de lo peor, necesita ayuda urgente y se encuentra solo. Tras sus pies, sus párpados color canela están cerca de ser los próximos en tomarse un descanso. Federico ha perdido la batalla con su sistema digestivo, pero no quiere que este sea el último enfrentamiento al que le plante cara. Cada vez es más complicado resistir ese dolor, nota como una espada se va adentrando cada vez más en su oblicuo izquierdo y no puede hacer nada para evitarlo, por primera vez, siente una sensación que nunca había experimentado en el quirófano: miedo.
Son las cuatro de la tarde, el tiempo se acaba.
Al medirse las pulsaciones, el médico se da cuenta de la situación extrema en la que se encuentra. 30 latidos por minutos alertan de lo peor, necesita ayuda urgente y se encuentra solo
Ocho de la mañana, pi, pi, pi. El despertador está roto y ha sonado media hora antes, Pedro se levanta alarmado por los fuertes quejidos de su compañero mecánico de habitación. Utiliza los muelles del colchón a modo de cama elástica para levantarse de un brinco. No espera un segundo para empezar un monólogo con su despertador que aburre hasta a la propia máquina. La mañana no ha empezado bien, pero Pedro es una persona positiva y resuelve el malentendido con su fiel pareja de pesadillas tirándolo al contenedor, al amarillo por cierto.
El naufragio de los cereales de chocolate en la leche entera que inunda su taza, hace sonreír al experimentado médico. Pedro es doctor en cirugía general, y tras disfrutar del tsunami que ahoga a los cereales en el recipiente blanco hielo que tiene en su cocina, coge el coche para ir a trabajar. Le espera un día intenso ya que debe operar a cinco personas de diferentes patologías digestivas.
El reloj dibuja un ángulo de 90 grados cuando el doctor termina de operar a su segundo paciente, no esperaba que se le hiciese tan tarde, pero en el arte quirúrgico las prisas no son buenas asistentas. Pedro decide delegar en sus compañeros Federico y Sergio las intervenciones de la tarde. Hay un caso especialmente complicado a primera hora de la tarde, una DPC, duodenopancreatectomía cefálica. Para los que no somos expertos en medicina, esta es una intervención muy compleja para tratar los tumores que pueden aparecer en el páncreas. En la minoría de los casos estas operaciones no tienen complicaciones en el postoperatorio, pero Pedro confía en su equipo, sobre todo en Federico, todo un experto en este tipo de operaciones donde la muñeca del cirujano imita el gesto de Raphael en el anuncio de Navidad.
Son las cuatro y diez de la tarde, Sergio desciende a la segunda planta del subsuelo del hospital. Está nervioso, ha operado muchas veces este tipo de casos clínicos, pero siempre suele haber sorpresas y quiere estar preparado para responder a ellas lo mejor posible.
Sabe que llega un poco tarde, pero ha avisado al anestesista para que vaya durmiendo al paciente. Los medicamentos provocan el efecto deseado al valiente, y los párpados de la persona a intervenir se cierran como compuertas de un submarino. Sergio entra en el vestuario mirando al móvil, cuando atisba a su compañero Federico en el suelo con las piernas hacia arriba, y con los ojos dando señas de que no pueden soportar más el peso de las pestañas. Sergio coloca a su compañero en una posición segura mientras avisa con su teléfono al resto de médicos involucrados en la intervención para que vayan a socorrerlo.
La incertidumbre eclipsa el sol de la certeza y no permite al equipo médico discernir cuál ha sido la causa de esa daga invisible que ha inmovilizado en el suelo a Federico y que le ha impedido realizar la operación.
Federico ve llegar a su compañero Sergio, sus ojos sonríen en una mezcla de felicidad y rendición ante esa canica que juega al pinball en su vesícula. Está confuso, ve llegar a muchos compañeros de profesión, pero no es capaz de decir nada, sus córneas proyectan una imagen translúcida de la realidad, y no puede asimilar nada. Se encuentra mal, muy mal, ese dolor punzante ha disminuido, pero el esófago vuelve a la carga y decide acompañar de náuseas y vómitos su ataque a Federico.
Parece que tras este último arreón, el sistema digestivo decide terminar el combate por los puntos, y no propinar otro golpe más que supondría el ko de Federico. El doctor poco a poco se va encontrando mejor. Es ahí, cuando decide ser la ráfaga de viento que se lleve las nubes que tapan el sol de las ideas de sus compañeros. 360 meses tratando patologías digestivas no dan para poco, y es Federico el que se autodiagnostica una colecistitis.
Federico no fue del todo honesto con sus compañeros, ya que había sufrido episodios similares en el pasado, pero en lugar de sentir espadas clavadas en su abdomen, en los otros avisos había sentido alfileres incrustados en su vientre.
Mic, mic, mic, reverberan los altavoces de Sofía indicando que es la hora de despertarse. Sofía es una millennial y tiene la alarma en su teléfono móvil, evitando cabreos como los de Pedro con el aparato analógico. Lo primero que hace al despegar las sábanas de su cuerpo es tomar dos tazas de café, le espera un día largo, le toca hacer guardia sanitaria. Tras cambiar el pijama por la bata se dirige al hospital.
Una médico residente se entera que van a operar a su padre, que es también médico especialista
El reloj digital dibuja en su segunda cifra el símbolo del infinito, cuando las puertas automáticas del complejo sanitario se abren a su paso simulando a Moisés en el mar Rojo. El puente del Pilar está a dos giros terrestres, y esa urgencia de los malagueños por revisar su estado de salud se hace patente. Miles de pacientes se encargan de mantener ocupados al personal médico del Hospital Regional Universitario.
Sofía, que cumple su quinto año de residente en cirugía general, comparte con sus compañeros una intensa jornada laboral, cuando escucha el mismo tono de llamada que el suyo, es raro porque es una opción muy poco utilizada en IPhone llamada Sharp. En su cabeza no existe la posibilidad de que sea su teléfono el que suena, todas las personas que le podrían llamar saben que está de guardia y que si tienen que contactar con ella, lo deben hacer a través de un wasap.
En cuestión de segundos, Sofía recuerda que su madre ya le ha llamado en otras ocasiones cuando estaba trabajando para comunicarle asuntos de especial importancia. Es ahí, cuando se acerca a la mesa y ve que efectivamente, su madre Andrea, la está llamando, y consigue coger el teléfono antes del último tono. 15 segundos son suficientes para observar en el rostro de la Sofía una palidez propia de un testigo de un suceso paranormal.
En su caso no es algo extraño, de hecho, es común, es un episodio que ella observa día tras día en el hospital, pero ahora ella tiene otro rol. No es la sanitaria, ahora forma parte de la familia del paciente: su padre ha sufrido una colecistitis grave y lo van a operar de urgencia. Es una patología de la especialidad de la que está terminando los estudios, conoce los detalles de la intervención. Los riesgos son mínimos, pero la cabeza no la deja tranquila.
Todas las operaciones, independientemente del grado de dificultad que atañen, tienen un factor sorpresa que escala el riesgo de forma vertiginosa. ¿Y si cuando operasen a su padre se encontraban con un elemento inesperado? ¿Y si salía mal la intervención? El sentimiento sincero y catastrofista de Sofía empañaba el cristal de la razón y la trasladaba a otro universo. El universo de los familiares de los pacientes. Era un lugar extraño. Solo una luz en el horizonte dejaba ver una intensa oscuridad. Había monstruos que la amenazaban constantemente, angustia, incertidumbre y miedo eran los más grandes.
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Sofía, ¿te pasa algo?
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No, nada solo que van a operar a mi padre de urgencia por una colecistitis.
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¿Qué dices? Acompaña a tu madre mientras lo operan, nosotros te cubrimos el puesto.
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No, gracias. Aquí hay mucho trabajo y yo no puedo hacer nada durante la intervención.
Tres, dos, uno, música, acción. El equipo médico de cirugía prepara el instrumental quirúrgico para intervenir a Federico. Pedro no podía faltar a su responsabilidad como jefe del servicio de cirugía, y comanda el grupo de artistas con bisturí en mano. El sonido del cierre de la puerta activa el botón de playlist de Arde Bogotá con la que Pedro se concentra operando. Es una intervención que dura menos que la mitad de un partido de fútbol. No puede haber fallo, la vena de la frente de Pedro dibuja un meandro y refleja la tensión con la que viven la operación. No tienen tiempo que perder y deciden optar por la opción más sencilla, Los Perros del grupo cartaginés es la pista de baile sobre la que bailan y cantan los artistas del equipo médico:
"Corred con ganas, que esta noche aguanto. Perseguidme a fondo, quiero hacerlo largo.
Y aunque me quiera parar, no. Nunca me voy a parar, no".
El cirujano se concentra en la operación escuchando las canciones de Arde Bogotá.
La intervención ha tenido el mismo resultado que la popular canción de Arde Bogotá: éxito rotundo. Con un anuncio de Spotify acaba la operación y despierta Federico. Doce horas transcurren entre que suena el final "valor, amor y cicatriz", y abandona su lugar de trabajo el paciente Federico. Es una afección compleja si se manifiesta en casos urgentes e intensos como el de Federico, pero con un rápido postoperatorio.
En unos días estará listo para ser el artista que era, aunque él no utilizará banda sonora en su película. Acostumbrado a ser escultor, esta vez le tocó ser escultura. Agotó todas las preguntas posibles sobre su intervención para asegurarse de que sus compañeros no lo habían hecho mal. Los labios de sus compañeros eran imanes del mismo polo que no paraban de reír ante el carrito de preguntas con las que Federico intentaba que sus compañeros le confesasen que habían hecho algo mal. Era un veterano como cirujano, y un novato como paciente.
Noviembre cuenta diez lunas, 31 veces ha salido el sol tras la intervención a Federico. Él ha dejado atrás el polvo cósmico que nublaba su luz y ya brilla como la estrella que era antes. Ha vuelto a su dualidad profesional, y sus compañeros lo agradecen. Como jefe del servicio de cirugía general del Hospital Regional Universitario enseña a los médicos residentes técnicas quirúrgicas para mejorar su desempeño en la especialidad. Esa especialidad que precisamente, trata la enfermedad que le retó hace un mes.
Es viernes, el cohete del fin de semana despega de la estación espacial, se prevé que haya pocos asteroides por el camino. Sin embargo, tanto en la nave como en el hospital, una llamada lo cambia todo.
Los susurros que se escapan del teléfono son claros: "Paciente con colecistitis urgente, es necesario operarlo esta misma mañana".
No hay sobreabundancia de médicos, para esta intervención tendrá que ayudarle una residente llamada Sofía. Además de compartir especialidad, comparten apellido. Sofía se sorprende al conocer cómo va a emplear su tiempo esta mañana. Sus dientes como placas tectónicas chocan los unos contra los otros en una clara muestra de nerviosismo.
El cirujano al que acompañará tiene una doble identidad, se hace llamar papá en casa, y Dr. Pedro Domínguez en el quirófano. Hay tiempo para no ponerse nerviosa. Es la hora de intervenir al paciente, en el pasillo de la sala de operaciones decorado por la soledad, empiezan a escucharse cánticos de un soprano, está vez no hay pista que acompañe a la voz, su timbre es diferente y familiar para Sofía, esta vez el artista canta a capela.
— Preparad el quirófano. El paciente sufre un cólico biliar muy grave y no quiero que se nos pare. El anestesista está avisado, necesito que traigáis la torre de laparoscopia ya, Jorge. Vamos a necesitar aspiración. Sofía, prepara el sistema. Por favor, lo quiero ya en la camilla. ¡Vamos, vamos, cada segundo cuenta! Cerrad la puerta del quirófano mientras me voy lavando. Guantes del siete y medio. ¿Todo listo?
Esta vez Federico no está de espectador, por fin vuelve a su rol favorito: el de director de orquesta.
Alejandro Trujillo es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.