La Marca Málaga llegó para quedarse. Nada, ni los paquetes turísticos baratos de otras naciones, ni el posible agotamiento de la fórmula, ni la misma Covid-19; ni nadie, y mucho menos los propios ciudadanos de la ciudad, ha podido acabar con una seña de identidad en la que se suman pequeñas pero infalibles filiales.
La Ciudad de los Museos; la del Festival de Cine en Español; la del Muelle Uno y los cruceros; la del Parque Tecnológico; la del SOHO y el vecino por excelencia: el supermalagueño Antonio Banderas.
La Málaga de la Feria y la Semana Santa de Málaga. La Málaga del todo vale, del todo entra; la Málaga que te arropa, del merdellón y el turista de calidad, donde el rey no es sino un hombre más que despide su soltería junto con sus fieles caballeros ciegos como piojos.
Muchos llegaron a pensar que Málaga capital podría haber aprendido alguna lección durante este largo año y pico de coronavirus, de confinamiento, de negocios cerrados, de todos los huevos en la misma cesta. Y la lección claro que se ha aprendido (y bien): pisemos el acelerador aun más, que la torta de todos modos llega. Que la forma en que tomemos aire sea a pulmón lleno para coger impulso porque el cielo es el límite.
Sea como fuere, Málaga, la ciudad en la que cualquier crítica concreta es una enmienda a la totalidad, está siendo redescubierta por miles de vecinos y turistas que también saben que hay que aprovechar porque, a pesar de que creíamos que lo teníamos claro, la espada de Damocles resulta que, oh, sorpresa, sí que está ahí. Carpe diem, hermano, no es sólo una expresión comodín que tatuarse junto al símbolo del infinito en una especie de paradoja.
Málaga lleva años empeñada en superar a los pesos pesados del turismo en la Costa del Sol: Torremolinos, Marbella, Fuengirola, Mijas… Y ahora que hace tiempo que les adelanta por la derecha en lo que haga falta, como sea, ya sea en sus grandes y propios logros, como cometiendo los mismos errores, o más gordos todavía, es ahora cuando la ciudad va a apostar el resto para salir de la crisis pandémica más fuerte que nunca.
Porque, en cualquier caso, Málaga es una gran ciudad que visitar. Y gran parte de su éxito es que posee un litoral cuidado, repleto de opciones, con calas y playas diversas, variadas y donde se concentra diversión, gastronomía, deporte, cultura e historia. Lo cual no está nada mal para una localidad que tiene todavía mucho que ofrecer y más si lo planifica bien. Ojalá sea así porque entonces ganaríamos todos, los de dentro y los de fuera.
Un litoral para reunirnos a todos
La costa de Málaga capital está compuesta por 16 playas principales (según a quién le preguntes). Si las listamos de oeste a este la cosa quedaría más o menos así: playas de San Julián, Guadalmar, Guadalhorce, Sacaba, La Misericordia, Huelin, San Andrés, La Malagueta, La Caleta, Baños del Carmen, Pedregalejo, El Palo, El Dedo, El Candado, El Peñón del Cuervo y La Araña.
Hay quien separa la playa de la Araña de la cala donde se localiza la fábrica de cemento que encontramos junto al municipio de Rincón de la Victoria: nosotros, por nuestra parte, no lo haremos.
Además, el litoral costero capitalino cuenta con un enorme puerto, el puerto de Málaga, encajado entre los arenales de San Andrés y La Malagueta. Un espacio que, poco a poco, se ha ido abriendo a la ciudad, sobre todo con la reordenación que se llevó a cabo a finales de 2011 que originó el Muelle Uno, un espacio comercial y de restauración que mira con orgullo al Mediterráneo, perfecto para pasear, correr, montar en bicicleta y/o pelar la pava en general.
De hecho, justo donde acaba el Palmeral de las Sorpresas, hay unas escaleras que dan directamente al agua y donde hacerse fotos o conducir los pasos de una primera cita, garantizan el éxito en Instagram y en las cosas del querer. Además, entre las playas de El Dedo (también conocida como de El Chanquete) y la del Candado se ubica el puerto deportivo El Candado con sus 280 amarres.
Una costa modificada
El litoral de Málaga capital es, sin lugar a dudas, una costa muy modificada por la mano del hombre. Tal y como se describiría hoy en día con el concepto de moda, es un claro ejemplo del antropoceno.
A lo largo de los siglos, los malagueños han ido ganando grandes extensiones al mar, de forma que, en general, las playas situadas al oeste del puerto y la desembocadura del Guadalmedina son bajas y arenosas, mientras que hacia el lado oriental la costa presenta un relieve más abrupto.
De este modo encontramos desde playas semiurbanas como la de San Julián, cerca del Parador de Málaga Golf Club, a otras totalmente urbanas como la hippypija playa de Pedregalejo.
Y cada una tiene su rollo: por ejemplo, según la información oficial, podemos decir que la playa de Guadalmar es la única playa naturista autorizada de la ciudad.
Por su parte, la playa de Guadalhorce, al estar en la desembocadura del río del que adopta su nombre, y tener unas condiciones naturales especiales, suele ser una playa relativamente tranquila. Algo a lo que, sin embargo, no ha ayudado la hermosa pasarela instalada para dar acceso peatonal a este paraje.
Luego están las playas más familiares como las que enlaza el paseo marítimo Antonio Banderas: las de Sacaba (inciso: no sabemos si el nombre de Sacaba Beach es una contracción de se acaba la playa, pero queremos creer que sí y que es un ejemplo más del ingenio medio malagueño), La Misericordia, Huelin y San Andrés.
Estas playas son, indudablemente, territorio puramente malagueño, malaguita, merdellón y familiar que abarca, de igual modo, estas categorías de grado. Zonas donde vivir la más pura experiencia 'malagueña way of life'.
El resto de los arenales del municipio, del puerto a Rincón de la Victoria, son indudablemente más turísticos, aunque hay un repunte patrio más al este.
Gastronomía con los dedos
A lo largo de todo el litoral malagueño encontramos los principales hitos de la gastronomía costera que se resume, o se destila en su expresión última, en el espeto de sardinas.
Algo que viene de bien lejos: según los mentideros de la Red, el curioso nombre de la playa del Dedo parte de una anécdota protagonizada por el rey Alfonso XII, que visitó Málaga en 1884. Su majestad, aprovechando el viaje que hacía con motivo del terremoto que se produjo ese año, fue invitado a probar los famosos espetos de sardinas en un chiringuito conocido como Migué er de la sardina.
Cuando el rey se disponía a usar cuchillo y tenedor para comer, se le acercó el orgulloso dueño, Miguel, obviamente, quien, con toda naturalidad, corrigió al monarca al grito (sólo se lo puede uno imaginar gritando) de: "¡Maestá, con los deos!".
En fin, sea verídica o no la historia, lo cierto es que comer un espeto de sardinas con cuchillo y tenedor está penado con su propio Círculo en el Infierno, de igual modo que comerlo en un mes que incluya la letra R. Este último punto ha generado más problemas y roto más amistades que el eterno debate sobre si es sano que una pizza lleve o no piña.
No es este el caso de Málaga, donde podemos disfrutar de cualquier cosa que se nos ocurra, pues, a pesar de todos sus pequeños defectos y debilidades, no es por casualidad que fuera denominada Ciudad del Paraíso. De hecho, lo que muchos malagueños no comprenden es que si a Málaga se le exige tanto es porque, precisamente, como a un hijo con mucho potencial, se le puede exigir que rinda más, pero mejor.
Y en eso es algo que sus playas tienen un papel fundamental que jugar. Porque se deben cuidar, valorar y potenciar con respeto y civismo, aunque sea porque es en ellas donde cogemos aire salobre para despejar nuestros pulmones enmascarados durante demasiado tiempo ya.