¿Cansado del mundanal ruido? ¿Frito del congestionado tráfico? ¿Harto de andar esquivando a congéneres que se toman la acera como una justa medieval y no se apartan ni un poquito? En definitiva, ¿hasta los innombrables de la ciudad? Pues, muchacho, ha llegado el momento de pasar un fin de semana de relax en una localidad del interior de la provincia de Málaga donde la presencia del ser humano es un grajo blanco.
Si hace varias semanas escribíamos sobre algunos de los municipios malagueños que no deberíamos dejar de visitar este invierno, porque son auténticos remansos de paz llenos de belleza rural, hoy nos centraremos en los tres pueblos más deshabitados de Málaga que siempre esperan con sus brazos abiertos a los limpiaorzas.
Con menos de doscientos habitantes dos de ellos, recorrer los primeros puestos de este podio en la tabla de clasificación de la España vaciada nos hará sentir, salvando las distancias, como el protagonista de Soy leyenda. Pero aquí, además de quietud, encontraremos una hermosura basada, sobre todo, en el medio natural en el que han crecido estas poblaciones y del cual se deriva su historia, su folclore, su patrimonio arquitectónico y cultural.
Así que, aunque tengamos la tentación de llegar gritando a pleno pulmón «¡Hola! ¡¿Hay alguien aquí?!», respetemos la serenidad de estos municipios y disfrutemos de lo mucho que tienen por ofrecer a quienes deciden ir a su encuentro. Ya luego, en casa, para no escuchar los berridos del vecino a través de la pared, nos pondremos un temazo de los Gorillaz.
Según las últimas cifras del padrón realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), después de Árchez (398 vecinos), Genalguacil (391), Alfarnatejo (358), Alpandeire (261), Pujerra (298), Cartajima (259), Parauta (251), Faraján (250) y Benadalid (236), el cobre, la plata y el oro de la beatitud rural son para:
Júzcar
Con 235 habitantes, Júzcar es el tercer puesto en cuando a menor número de ciudadanos. Quien no haya visitado esta localidad en los últimos tiempos es porque no es muy fan de los Pitufos, ya que sus calles han sido más que transitadas después de que se metamorfoseara cual power ranger de pueblo blanco a aldea azul.
Entre las cosas que se pueden disfrutar en este municipio, amén de un par de figuras de Papá Pitufo y Pitufina, destaca la iglesia de Santa Catalina de Siena, que resulta que es su edificio más singular.
También ofrece un centro de estudio micológico, fruto de unas jornadas que giran en torno a los hongos, muy completo y que pondrá al visitante tras la pista de las setas como si fuera Mario Bros o un hippie de la vieja escuela tragador de monguis. Y hablando de comer: en Júzcar hay que probar sus tortas de aceite, ya que allí son especialidad.
Como el pueblo está en altura cuenta también con hermosos miradores como el de la Torrichuela y el de San José, que se aprovechan de una manera muy inteligente: se han instalado dos tirolinas, de 200 y 110 metros.
Así, Júzcar pone a disposición de sus visitantes un recorrido en las alturas anclado a elementos arquitectónicos, lo que permite sobrevolar el casco histórico. Un divertimento que se complementa con un rocódromo y puentes tibetanos.
Atajate
Comparado con Atajate, Júzcar es una gran urbe. Y es que el pueblo atajateño arropa, según el último censo, 179 vecinos, obteniendo la plata en nuestro ranking. Unos habitantes que disfrutan de una localidad hermosa, llena de vida natural, donde todavía se puede dormir a pierna suelta por las noches.
Este pueblo, el más pequeño de la provincia malagueña, destaca por su museo abierto dedicado al mosto. Gracias a él encontramos motivos típicos de esta industria a lo largo de sus calles, ya que, dentro de la cultura del vino, Atajate tiene su propio protagonismo entre los excelentes caldos de la Serranía de Ronda. Así, a lo largo del recorrido se contemplan prensas de vino junto a elementos tradicionales y explicativos.
Además de una gastronomía rica y variada, Atajate cuenta con su famosa iglesia de San Roque, también conocida de San José y construida en el siglo XVIII.
Como el resto de pueblos del entorno, dispone de un mirador desde el que contemplar la preciosa geografía que la rodea, con esplendidas vistas del Valle del Genal. Y es en este espacio en el que encontramos su vía ferrata, de gran fama: de 87 metros de longitud es una vía muy accesible, fácil, variada y divertida ya que incluye un puente de mono y otro tibetano en su recorrido.
Salares
Y, para finalizar, con sólo 173 habitantes, Salares se lleva la medalla de oro de la paz. Pero también tiene mucho que mostrar, como la parroquia de Santa Ana que es el edificio más importante del pueblo.
Su construcción data del siglo XVI y es una obra de estilo mudéjar, destacando el alminar de la mezquita que sirvió de base y que aún conserva al añadírsele un cuerpo de campanas, siendo reciclado para un uso cristiano. Además, en su interior atesora hermosas pinturas y restos de la antigua muralla.
En la calle Torreón se aprecian los detalles de dos de las casas más bonitas del pueblo: el patio interior de la Casa Escondida y el patio con vistas a la iglesia de la Casa Torreón.
El patrimonio arquitectónico de Salares se aprecia de igual modo a su salida, donde nos toparemos con el Puente Romano, que se mantiene en perfecto estado y es la puerta de acceso a la ruta senderista de Casa Aro en el parque de la Sierra Tejeda y Almijara.