La semana pasada en EL ESPAÑOL de Málaga ya dimos un buen repaso a los rincones, lugares y construcciones que en la ciudad se conocen, no con su nombre original, sino con un apodo saleroso, porque la gracieta es muy del malagueño medio.
En él, escribimos sobre la Torre Mónica, la Manquita, la Momia de Vértice, el centro de salud de Barbarela, entre otros (lean el reportaje, leñe, no vamos a volver a enumerarlos aquí).
Pero como bien nos señalaron los responsables de la página de Facebook 'Historia de Málaga', el callejero oficioso de la ciudad es más extenso de lo que podríamos sospechar en un primer momento y en cada barrio, casi en cada calle, hay algún elemento arquitectónico que tiene un apodo gracioso.
Así que, vamos a reseñar unos cuantos más. ¡Sígannos en este artículo de gracejo y arte!
La Tribuna de los Pobres
¿Quién no ha tratado de vivir la Semana Santa sentado en las escaleras de la Tribuna de los Pobres? Intentado, por supuesto, porque de manera no oficial cada peldaño pertenece a aquel que asienta primero su culo en él. En esta escalinata no hay que pagar para ver pasar los tronos: la ley de la calle marca, pues eso, su ley. Una escalera que ahora renueva su rostro por arte de magia de lo que llaman peatonalización (cuando en realidad quieren decir "crear más espacio para que los bares hagan más extensas sus terrazas").
La escalinata que conecta el puente de la Aurora con calle Carretería es, tal vez, uno de los grandes símbolos de Málaga: algo que de manera orgánica y espontánea surge y define, conecta y delimita una forma de ser, pensar y sentir. Eso sí, alguien, con más malapipa, podría haberla llamado la Tribuna de los Tiesos.
El puente de los Alemanes
Algunos de los sobrenombres tienen una interesante y profunda historia detrás de la que en otras ocasiones ya hemos hecho referencia aquí en EL ESPAÑOL de Málaga como es el caso del mote de puente de los Alemanes que en realidad es el puente de Santo Domingo.
El caso es que, resumiendo mucho, este puente es un regalo que el amable pueblo alemán hizo a Málaga, antes de que Alemania se liara la manta a la cabeza y metiera al mundo por dos veces seguidas en una guerra mundial.
Un regalo que se remonta al 16 de diciembre de 1900, cuando la fragata alemana SMS Gneisenau, se hundió en la bahía malagueña y cuya tragedia pudo haber sido mucho mayor si no hubiera sido por los malagueños que acudieron al socorro de sus tripulantes.
De hecho, esta ayuda otorgó, además, a Málaga, mediante Real Decreto de Alfonso XIII (¿dónde vas?), el título de "Muy Hospitalaria", por su abnegado heroísmo, valor y caridad para con los desgraciados alemanes que subestimaron el poder de los vientos de la bahía malagueña. Un título que desde entonces rotula el escudo de la ciudad y que se complementa con este paso sobre el Guadalmedina.
La plaza de la mierda
Tal y como se conoce a calle Carrión como la cuesta del coño, la plaza de San Pedro de Alcántara recibía el apodo de plaza de la mierda por la cantidad, pues eso, de mierda que se acumulaba en ella.
Hay gente que dice que eso ha cambiado, hay quien dice que tururú, que aquello sigue igual, sea como fuere, dejar atrás un apodo es complicado, por lo que muchos continuan llamando a este lugar de esa sonora forma.
Puede que la próxima transformación que afronte la plaza deje atrás tan chabacana denominación, pero, visto lo visto con el turismo que actualmente tenemos en la ciudad, pocos apuestan por ello.
El parque de los cartones
Lo mejor de estos motes es que, si los googleamos, te llevan a los lugares reales. Por ejemplo, si escribimos "parque de los cartones" en el buscador universal, nos conduce al parque Virgen de las Cañas, en Puerto de la Torre. Un parque infantil espectacular que ya hubiéramos querido nosotros en nuestra infancia, con laderas, toboganes, elementos para jugar que simulan un enorme barco pirata… vamos, una variedad brutal de elementos.
Pues bien, el motivo por el que se le conoce como parque de los cartones es que, a pesar de tal cantidad de infraestructuras, los benditos niños usan cartones como trineos para chorrearse por sus grandes montículos artificiales.
En fin, como cuando le regalas a tu chiquillo un juguete muy caro y al final se divierte con la caja… ¡Para matarlos!
Las tetas de Málaga
Donde hay un coño, suele haber, con permiso de la Ley Trans, dos tetas. Pues este es el caso de Málaga, que también las tiene y bien hermosas.
O eso es lo que han querido ver numerosos ciudadanos en los dos promontorios que conforman el Monte San Antón de modo que han bautizado con este atributo físico lo que en otros lugares más finos llamarían, no sé, los Ojos Saltones de Apolo (por escribir algo).
El scalextric
Si de niño te regalaban un scalextric te convertías en el no va más del barrio, el chico más popular de la calle. Los scalextric molaban mucho y, aunque los videojuegos hayan reducido su presencia en las casas y bajo los pies de los padres despistados que se levantan dos o tres veces en la madrugada para ir al baño, sigue presentes en el imaginario popular.
Tanto que con este nombre se conoce al nudo de vías que se conforma en la zona del puente de las Américas. Gracias de nuevo a Google y su aplicación de mapas, podemos comprender claramente por qué le llaman así si vemos el enclave a vista de pájaro.
El lavachochos
Sí, está claro que aquí vamos a reseñar todos los motes más soeces (somos así de infantiles). Pues bien, con este apodo con tanta clase algunos conocen la playa de la Malagueta.
El motivo no está muy claro, pero parece ser que, debido a la escasa profundidad que tenía antaño, así se la comenzó a llamar. Hoy en día sería más correcto llamarla la playa de la Cantera o la Mina, porque su arena en polvo, la verdad sea escrita, deja mucho que desear y uno regresa a casa más negro que el tizón.
El colegio del mapa
Antes de que existiera Google Maps y pudiéramos espiar los jardines del vecino desde el espacio, la Escuela Infantil Martiricos se montó un mapa gigante de la geografía española que le ha dado desde hace cerca de un siglo el sobrenombre del colegio del mapa.
No es que sea uno de los apodos más currados de este listado, pero el centro, localizado en el número 2 del paseo de Martiricos, es bien reconocible gracias a este enorme mapa en tres dimensiones que adorna su exterior y que fue construido en 1927 por Joaquín Vázquez Alfarache.
Desde luego, la mejor forma de aprender jugando, pero también de sentirse un gigante al que bien podría acechar un Quijote en miniatura. ¡Mucho se está tardando en rodar una película de Godzilla en ese colegio!
Los jipis
Este nos da especial sentimiento porque está en vías de extinción. ¿Se acuerdan cuando junto al edificio de la delegación de Hacienda, uno de esos edificios faráonicos de la ciudad, existía una especie de mercadillo alternativo? Vendían calcetines de colores cuando antes no se encontraban, inciensos apestosos, bolsos de tela antes de que todo el mundo llevara un bolso de tela… y casi siempre con algún motivo flower power o un mandala intrincado. Pues este lugar era conocido como los jipis y todo aquel estudiante universitario de los 2000 se dejó sus buenas perras en esos puestos para intentar ir a la moda de entonces (qué horror fue esa primera década del milenio).
El caso es que a los pobres comerciantes les buscaron otro lugar donde poner este mercadillo medio ambulante, medio fijo: frente a la estación de Vialia, donde actualmente languidecen en unas casetas algo mejor acondicionadas, pero por las que ya no se pasa casi nada, si acaso algún viejo hippie trasnochado.
El Paseo de los Curas
¡No te acostará sin saber una cosa más! Y es que, para terminar (aunque nos dejamos muchos otros ejemplos en el bolsillo), una sorpresa grande: el paseo de los Curas no se llama paseo de los Curas, sino Carretera de Cintura del Puerto o Paseo de España. ¡El caso es que no tiene una denominación clara!
Esta vía, clave para la circulación de la ciudad, y que ha visto muchas cosas, incluso cómo se convertía en botellódromo y cómo al final no se libraba de la verja del puerto, conecta Málaga Este y Málaga Oeste y discurre entre el Parque y el Puerto.
Su nombre se remonta a mediados del siglo pasado, ya que se convirtió en un lugar de tránsito reflexivo de los curas, los seminaristas y los sacerdotes que estaban cerca, en la Catedral, otro edificio, por cierto, que posee su propio apodo.