María Manuel Mota (49 años), científica y directora del Instituto de Medicina Molecular (IMM) de Lisboa, se percató a mediados de marzo que los tests de coronavirus se iban a agotar pronto en Portugal. La primera muerte por el virus, registrada el 16 de marzo en el Hospital de Santa María de Lisboa, había hecho saltar las alarmas. "Era un paciente ingresado por una enfermedad crónica y el equipo sanitario no había tomado ningún tipo de precaución. Cuando dio positivo por coronavirus hubo mucha preocupación. Por aquel entonces las normas para hacerse el test eran muy apretadas y no todo el mundo que quería hacérselo podía", cuenta la científica a MagasIN, la revista de EL ESPAÑOL.
En esos momentos, el IMM se estaba reorganizando para teletrabajar: tres días antes, el 13 de marzo, el Gobierno de Portugal había cerrado las universidades, los establecimientos de enseñanza y los institutos públicos. "Estábamos en plena vorágine organizativa pero me puse a pensar en cómo podíamos ayudar a testear a esos profesionales y que, si en esos momentos, ya había pocos tests, lo normal es que, tarde o temprano, escasearan", cuenta.
María Mota se puso entonces a investigar qué hacía falta para producirlos directamente en Portugal. "No hicimos nada creativo: cogimos la receta de la OMS y la copiamos con los reactivos que tenemos en Portugal. Luego empezamos a contactar con las empresas que producen estos reactivos para que se prepararan para aumentar la producción", recuerda.
En poco más de dos semanas los tests estaban listos. Homologados y avalados por todas las entidades competentes de Portugal, empezaron a ser utilizados el 30 de marzo. Por ahora se han hecho cerca de 300 al día y la idea es duplicar ese número. "Empezamos todo esto pensando en ayudar a ese hospital en concreto y al final se transformó en algo nacional que no tenía para nada en mi cabeza", dice la investigadora.
Los tests creados son de PCR (reacción en cadena de la polimerasa, en sus siglas en inglés). Mediante esta técnica se localiza y amplifica un fragmento de material genético, que en el caso del coronavírus es el ARN y así se confirma su presencia en muestras humanas. Su fiabilidad es máxima pero no son tests rápidos.
"Tardan entre 3,5 horas a 5 horas en realizarse. Se hacen en tandas de 50 o 100 y desde que entran en el pipeline hasta que tenemos los resultados pueden pasar 5 horas", explica. "El tiempo de demora es un inconveniente pero teniendo en cuenta que la mayoría de los tests rápidos que se están utilizando están demostrando ser muy poco fiables, nosotros creemos que es mejor apostar por estos".
A la iniciativa del IMM se han unido muchos otros centros de investigación a lo largo del país. "Nosotros fuimos pioneros porque fuimos pragmáticos, tratamos de crear algo que pudiera implementarse rápidamente. Y más gente, en el Algarve, en Oporto o en Aveiro nos han seguido los pasos", señala Mota.
Vimos el desastre de Italia y eso nos asustó porque nos dimos cuenta de que tarde o temprano llegaría aquí también
Hoy por hoy, el problema no es el número de tests sino el número de muestras recogidas. Los tests de PCR exigen muestras recogidas con un hisopo que llegue desde la nariz o la boca a la faringe y estos utensilios eran los que empezaban a escasear. Tras una serie de contactos, empresas que antes se dedicaban a la producción de productos de ingeniería, por ejemplo, se han volcado con los hisopos. "Es todo un movimiento social. Las fábricas que no pueden seguir con su producción normal se vuelcan con lo que hace falta ahora. Y hemos creado un movimiento de colaboración en la que todos aportan su granito de arena para salir de esto", cuenta.
Portugal, en el buen camino
María Manuel Mota es una entusiasta de su trabajo. Se nota en su voz y en cada palabra que pronuncia al otro lado del teléfono. Para cada problema busca una solución inmediata y así ha sido durante esta crisis. Aún es muy temprano para sacar conclusiones pero Portugal parece haber reaccionado a tiempo para frenar la pandemia.
"Por una parte somos la última estación de metro de Europa y todo tarda un poco más en llegar aquí. Vimos el desastre de Italia y eso nos asustó porque nos dimos cuenta de que tarde o temprano llegaría aquí también y empezamos a adaptarnos y a prepararnos. Puede que nos hayamos preparado un poco mejor que España o al menos que algunas regiones españolas", explica.
Los datos parecen corroborar las palabras de la científica. Portugal tiene, a día de hoy, 12.442 contagiados y 345 muertos. El país vecino decretó el estado de alarma el 13 de marzo, cuando llevaba 112 casos de contagio y ningún muerto (el primer fallecimiento se daría 3 días después). "Es una lucha por nuestra supervivencia y por la protección de la vida de los portugueses", dijo entonces el primer ministro Antonio Costa.
Se cerraron todos los establecimientos de enseñanza, las discotecas y los bares y se prohibieron las competiciones deportivas y los entrenamientos de los equipos de fútbol. Los restaurantes y los centros comerciales redujeron su capacidad a un tercio y se prohibieron las visitas a las residencias de mayores.
Creo que podemos decir que, por ahora, Portugal está dentro de los países donde la pandemia se está controlando mejor.
El 16 de marzo se limitó la circulación entre Portugal y España y el 19, cuando había registradas 3 muertes, se decretó el estado de emergencia: con el cierre de comercios no esenciales y el confinamiento de la población. Además, el 28 de ese mes, el Gobierno decidió regularizar a todos los inmigrantes que estuvieran en situación irregular hasta el 1 de julio, para "garantizar los derechos de todos los ciudadanos". "Es un deber de una sociedad solidaria en tiempos de crisis asegurar el acceso de los ciudadanos inmigrantes a la salud y seguridad social", explicó el ministro de Administración Interna, Eduardo Cabrita.
"La verdad es que creo que reaccionamos a tiempo y nos fuimos adaptando y que podemos decir que, por ahora, Portugal está dentro de los países donde la pandemia se está controlando mejor. Sin embargo, hay que seguir vigilantes sobre todo al norte del país, donde se concentra la mayoría de casos. Allí hay que testar, testar, testar y aislar a los infectados. No hay otra forma".
La desertificación del interior del país, esa lacra que parece imposible de eliminar, puede haber sido una tabla de salvación en estos momentos. "Está claro que en los pueblos con poca gente no hay cómo propagar el virus y eso puede haber jugado a nuestro favor".
Sin embargo, la científica subraya que hay que poner la mirada en el día de mañana y empezar a dibujar estrategias para salir del confinamiento. "En algún momento la sociedad tiene que volver a la vida y el problema no desaparece. El virus seguirá allí fuera y tenemos que encontrar una manera de convivir con él. Porque sabemos que la vacuna puede tardar entre un año o año y medio en descubrirse y no podemos vivir encerrados hasta entonces. La gente no es feliz así y hay que cuidar su salud mental también".
La solución está en la tan comentada inmunidad de grupo. "Como científicos sabemos que tenemos que ser infectados casi todos para poder hacer vida normal. Tenemos que crear plataformas de infección, formas seguras de infectar a la gente de manera controlada sin que lleguemos a los grupos de riesgo, los mayores, los que tienen enfermedades crónicas…", enfatiza la investigadora. "Los grupos de riesgo tienen que protegerse y nosotros como sociedad, tenemos la obligación de aislarlos", sintetiza.
Una mente brillante
María Manuel Mota es una de las mentes más brillantes del país vecino. La bióloga ha dedicado toda su vida profesional a estudiar el parásito de la malaria. Su mayor logro en este campo lo publicó en la revista Nature en 2017, cuando descubrió que el estado nutricional del paciente alteraba la virulencia de este parásito. Es decir, la infección sería más fuerte en pacientes mejor nutridos. Su trabajo ha sido reconocido por prestigiosos premios nacionales e internacionales. El último, el Sanofi-Pasteur, en 2018, en reconocimiento a su trayectoria.
Una carrera que la llevó de Londres a Nueva York y luego de vuelta a Portugal, en 2002. "Había estado cinco años en Londres y tres en Nueva York y cuando decidí volverme mi mentor en la Universidad de Nueva York estuvo casi un mes sin hablarme. Me decía que era un disparate, un suicidio, que yo no iba a conseguir hacer nada en Portugal".
En Portugal, María encontró un oasis que, aún así, estaba muy lejos de ser igual al trabajo en Estados Unidos. "Yo me vine para el Instituto Gulbenkian, el que seguramente era el sitio que más apostaba por la ciencia en Portugal pero estábamos a años luz de EEUU", recuerda.
"No hay ciencia como la que se hace en EEUU, yo sé que ellos pueden ser muy irritantes en muchas cosas pero el entusiasmo con el que hacen las cosas, la intensidad que le ponen a su trabajo… Todos los científicos estamos en esto porque adoramos nuestro trabajo pero a los estadounidenses no les da vergüenza parecer un poco críos con todo ese entusiasmo", dice.
Ahí empezó un trabajo de adaptación. "En Nueva York yo compraba un reactivo y lo tenía al día siguiente. Aquí, a lo mejor, lo tenía en tres semanas. Pero bueno, era cuestión de adaptarse". En esos momentos siempre tuvo muy presente la frase que su mentor le dijo al irse de Nueva York: "Ya sé por qué te vas. Tienes mucho miedo a fracasar y así, si lo haces, siempre puedes ponerle la culpa al país".
Yo no estuve en muchas de las primeras veces de mis hijas. ¿Me siento culpable por ello? No. No vi las primeras, vi las segundas, no pasa nada.
"Me acuerdo mucho de esa frase para no quejarme. Para adaptarme lo mejor posible al entorno e intentar cambiar las cosas", dice entre risas. "La verdad es que cuando volví a Portugal tuve mucha suerte porque coincidió con el regreso de muchos científicos de mi generación. Y por muy narcisistas que podamos llegar a ser los científicos sabíamos que hacer lo mejor para nosotros era hacer lo mejor para el colectivo. Nadie podría sobrevivir solo entonces. Los primeros 10 años fueron los más increíbles de mi vida".
En ese tiempo María Manuel Mota fue madre de dos niñas que ahora tienen 18 y 13 años. Conciliar nunca le resultó un problema, pero sí advierte de que hay que aliviar la presión de la sociedad hacia las mujeres. "Mi entonces marido fue un compañero increíble con el que repartía absolutamente todo y, en determinado momento, como mi trabajo me exigía viajar más, las niñas recaían casi más en él. Pero hay que erradicar este peso de culpabilidad de la sociedad en las mujeres para que sean buenas madres. Entendiendo que ser buena madre es estar en cada segundo de la vida de tus hijos. Yo no estuve en muchas de las primeras veces de mis hijas. ¿Me siento culpable por ello? No. No vi las primeras, vi las segundas, no pasa nada. Estuve siempre que me han necesitado y siempre que era importante que yo estuviera", dice con naturalidad.
Científica de éxito, reconoce que la suya todavía no es la historia más habitual para las mujeres que deciden apostar por una carrera científica. "Tenemos muchísimas mujeres estudiantes de posdoctorados pero luego, a la hora de liderar equipos, el porcentaje es mínimo. Y es chocante porque la sociedad lo asume como normal. Y no lo es. Somos el 50% de la sociedad y debería ser normal que ocupáramos el 50% de los puestos de decisión".
Pese a todo lo que ha conseguido, la investigadora confiesa que hay algo de cierto en esa frase que le espetó su mentor de EEUU: "Tengo miedo a fracasar, sí", dice sin un atisbo de duda. "Yo sé que paso la imagen de mujer muy segura y demás, pero tengo muchas inseguridades y muchos miedos. Pero no es algo malo. El miedo sólo es malo cuando paraliza. Si no paraliza y no es exagerado, lo único que hace es que estemos alerta. Es algo bueno, que puede servir de palanca para ser mejores”.
María pone énfasis en esta perspectiva para no definirse como un role model para las más jóvenes. "No me gusta que me presenten como una súpermujer. Porque eso a una niña de 12 o 13 años la puede apartar, parece algo imposible. ¿Quién se siente capaz de llegar a ser una súpermujer con 12 años? ¡Nadie!”. Así, lo que hace falta, según la investigadora son mecanismos sociales y educativos que animen a todos, niñas y niños, a soñar: "Hay estudios que indican que a esas edades las niñas pierden capacidad competitiva. Hay algo en la manera en la que las educamos que las empuja hacia abajo y eso es lo que hay que erradicar. Nada está fuera de su alcance. Tienen que saber que pueden soñar, que pueden conseguir hacer del mundo un lugar mejor. Que puedan creer en eso es algo maravilloso".