Siempre que las madres nos quejamos de la carga que supone el cuidado de los niños, alguien te mira de reojo como diciéndote: "Tú lo quisiste". Y la verdad es que yo lo quise y mucho. Pero no contaba con que el Gobierno, el mundo o la naturaleza iban a ponérmelo tan difícil.
Después de meses haciendo los deberes con nuestros hijos, mientras pelábamos patatas y atendíamos las videollamadas del jefe en el mejor momento, ¡siempre!, resulta que en la desescalada que ha planteado Sánchez caben todos en todos los sitios, menos los niños en sus aulas.
Educación quiere que las clases sean de 15 menores por habitáculo. Una cifra soñada por muchos padres y madres que llevamos siglos hablando de las ratios tan altas que soportan los colegios españoles, pero que ahora nos suena a puñalada trapera.
Y es que quieren que sean 15 y en septiembre. Y claro, ni hay aulas ni profesores ni dinero. Como no vivimos en China, donde construyen un hospital en 10 días, y nos enfrentamos a la mayor crisis económica desde hace décadas, la solución más ocurrente que ya levanta espinas (y desmayos) entre los progenitores en las redes sociales es que "se combine la enseñanza online con la presencial".
¿Combinar? ¿Como los elementos químicos? ¿Eso qué significa? En cristiano: que los niños vayan al colegio un día sí y el otro se queden en casa, por ejemplo. No sé si me escuchan gritar pero después de haber superado la ansiedad del encierro, pensaba que nada podría hacerme temblar de terror... y viene Celaá y 17 consejeros y se convierten en la pesadilla más horrorosa de casi todas las familias.
Y ¿cómo lo hacemos? ¿Por sorteo? ¿Por orden alfabético? ¿Los que su apellido empieza de la A a la L, los lunes y miércoles? ¿Los otros, los martes y jueves? ¿Y el viernes? ¡Es una locura!
No voy a entrar a valorar el mareo que supondría para nuestros hijos ese ir y venir en semanas alternativas ni los problemas pedagógicos que pueden suponerles trabajar a diferentes ritmos. Ni siquiera la responsabilidad individual que se les sigue exigiendo a estos pequeños (después de tres meses de curso en casa) para que sigan manteniendo el nivel educativo mínimo. Sino que esta magnífica idea sería una bomba atómica para la lucha por la conciliación que llevamos décadas peleando, sobre todo, las mujeres.
Confieso que la mayor preocupación de mi hijo cuando ha oído, de pasada, la posibilidad de esta propuesta es quién decide quién va y quién no y si puede elegir coincidir con sus amigos. Es decir, sólo quiere normalidad sea como sea.
Condena laboral
Señora Celaá, convendrá conmigo en que esta situación sería la peor de las condenas para las familias que van a estar muy golpeadas por la crisis económica y que tendremos que fijarnos en un calendario escolar para saber qué día de la semana podremos ir a trabajar y cuál no.
Será otra forma de exclusión del mercado laboral (por cuidado de hijos) que, todo apunta, volverá a golpear más a las mujeres pues según todos los estudios son las que suelen asumir en mayor porcentaje el cuidado de los pequeños.
Además, otros centros (privados o concertados con mayores recursos) pueden tener más posibilidades de aplicar estas condiciones y continuar con un curso "normal", lo que supondrá aumentar aún más la brecha que hay entre colegios ricos y colegios pobres, algo que podría marcar a varias generaciones si se alarga en el tiempo.
Llevamos dos meses haciendo de teleprofesores con nuestros hijos, exprimiendo horas de nuestra vida para ayudarles con deberes en los que no se escucha el audio, se cuelgan las páginas web o tienen que copiar a mano ejercicios que son interactivos. Y nos quedan casi dos meses más... Si el Gobierno insiste en que eso será el futuro del nuevo curso en septiembre... yo dimito. Dimito como teletrabajadora, teleprofesora y telemadre, porque sé que ni la ministra de Educación ni el consejero regional van a dimitir... y son los que deberían.