Rocío Jurado, como bien señaló su comadre Lola Flores, era “una piedra dura de Chipiona que no se puede aguantá”. Esta hembra poderosa encañonó como nadie el micrófono para cantarle las cuarenta a la España machista de la época. Lo hizo con palabras sencillas que en sus labios se volvían grandes, dignas, necesarias.

Lo hizo mediante el relato honesto y diáfano de las ciudadanas silenciadas, apartadas en los márgenes; contando -por fin- historias musicalizadas de tantas mujeres desoídas, expulsadas por la norma: las que querían divorciarse, las insatisfechas sexualmente, las que decían “aquí estoy yo”, las que decían “basta”.

Las “malas esposas”. Las “frescas”. Las “solteronas”. Las “promiscuas” -“si amanece y ves / que me he ido / olvídame, olvídame / que será que no me has convencido”-. Las que se encaraban con el todopoderoso hombre, con el gran amante, con el que siempre tenía la última palabra.

Con ella, la mujer española dejó de tener como techo un cuento único que la asfixiaba: no era sólo la enamorada, no era sólo la que esperaba, no era sólo la que lloraba y la que nunca elegía. Era también la que se cansaba, la que se quejaba, la que se rebelaba contra la vida que otros habían decidido para ella. Y te lo decía mirándote a la cara y con el dedo levantado, sin titubeos. Aquí una nueva mujer: la española viva, valiente y autónoma que quería tomar las riendas de su sentimentalidad y de su discurso.

Feminista y artista censurada

Rocío montó esta performance bien hasta arriba de laca y sensualidad, sin repetir jamás un vestido de gala, coquetísima y firme, inquietantemente seductora sin que eso la volviese dócil o complaciente con la mirada de los otros: sin devaneos, sin tonterías, desafiante y genuina. La Jurado expresó su torrente de voz y de carácter a melenazo limpio, desde su ojo insoslayable de ave rapaz y su raya larga de visionaria, de bruja, de vanguardista. Folclórica siempre, moderna, más.

“Soy feminista”, alegaba -y miren que hoy la palabrita sigue siendo problemática-. “No detractora del hombre, para nada. Soy defensora de los derechos de la mujer, que es diferente”. También se definió como “pro gay” y actuó en TVE en 1974 con un escote criminal que hizo levantar el teléfono a la esposa de un ministro de Franco para decir que eso era una “vergüenza”. Trajo de cabeza a los mojigatos del régimen, que ya no sabían qué pegarle en el escote para taparla: la obligaban a colocarse claveles o mantones. Pero la fiera siempre salía. Quién puede ponerle diques al mar.

En una entrevista fue interrogada por su talla de sujetador y contestó, bravucona: “El único sujetador que me importa es el mental, que es el que tú tendrías que ponerte para no hacerme esas preguntas”. “Mi destape siempre ha sido mucho más artístico que corporal”, subrayaba. Y todos callados.

No obstante, su momento histórico, su imaginario andaluz, sus batas de cola y sus peinetas la llevaron a ser injustamente juzgada -como otras tantas artistas que esta serie trata de reivindicar- como el “opio del pueblo” de una sociedad tardofranquista y anquilosadaEs el estigma de la canción popular: parecía que si el mensaje era aplaudido por muchos públicos, no era militante, parecía que no hacía trinchera frente a los valores caducos del nacionalcatolicismo. Rocío también le hizo el boca a boca a la copla, un género denostado y asociado al régimen, y lo subvirtió con genialidad inusitada inyectándole interpretaciones enérgicas y emancipadoras.

A que no te vas

Rocío Jurado fue una revolucionaria nacida en 1944. Y desde ahí, desde su contexto y sus circunstancias, hilvanó un mensaje feminista que quedaba lejos de la cátedra pero muy cerca de la calle y de sus deseos secretos, imposibles de exteriorizar entonces. Para muestra, un botón: ese A que no te vas lanzado en 1976, sólo un año después de la muerte de Franco, en una España revuelta.

¿A que no te vas,

a que sigues aguantando aquí a mi lado

lo que tengas que aguantar?

¿A que no te atreves ni siquiera a abrir la puerta

por si yo no te reclamo

y te tienes que marchar?

¿A que no te vas,

a pesar de lo que sabes que yo hago

a que no te vas?

Porque en realidad tú prefieres

estas cartas que te he dado

a quedarte sin jugar.

De repente el hombre, en este tema, adquiere -novedosamente- el rol de sumiso. Bastante impactante la revelación de “a pesar de lo que sabes que yo hago”: una mujer que lleva la contraria a los deseos y expectativas del hombre, una mujer que chulea y que reparte las cartas porque se siente segura de su posición. “¿A que no te vas, a que sigues como un perro aquí a mi lado hasta que yo diga “ya”? ¿A que no te vas, porque vives por mi amor obsesionado y no puedes renunciar?”. Toda una demostración de poder femenino. 

El remate final no tiene desperdicio: “Y aunque siga siendo como ahora y siempre he sido, como tú me has conocido, porque no voy a cambiar… ¿a que no te vas?”.

Lo siento, mi amor

Año 1978. Plena Transición. Una Constitución por estrenar. En medio del caos, La Jurado se dirigía a su pareja para mandarle a tomar viento: no se siente satisfecha sexualmente con él y ha encontrado otro amor. Casi nada.

Hace tiempo que no siento nada

al hacerlo contigo

que mi cuerpo no tiembla de ganas

al verte encendido

y tu cara y tu pecho y tus manos

parecen escarcha

y tus besos, que ayer me excitaban

no me dicen nada.

Y es que existe otro amor

que lo tengo callado, callado

escondido y vibrando en mi alma

queriendo gritarlo.

Ni siquiera se había aprobado la Ley del Divorcio -que, por cierto, ella siempre defendió sin quitarse la sonrisa de la boca; y que practicó para separarse de su primer marido, el boxeador Pedro Carrasco, en 1993- y la artista ya cantaba sin pudores al fin del amor, a la ruptura de una relación. Lo explicaba la Jurado en una entrevista con Jesús Hermida:  "Son temas de la vida diaria que ocurren, pero no se habían cantado. O, más bien, solo lo habían cantado hombres, no una mujer. Y ocurre también a las mujeres, es real”.

"Lo siento mi amor siempre lo había dicho el hombre”, expresaba ella. “‘Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo. Mira, tengo una señora maravillosa, que me va muy bien y me voy con ella'. Y se acabó. Pero una mujer que dijera eso... Una mujer nunca ha podido decir eso y en una mujer también ocurre porque somos seres humanos”.

Y continuó: “Sé de mujeres que se han atrevido a plantear la situación a través de esta canción: 'Oye, que tú lo que estás haciendo conmigo no es normal (...). Procura alegrarme la vida porque, de otra forma, me voy a tener que pensar en otra cosa, separarme y encontrar otro amor'". Chimpún.

Mi amante amigo

Lo mismo ocurrió con Mi amante amigo, lanzada el mismo año. En este tema, Rocío Jurado se independizaba de una vez por todas de un gran amor al que había admirado con devoción, con el que había crecido y por el que, de alguna manera, se había sentido tutelada -“mi viejo profesor de tantas cosas”-. Ese romance había desembocado en el ahora llamado “pagafantismo”: un tipo que la escuchaba y la apoyaba pero no conseguía hacerla sentir nada más que amistad. Un papel al que el españolito medio no estaba nada acostumbrado: un papel nuevo en el juego cultural.

Mi amante amigo,

mi hombre, mi arlequín, mi fiel juguete,

de todos mis amores confidente,

sé que vas a sufrir, sé que vas a sufrir

cuando en tus brazos yo te cuente lo pasado

Mi amante amigo,

me he enamorado como nunca te había dicho

y ya no puedo compartir nada contigo,

perdóname, perdóname.

‘Ese hombre’ y ‘Señora’

En 1979 llegaron otros dos cañones: Ese hombre y Señora. El primer tema es peor que una venganza: en él, la artista se desquita con el tipo “galante, atento y arrogante” que trataba de embaucarla. Es más: previene a otras mujeres de su influjo y le hace un traje demoledor. “A ese hombre que tu ves ahí (…) lo conozco como a mí”, dispara, y recuerda que, tras su fachada tan aparente, “sólo sabe hacer sufrir”. Aquí va el retrato:

Es un gran necio,

un estúpido engreído

egoísta y caprichoso,

un payaso vanidoso,

inconsciente y presumido,

falso, enano, rencoroso,

que no tiene corazón.

Lleno de celos

sin razones ni motivos

como el viento, impetuoso,

pocas veces cariñoso,

inseguro de sí mismo,

soportable como amigo,

insufrible como amor.

Fundamental subrayar su queja ante los “celos” infundados de su amante, uno de los grandes síntomas del amor tóxico, basado en la posesión, que hoy, en pleno 2020, las feministas siguen denunciando. Y ataca también al ego macho cuando apunta que ese hombre “que parece tan seguro, de pisar bien por el mundo” no es más que un trepa, un sujeto cosido a traumas, a inseguridades.

En Señora, Rocío Jurado narra la historia de una mujer que se enamora de un hombre casado que, por cierto, le miente en cuanto a su situación sentimental. Ella es la amante sin pretenderlo, sin conciencia de ello. Ante este drama, la artista mira a la cara a la esposa y se lava las manos, o, lo que es mejor, se sacude esa culpa femenina que se presupone nativa -y que se remonta ya a la manzana que mordió la dichosa Eva-. Ella no es responsable de lo que ha sucedido. No piensa autoflagelarse. Más claro, el agua. 

Cuando supe que existía usted, señora

ya mi mundo era sólo él

señora

ya llevaba dentro de mi ser

su aroma.

Él me dijo que era libre

(…)

y yo le creí

ahora es tarde, señora

ahora es tarde, señora

ahora nadie puede apartarlo de mí.

Rocío Jurado fue dejando tiritos feministas durante su larga y prolífica carrera. Ahí Quién te crees tú (1987), donde despluma a otro gallito. 

Se ve desde lejos quién eres,

que vienes comiéndote el mundo.

Te piensas que gustas a todas.

Qué te crees tú. Quién te crees tú.

Sonríes de un modo insolente,

con mucho de falso bohemio.

Te encuentro pasado de moda.

Qué te crees tú. Quién te crees tú

para avasallarme, dándote esos aires,

Valiendo tan poco.

O la maravillosa Déjala correr (1994), en la que se enfrenta al tipo gélido que se ha creído que la vida es suya y que sólo se muestra simpático cuando tiene ganas de sexo, un tipo empeñado en “tomarla a su forma” sin contar con ella “ni con su manera de ser”:

No valoras nada una caricia

dejas que resbale por tu piel,

sólo se te escapa una sonrisa

cuando tienes ganas de mujer,

y haces que me entregue a tu placer.

Vienes y te vas cuando te place

cuentas con que yo te dejo hacer,

te preocupa sólo tu persona

pero todo acaba alguna vez,

y ese es el momento que no ves.

No lo ves porque

me has tomado tu forma

sin contar conmigo

y mi manera de ser

(…)

No cuentas con nadie,

no quieres a nadie,

vives en un mundo que no hay nadie en él.

La conciliación y la violencia masculina

Rocío Jurado, fuera de las academias, fue pionera en traer a España debates hasta entonces inexistentes, como el de la -imposibilidad- de la conciliación y cómo eso ha marginado históricamente a las trabajadoras: "No puedo, no he podido, de verdad, tener otro hijo. Nosotras, aunque cueste mucho decirlo, aunque parezca mentira, las mujeres que nos dedicamos a esta profesión… -por eso hay muchos menos ídolos mujeres, hay muchos más ídolos hombres- tenemos que programar los hijos. Es una cosa muy triste, pero es así".

Vinculó también la testosterona a la violencia cuando enunció: “Si los hombres pariesen, no habría guerras”, un modo muy elegante de decir que si los varones tuviesen que ocuparse de la maternidad y de sus cuidados, no podrían perder tanto tiempo peleándose por poderes y tierras.

A Rocío Jurado hay que estarle eternamente agradecidos, porque con alegría, desparpajo, poderío y verbo machacón puso sobre la palestra las historias escondidas de su tiempo, las que esbozaban lo que realmente pensaban y sentían las españolas. Dio la cara con su obra y también con su vida. La más grande, la más todo. Lo cantó ella misma: “Hay mucha mujer en este cuerpo”.