Lo reconozco, he hablado tantas veces mal del Fortnite mientras mi hijo era pequeño, que ahora me da vergüenza reconocer que se ha convertido en una de las piezas de salvamento de barco a la deriva que se llama teletrabajo y teleescuela.
Antes de que mi hijo tuviera edad para pronunciar la palabra Nintendo leía noticias de los efectos negativos que este juego de guerra podía provocar en los menores y donde se podía interactuar con otros perfiles. Violencia, contacto con desconocidos, armas... me venían a la cabeza las dramáticas escenas que se producen en EEUU desgraciadamente más de lo deseable cuando un adolescente atenta contra compañeros en la escuela o en la calle.
"¡Qué exagerada!", me decía siempre un compañero de trabajo, aficionadísimo a las maquinitas (y por cierto, de lo más calmado que había a mi alrededor). "Eso depende del uso que le des". Las normas.
Cuando mi hijo empezó a utilizar estos aparatos lo tuve claro: sólo se podía jugar los fines de semana y un ratito. Normas. Tenía que ser una buena madre que protegiera a mi pequeño de los males que rondaban con esas pantallas.
Pero la pandemia ha hecho explotar cualquier verdad sagrada que teníamos sobre todo con los niños: los besos ya no son buenos, compartir objetos está prohibido, la calle es una trinchera, la familia sólo puede estar en el teléfono, las pantallas no sólo ya no están prohibidas sino que son una obligación como ventana al colegio, a los libros, al exterior...
Y por supuesto, el Fortnite ya no es un juego pernicioso sino uno de los pocos momentos en que escucho a mi hijo reír a carcajadas hablando con sus amigos y yo atiendo a mi jefe sin ocho interrupciones por minuto.
Eso sí, de nuevo las normas. No se puede jugar con desconocidos. No se puede jugar durante siete horas seguidas, por mucho que las malas madres necesitemos ese tiempo para hacer una reunión por zoom, acabar una entrevista o concentrarnos en el trabajo (¡Qué cuatro palabras! Ahora parecen un milagro así combinadas).
La guerra
No crean que no me preocupa ese maldito juego de guerra. Me gustaría más que mi hijo jugara a uno de preguntas y respuestas, de resolución de enigmas o de construcción, que sé que los hay. Pero luego me acuerdo cómo cogíamos palos en el campo mis amigos y yo y aparentábamos que éramos tiradores expertos (snipers lo llaman ahora) y que nuestras troncos eran rifles o pistolas en función de su largura (scar, minigun legendaria o subfusil de tambor) Y sí, las palabras asustan.
Mientras pienso en la lista lo escucho en su habitación, tres meses después de un encierro que ni siquiera llega a entender completamente, manteniendo su única conversación al día con amigos de su edad y riéndose a mandíbula batiente con charlas de corral que tanto necesitan en un momento de formación como este y creo que un poquito de Fortnite seguro que no puede ser tan malo.
Eso sí, he tratado de informarme sobre esta moda que recorre todas las casas en estos días y leo que algunos expertos valoran del juego el hecho de que los jugadores tengan que organizarse como equipo, bueno ellos dicen escuadrón, para hacer una misión común, compartir objetivos y trabajar juntos. Bueno, no está mal. No sé si es que quiero convencerme a mí misma pero no es del todo malo o al menos no peor que las luchas que se ven en películas de superhéroes o en el mismo "El señor de los anillos". Aunque si soy sincera preferiría que se leyera esa saga... Pero, los tiempos cambian.
A mi favor está que las imágenes no son sangrientas, menos mal, ni se ven elementos desagradables o violentos en la lucha. Y los emotes, estos famosos bailes que se han hecho muy populares, han conseguido que mi hijo mueva las caderas en este confinamiento más que nunca aunque sólo sea para enseñarme a su favorito.
El peligro
Está claro que dos aspectos son muy peligrosos en este juego, y casi me atrevo a decir que en casi todas las actividades de la vida, las sobrerreaciones a actos que no dejan de ser lúdicos (si se hablaran de forma violenta o no aceptaran la derrota) y la adicción que puede entrañar. Y ahí, de nuevo, pueden servir las normas para intervenir y cortar de raíz si se produjeran estos dos comportamientos.
Los pediatras advierten de que las adicciones entre niños y adolescentes estos meses de coronavirus con videojuegos y móviles pueden pasar factura a los menores y que tenemos que ir volviendo a cierta normalidad. El problema es que ellos no pueden seguir con sus actividades habituales deportivas, ni clases de idiomas o de arte. Y nosotros seguimos enganchados todo el día al teletrabajo. No sé quién tiene más un problema de adicción si ellos o nosotros.
Por seguir confesando, les advierto de que escribo este blog mientras mi hijo juega al Fortnite. Porque, aunque trato de aprender a cada paso, acabo siendo una mala madre y a ratos mala feminista, según los estándares oficiales. Supongo que si algo justifica mis errores es que tengo que ser una superviviente y, como en el Fortnite, en este infierno de teletrabajo y de teleescuela, mi vida es pelear y no morir en el intento.
Posdata: Prometo que cuando volvamos a nuestra rutina anterior, volveré a dejarle jugar sólo los fines de semana. Aunque creo que no tendré que esmerarme mucho para que suelte la maquinita porque él estará deseando estar con sus amigos de forma presencial y perder el online de vista.