El escaparate no pasa desapercibido a quien camina por la céntrica calle de Luchana, en Madrid. La amplia cristalera alberga libros, cuadernos, plumas estilográficas, lápices de dibujo, postales, recortables de muñecos para vestir… Todo el material de papelería que uno puede creer que existe está aquí, en la Papelería Salazar, la más antigua de Madrid y que, ahora, echa el cierre.
Lo hace después de más de 115 años dando servicio y habiendo pasado por cuatro generaciones de mujeres al mando. "Esto me da mucha pena", cuenta Cristina, una clienta "de toda la vida". Sus recuerdos están pegados a la papelería donde acudía con su abuela "a comprar el material escolar antes del inicio de cada curso".
Desde entonces nunca ha dejado de comprar allí, en su papelería de barrio, donde la conocen por su nombre y le preguntan por sus hijos. "La atención y el cuidado que tienen con la gente no existe en ningún otro lado. Se desviven por el cliente y tienen todo lo que te puedas imaginar", describe antes de despedirse, emocionada. "Me va a costar mucho que ya no estén".
Fernanda y Ana Martínez Salazar, hermanas, se jubilan este verano. Si nadie sigue con el negocio, con ellas se irá más de un siglo de historia que empezó allá por 1905, cuando la bisabuela de las dos, Quintina Salazar, recibió un estanco tras quedarse viuda de un militar. "Ella lo empezó y las siguientes fuimos recogiendo el testigo", cuenta Ana.
"La saga de las Elenas"
Habla en femenino porque la historia de la papelería es también la historia de las mujeres de la familia Salazar. Cuando Quintina murió, la papelería pasó a manos de su nuera, Elena, que siguió con el negocio tras enviudar muy joven. "En ese momento mi abuela tenía a cargo a cinco mujeres: dos hijas, una hermana, una tía y su suegra. Cogió los mandos de la papelería y junto a las otras cinco, tiró para adelante", cuenta Fernanda, la hermana mayor.
Fernanda es en realidad Elena María Fernanda: "Esto es la saga de las Elenas", ríe, hablando del nombre que se repite en todas las generaciones, "pero a mí me terminaron llamando Fernanda para no confundirnos”.
Con el estallido de la Guerra Civil, el trabajo se paralizó por la falta de mercancía y de clientes pero una vez cesado el conflicto, abrieron de nuevo el negocio y lo reactivaron. "Es entonces cuando la papelería pasa a manos de mi madre, que también se llamaba Elena. Mi tía se casa y mi abuela se va a Sevilla con ella y mi madre se queda al frente de la papelería con mi padre”, añade.
Estamos en los años cincuenta y la papelería, que llegó a crear empleo para 19 personas, se convierte, además, en una imprenta. "Mi padre le regaló a mi madre la máquina por su aniversario. Le preguntó si prefería una joya o la imprenta y ella eligió la imprenta", dice entre risas Fernanda. A día de hoy, esa imprenta sigue funcionando. "Hacemos tarjetas de visita, tarjetones, invitaciones… servicios muy especiales", cuenta Ana.
Las dos hermanas pasaron la infancia y la adolescencia entre esas cuatro paredes, correteando por los pasillos ladeados por los muebles de madera de los años cincuenta que aún resisten. Ayudaban en la tienda cuando podían, y al terminar el curso de secretaria de dirección en el Liceo Francés, con 18 años, entraron a trabajar al negocio familiar. "No tuvimos mucha opción, pero la verdad es que hemos querido y cuidado este negocio con mucho cariño", señala Ana.
"Un negocio con alma"
Pasaron la crisis del 2008 "con muchas dificultades" y, en la misma época, un robo casi les hunde el negocio. "Entraron por la noche y se llevaron todo. El seguro no respondió y nos costó muchísimo volver a ponernos en pie", recuerda.
Se recompusieron y lograron sobrevivir a un mundo cada vez más digital, donde el trato personal se ha sustituido por un 'clic' en el ordenador. "Lo hicimos con trabajo, profesionalidad, buen trato y clientes fieles… por aquí han pasado generaciones enteras de clientes", explica Ana. Una pócima mágica que ha funcionado hasta hoy. "Ya llevábamos tiempo pensando en jubilarnos pero el coronavirus lo complicó todo. Estos dos meses cerrados nos hicieron mucho daño".
Cada una tiene dos hijos, pero ninguno quiere seguir el negocio familiar. "Dos de ellas son ingenieras de telecomunicaciones, otra es farmacéutica y otro auditor. Nunca se han planteado seguir con ello", explica. Las dos hermanas buscan ahora a alguien que quiera seguir con el negocio y darle una nueva vida a esta papelería de barrio. "Nos encantaría. Ojalá aparezca alguien. Esto no es solo una papelería, es el trabajo de una vida, es la familia… es todo. Nos da mucha pena", dice Ana con tristeza.
Los clientes, por lo pronto, siguen entrando en tropel por la puerta, comprando lo que necesitan o algún recuerdo. Ellas les atienden con el cariño y la disposición de siempre. Les ayudan a cambiar las pilas de la calculadora, se suben a la escalera para rebuscar en la estanteria el taco de folios que necesitan y les aconsejan sobre el número del lápiz indicado para determinado dibujo.
En el mostrador, un dosier abierto guarda decenas de folios con dibujos y dedicatorias de clientes que han pasado por la tienda estos años y han querido dejar su mensaje. Algunos tan conocidos como Forbes, cuyo dibujo luce en una vitrina. Ellas lo hojean con orgullo y emoción: "Este es un negocio con alma, y eso no lo tiene una multinacional y mucho menos Amazon".