Aroa López ha puesto cara y voz a los miles de sanitarios que se han dejado el alma (y muchos la vida) en la crisis del coronavirus. La jefa de enfermeras del Hospital Vall D'Hebron de Barcelona sabe de lo que habla. Ha estado desde el inicio de la crisis en el centro catalán que más enfermos de Covid-19 ha tratado pero también sufrió en sus propias carnes una enfermedad parecida a este azote, la Gripe A, que hace unos años la llevó a estar en una UCI intubada y poniendo su vida en manos de sus compañeros.
"En mis años como supervisora de Urgencias del Hospital Vall d'Hebron he tenido experiencias muy difíciles pero esto nos marcará para siempre. Ha sido muy duro. Nos hemos sentido impotentes, con una sensación brutal de incertidumbre y la presión de tener que aprender y decidir sobre la marcha", ha recordado en su emotivo discurso, "un triste privilegio", como ella lo ha calificado.
Y su experiencia es muy larga. Aroa entró a trabajar en este hospital catalán en 2003, hace ya 17 años, y fue ascendida a enfermera supervisora de Urgencias en 2017. Su elección para representar al sistema sanitario en este Funeral de Estado no ha sido gratuita. Por un lado, representa a las enfermeras, un grupo de los más castigados en esta crisis, que más cerca han estado de los pacientes, que más manos han dado a quienes tenían miedo a morir.
Además, Aroa formó parte del grupo que rediseñó el hospital entero para hacer frente a una crisis que en Cataluña ha golpeado muy fuerte y por desgracia, esta enfermera sabe lo que es cerrar los ojos para ir a una sedación inducida sin saber si los vas a volver a abrir o si vas a volver a ver a sus hijos por una enfermedad respiratoria.
El 14 de julio de 2016, Aroa López se atrevió a contar lo que "Podía pasarle a cualquiera", como tituló su desahogo, pero le pasó a ella. Enfermó de Gripe A y en pocas horas estaban en la UCI intubada y en ese umbral del que nunca sabe alguien como va a volver.
"Una noche me empezó a doler la cabeza, era un dolor nunca antes sentido….y en cuestión de horas prácticamente me veía despidiéndome de mi familia y mis compañeros, y preguntándole al médico (mi compañero) de urgencias si iba a llamar a los intensivistas. Y al intensivista si me iba a intubar".
Quizá por eso ella ha sabido mejor que nadie entender el miedo de los pacientes de coronavirus que estaban solos en la UCI, sin poder hablar, sin ningún familiar al lado, en la más oscura de las incertidumbres. Ha sabido coger mejor que nadie esa mano que se aferra a su vida o mirar con el cariño de quien se expresa con los ojos.
"Hemos cubierto necesidades básicas y emocionales. Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho videollamadas, les hemos dado la mano y nos hemos tragado las lágrimas cuando alguno nos decía 'No me dejes morir solo'", ha relatado hoy en su discurso.
Son situaciones que, como ella mismo ha dejado claro, "te dañan el alma" porque "quienes están detrás de los EPIs no son héroes, somos personas".
Personas que como ella sabe por su propia experiencia son las que te ayudan a salir del túnel, los ojos que te sanan el alma y las manos que tratan tu cuerpo: "Recuerdo los ojos de los profesionales que me atendieron, su mirada de preocupación. Mi vida era su trabajo. Por lo que se ve me resistí a dormirme: me fui a mi coma inducido pidiendo que valoraran si mis hijos se habían podido contagiar y que cuidaran de ellos. Es duro. Le pudo tocar a otro, pero me tocó a mi. Cogí gripe A, neumonía, y de manera fulminante hice una insuficiencia respiratoria. De los primeros 8 días intubada y pronada no tengo recuerdos, algún flash, alguna sensación. No estaba bien para extubar, mis pulmones no funcionaban", relataba Aroa de su paso por la enfermedad.
Su voz en el funeral del Estado ha sonado serena pero fuerte. La emoción de sus palabras explotaban en una mirada que es la forma de comunicarse que más han utilizado en todos estos meses. "[Éramos] personas que salían del hospital cargados de todas esas emociones y volvíamos a nuestro trabajo desde la soledad y el agotamiento, un día más. Dispuestos a transmitir fuerzas y ánimos a los enfermos, más allá de nuestros propios miedos. Fuerzas transmitidas por los ojos, por la mirada, porque era la única parte de nuestro cuerpo que nos quedaba visible. Entre nosotros hemos aprendido a comunicarnos a través de la mirada que algunos llevamos tatuada en la piel. Miradas que significan tanto".
Enfundada en un discreto vestido azul, que dejaba al aire esos otros tatuajes más festivos pero que también son marcas de la vida, la jefa de enfermeras del hospital catalán ha querido ponerle banda sonora a todo lo que ha sucedido, como ya hizo en Twitter hace unos días y ha elegido a Vetusta Morla y sus "Abrazos prohibidos".
Ella no quiere que se olviden los aplausos, que se eche en saco roto el esfuerzo de las miles de personas que han batallado contra el coronavirus por lo que pide que se mantenga "ese reconocimiento respectando las recomendaciones sanitarias". Y es que haber estado en el límite de quien pelea cada respiración y cada latido por no morir le da fuerzas para advertir que salir de la UCI es sólo una pequeña victoria de quien tiene que ganarle minutos a la vida.
"Más duro es el destete. Abres lo ojos, intentas orientarte. Te orientas mínimamente (sigues bajo los efectos del relajante muscular y de sedación). Ves todos los cables y medicación que llevas. Te notas el tubo y la sonda. Tienes tos y el respirador pita (un sonido que nunca olvidaré). Con la desagradable sensación de toser llevando el tubo te llevas instintivamente las manos a la garganta, cosa que la enfermera interpreta que estás desorientada y te quieres sacar el tubo", recordaba en 2016 sobre sus días en cuidados intensivos.
"Quieres preguntar y no puedes. Quieres saber y es imposible, dependes de lo que te explican. Ves que te ponen medicación, ¿pero qué es?. Dices que no con la cabeza cuando ves llegar a la compañera con la bolsa de nutrición enteral (sienta fatal)", añadía para tratar de explicar su angustia, la que han vivido miles de enfermos del Covid-19 estos meses.
Tanto en 2016 como cuatro años después, este 16 de julio de 2020, ha acabado su alegato pidiendo lo mismo: respeto para la sanidad pública y por los profesionales. "Sobre la profesionalidad qué hay en los hospitales públicos (me quito en sombrero porque hoy estoy viva gracias a los profesionales que trabajan en ellos)", decía entonces.
"Quiero pedir también a los poderes públicos que defiendan la sanidad de todos. Que recuerden que no hay mejor homenaje a quienes nos dejaron que velar por nuestra salud, y garantizar la dignidad de nuestras profesiones. Y que todos respondamos a una sencilla pregunta: ¿quién cuidará de nosotros si la persona que nos cuida no puede hacerlo?", decía ahora.
Ella lo tiene claro: "No olvidemos nunca la lección aprendida".