"Que mi nombre no se borre de la historia". Estas nueve palabras, presentes en la placa de la Almudena que recuerda a las llamadas Trece Rosas, trata de dejar constancia de un asesinato que se produjo cuatro meses después de finalizar la Guerra Civil. Por un supuesto delito de adhesión a la rebelión, trece jóvenes eran fusiladas por haber defendido los ideales de la República.
Como la ejecución de aquellas trece jóvenes de entre 18 y 29 años hubo muchos otros episodios similares en plena guerra. Algunos permanecen en el olvido, esperando a que el tiempo y la labor de las asociaciones de Memoria Histórica los saquen a la luz; otros, ya han emergido. Hasta 10 cuerpos de mujeres fusiladas por los sublevados han sido hallados en Farasdués (Zaragoza) este lunes 14 de diciembre. Todas ellas eran de Uncastillo, a escasos 20 kilómetros.
Las excavaciones, iniciadas el 16 de noviembre y donde han colaborado la Asociación Charata para la Recuperación de la Memoria Histórica y el Colectivo de Historia y Arqueología Memorialista Aragonesa (CHAMA), por fin han dado con las jóvenes uncastilleras asesinadas en Farasdués, una localidad del municipio de Ejea de los Caballeros. Después del fusilamiento, sus cuerpos serían arrojados a una fosa común cercana.
Según cuenta Francisco Javier Ruiz, el arqueólogo encargado de la exhumación de los restos, todos los cuerpos se encuentran en la misma fosa, junto a la tapia del cementerio. Revela a EL ESPAÑOL que han hallado tejidos de ropa, sandalias, peinetas y hasta un anillo de oro que llevaba consigo una de las víctimas.
Sus nombres eran Josefa Casalé Suñén, Lorenza Arilla Pueyo, Narcisa Pilar Aznárez Lizalde, Inocencia Aznárez Tirapo, Julia Claveras Martínez, Isidora Gracia Arregui, Melania Lasilla Pueyo, Felisa Palacios Burguete, Andresa Viartola García y Leonor Villa Guinda. Todas ellas mujeres y todas ellas asesinadas en agosto de 1936 por su destacado rol político o como víctimas sustitutas de sus parientes varones que habían huido a zona republicana.
Y es que cuando estalló la guerra, la mayor parte de Aragón, Uncastillo incluida, formó parte del territorio sublevado. El golpe triunfó en casi la totalidad del territorio y apenas hubo conflicto armado entre republicanos y nacionales: las inmediatas detenciones de izquierdistas y organizaciones obreras desactivaron cualquier posible reacción leal al Gobierno y muchos de los maridos y familiares de las uncastilleras huyeron al monte. Ellas se quedaron en su hogar.
Madres de familia
Las diez mujeres fueron detenidas por los falangistas del pueblo. Su delito era vivir en una zona que había caído en manos de los golpistas. Narcisa, por ejemplo, era la mayor de una familia cuyos hermanos de la CNT habían abandonado el pueblo nada más conocer la nueva del golpe de estado. "Este hecho debió ser motivo suficiente para matarla como represalia", escribe el arqueólogo Francisco Javier Ruiz en una publicación de la Asociación Charata para la Recuperación de la Memoria Histórica de Uncastillo.
Así, el 30 de agosto, los falangistas entraron en su casa mientras preparaba la cena para sus tres hijas. Estas habían sido enviadas a por azúcar y café. Para cuando regresaron su madre ya no estaba: "No pudo despedirse de ellas (...) y la cena colgó varios días de la chimenea sin ser tocada". Narcisa tenía 32 años y es una de las víctimas más jóvenes.
A Lorenza también se la llevaron aquella misma noche. Buscaban a sus hijos, y al no dar con ellos optaron por detenerla. Es la mayor de las víctimas. Tenía 61 años. A todas ellas se les arrebató la vida el mismo día y a la misma hora. Primero las encerraron en los calabozos del Ayuntamiento y posteriormente las trasladaron en camión a la cárcel de Ejea de los Caballeros. Las asesinaron al día siguiente en el cementerio de Farasdués, el 31 de agosto de 1936. "Al parecer pidieron como última gracia rezar el rosario y luego fueron fusiladas", asegura Ruiz.
Allí quedaron, enterradas, las diez uncastilleras. "Es una historia que se repite", alega el arqueólogo. Ya sea en Madrid con las Trece Rosas o en un pequeño pueblo de Aragón, la guerra también afectó a mujeres que defendían los ideales de la Segunda República. Por su parte, la historiadora y arqueóloga Cristina Sánchez, quien también participa en el proyecto, apunta a este periódico que "la localización de esta fosa, el estudio de sus restos y la difusión de esta noticia, servirá para evidenciar que ellas [las mujeres] eran la mitad de un todo, y que por supuesto estaban allí [en la guerra]".
Memoria Histórica
Uncastillo no quiere olvidar; sin la colaboración de los descendientes de estas diez mujeres asesinadas el proyecto difícilmente podría haber salido adelante. Y si no, que se lo pregunten a la nieta de Josefa Casalé. Fue ella quien se puso en contacto con la asociación Charata y a partir de ese mismo momento se inició la búsqueda de la fosa común.
Su abuela tenía 39 años cuando fue asesinada. Era ama de casa. Bordaba, cosía e incluso impartía clases nocturnas en su propio hogar para personas mayores que no habían tenido oportunidad de trabajar. Era una mujer culta e inteligente: "Había aprendido por sí misma a leer y escribir y reunió una gran cantidad de libros que tras su asesinato fueron quemados por miedo".
Dos años antes de su detención, tras la revolución de octubre de 1934, elaboró una serie de rosas rojas de papel para venderlas y ayudar de esta manera a los mineros encarcelados. Ante todo era católica y acudía a misa todos y cada uno de los días de la semana. "Tenía en la iglesia un reclinatorio que tiraron a la calle tras su asesinato", señala Ruiz.
El día anterior a su trágico final, acompañada por sus nueve vecinas, decidió escribir una última carta a sus cuatro hijos y a sus demás familiares, la cual llegó a buenas manos gracias a uno de los guardianes de la cárcel. "Manolo, hijo mío, no faltes a nadie como lo has hecho hasta ahora y cuida de tus hermanos y no riñáis. Sed buenos hermanos", redactó con su puño y letra. "María, rézale a la Virgen todos los días por tu madre y enséñales a tus hermanicos todas las cosas buenas que yo te he enseñado a ti", añadía.
La carta se encuentra a día de hoy en manos de la familia. Sin embargo, muchas familias, como ocurre en el caso de Narcisa, no pudieron dar el último adiós. Es por ello que el próximo paso de reparación de las familias es identificar los cuerpos sin vida de las víctimas. "Empezaremos a hacer estudios de los restos y sacar sangre de los familiares para los posteriores análisis genéticos", asegura el arqueólogo. La espera tendrá que prolongarse, puesto que este tipo de procesos toman entre seis meses y un año.
Al menos, lo más difícil parece haber sido remediado. "Lo mínimo que se merecen los descendientes es recuperar los restos de sus madres después de que las asesinaran fascistas", cuenta Sánchez y afirma que realizar este tipo de exhumaciones es un proceso de "dignidad y humanidad".
La vida y muerte de estas diez mujeres era ya conocida en los alrededores de Uncastillo. Ahora, junto a la mítica historia de las jóvenes Trece Rosas, las diez republicanas de Uncastillo moran en el recuerdo de quienes defienden la democracia y la Memoria Histórica.
Estas diez rosas ya habían florecido. Habían sido madres y tenían planes de futuro: querían ver a sus hijas crecer y formar una familia. Querían extender un rosal que los falangistas terminaron arrancando de raíz. Ahora, gracias al hallazgo de sus cuerpos, se las recuerda. Ellas son las Diez Rosas de Aragón.