“¡Cuidado! Este libro atufa a feminismo y encima sólo habla de cosas de chicas. Tonterías divertidas, muy reales y muy comunes, pero de poca importancia para la mitad de la población. En una palabra: coñodramas”. Así de fuertes vienen Raquel Córcoles -la creadora de Moderna de Pueblo- y Carlos Carrero, coguionista de sus dos últimas obras y, además, su pareja sentimental. Ahora golpean al machirulismo patrio con Coñodramas (Zenith), una auténtica enciclopedia de 300 páginas hilarante, descarada, explícita y sin complejos donde Moderna de Pueblo se enfrenta al mundo desde sus gafas de sol oscuras y su mirada locuaz.
Es una protestona carismática y cada vez más liberada, como su madre Córcoles: poco a poco se van arrancando el último pelo de la lengua. En este libro, Moderna reflexiona sobre su carrera como autora y los obstáculos que ha ido superando, ¡hasta con los géneros que parecen asociados a mujeres o a hombres! “Quizá el problema no es que me aburra la ciencia ficción, sino que este género se ha desarrollado por y para tíos”, comenta ella con sus colegas frente a una película rebautizada como Peñazo sideral. Entonces, sin que nadie dé un duro por ella, se pone a trabajar en un relato de superheroínas.
Eso sí: con mucha guasa. Las tres chicas son conocidas como “las secundarias” e intentan escapar de la “nave-nabo”. Ironizan sobre los papeles que les han sido concedidos en ese cuento, atacan a los superhéroes -entre cobras y mansplainings- con unas pistolas que disparan semen hasta que consiguen vencerlos, emanciparse de la caspa de los viejos relatos y erigirse como las protagonistas del asunto. Ahí se suben a su nueva nave, que tiene la auténtica forma de las trompas de falopio, y toman el mando de su vida.
La vida en la treintena
Se tratan temas fundamentales en el libro y terriblemente contemporáneos, como la amistad en la treintena: cómo seguir quedando si cada vez nuestra vida es más difícil, si cada vez tenemos más responsabilidades, parejas, estrés, curros temporales, mascotas, ¿hijos? Ojo a la aparición estelar de la llamada “mami del grupo”, inevitablemente más marginada que el resto porque las demás chicas no se sienten cómodas “pillándose un pedo” con un bebé delante -cuenta Moderna, con mucha gracia-. Es interesante también cómo ella reivindica su propia historia: no siente que si vida haya dejado de ser narrativa, sencillamente, por tener marido e hijos.
Cuando por fin no hay críos a la vista, hablan de otras cosas que preocupan a las mujeres: como que la píldora anticonceptiva rebaja -¡o anula!- el deseo sexual; o como que descubres, una vez reducida la pasión, que tu novio es un machirulo. “Es un claro caso de: mente feminista, coño machista”, alega una de las colegas. “Yo también lo sufro y es un dúo más trágico que Romeo y Julieta. Tu compañero ideal de cama no coincide con el ideal para la vida”.
Contraponen también algunos tipos de tíos: claro que está ese varonil que no hace nada en casa y sin embargo se queja por todo, que no cocina pero critica el plato que le has preparado, que no hace la compra pero quiere otros yogures… -aunque estas cosas también las hace Moderna de pueblo-. Por otro lado, están los novios como los de esta última, que sus amigas definen como “medio-gais”. ¡Todo por ser atentos, educados, cuidadosos con la casa, serviciales y maravillosos! Moderna se siente como perteneciendo a un club secreto y exclusivo.
Confesiones de mala feminista
“En la mayoría de las parejas, hay alguien que cuida y que se deja cuidar. Pero cuidado con descuidar a quien te cuida, porque un día se podría hartar de hacerlo”. Pum. El caso de Zorry es otro: ella no se siente “como las demás” porque en su vida no hay pareja estable ni niños, sólo una prometedora vida laboral en la radio. Ah: trabajaba en el mismo edificio que sus “referentes”, los cómicos de moda del país. Claro que no encaja con ellos. Cuando ella aparece, ellos callan: en su presencia no seguirán haciendo todas esas bromas machirulas que disfrutan.
Zorry siempre se había sentido “guay” por haber tenido mayoría de amigos tíos. Ahora empieza a entender que el mundo es más complicado. Moderna cuenta que siempre admiró a Zorry por sus ideas, porque era la más vanguardista, porque iba por delante que el resto: le hizo pasar por fin de las revistas femeninas y de todas sus exigencias de belleza, le cambió Sexo en Nueva York por Girls, de Lena Dunham.
Las ambiciones laborales
En el libro también se juega a ratos al “cómic vintage romántico”, es decir, a las “bad feminist confessions”: historias de amor idílicas en las que el chico espera pacientemente para tener sexo -porque ella tiene papiloma, aunque eso es un secreto-, ella se escucha los discos favoritos de él, él se lee todos sus cómics, la espera en un banco cada día al salir del trabajo… y en algún momento, el tipo se cansa de las ambiciones laborales de ella que lo dejan todo el día solo.
“¡Parece que tengo una novia imaginaria! ¡Mis amigos te invitan a todo y nunca vas!”, le reprocha. Ella se plantea entonces si quiere vivir la vida de Los puentes de Madison o no. ¿O es mejor acaso ser Meryl en El diablo viste de Prada y ser una mujer de éxito que ha dedicado su vida al trabajo y está sola y amargada?
Se habla del derecho a la mediocridad de las mujeres -¿por qué tienen que ser genios para que se las escuche cuando a ellos los escuchamos con talentos de todo tipo, a veces muy justitos?-, se habla de la contradicción de una autora entre querer agradar estando guapa o desechar todo eso y buscar que se centren en su trabajo, se habla del síndrome de la impostora y de lo culpable que se siente una cuando su pareja queda un poco en la sombra -no obstante, ellos jamás se han sentido así con nosotras, ¿no?-.
Es un libro agudo, valiente, transgresor y radical en el mejor de los sentidos, un libro que huye del “preciosismo” y de lo naif para señalar, sin tapujos, la grieta.