Flavita Banana es la mejor viñetista de nuestro país: al menos, la más influyente desde su trazo negro y relajado desde el que habla de amor, de soledad elegida, de huidas, de incomprensión mundial, de cánones de belleza impuestos, de libros y vinos y pensamientos ácidos rebozados siempre de feminismo. Dice que bebe igual de Forges o de El Roto -“los viñetistas de opinión de siempre son señores, ya sabes”- que de la gran Maitena: “De ella aprendí el valor de decir ‘epa, esto es mi día a día y lo voy a usar como opinión, porque el cotidiano de las mujeres no tiene menos importancia que las diatribas políticas de los señores”, cuenta. “Pero mi biblia de referencia es el libro Mujeres y poder de la historiadora clásica Mary Beard”.
Ahora Flavita lanza Las cosas del querer unos años después (Lumen), una versión actualizada de la obra con la que empezó a colarse, como una amiga sabia, en nuestras pantallas y nuestros periódicos y en las paredes de nuestra casa en forma de lámina. Esos dibujos los hizo a lo largo de 2016, y ahora es más diáfana, más clara y más fuerte. “Han pasado cinco años en los que me he asentado profesionalmente, he ampliado mi información, mis contactos, mi formación feminista…”, sostiene.
“Es, sobre todo, mi dimensión feminista lo que ha evolucionado. Antes era más cautelosa. Ahora estoy más convencida de todo. Siempre he sido feminista, crecí con mi madre y con mi hermana, no había otra opción, pero algo que he descubierto en estos años es que el feminismo es quitarse cosas, deseducarse, arrancarse ideas que llevan miles de años ahí”.
Continúa: “Eso es lo más difícil. Apartarse de esa rigidez, de esas estructuras, del molde sobre lo que tengo que hacer con mi vida o qué es ser una mujer. Me ha venido bien esto, porque como soy bastante vaga, me ha encantado darme cuenta de que lo que había que hacer era soltar, no añadir nada nuevo”, ríe. Se descojona, Flavita, al otro lado del teléfono, con una carcajada estruendosa y libre que da alegría escuchar. Una carcajada gamberra mientras le da al coco todo el rato y desmenuza el mundo extraño entre sus dedos como una servilleta de bar.
¿Hay alguna viñeta que no volverías a hacer o que editarías?
Sí, las que son un poquito ñoñas-amorosas. Se venden como churros, pero ostras, qué ganas tengo de quitarlas. Ya os digo yo que tendréis que ir despidiéndoos de los abrazos y cosas así.
¿Y cuál es la que más problemas te ha causado, o la que más ha molestado a la peña?
Ha habido episodios distintos. Recuerdo una que fue muy problemática porque generó una recogida de firmas para que me echaran de El País. Es una bastante vieja sobre una familia con tendencia de derechas por su aspecto, y dicen “estos son nuestros hijos”. Y salen Monogamia, Pasado, Fascismo, Iglesia, etc. Y añaden “pero cuando crezcan, podrán ser lo que quieran”. La Asociación de Familias Numerosas de España, llámala como tú quieras, se puso a muerte con un change.org para que retiraran la viñeta. ¡5000 firmas! Nada, no lograron lo que quisieron.
Luego hay otras que son problemáticas en Instagram, donde me han censurado bastante. Los colgados, fuera. No se puede retratar el suicidio porque no existe, claro. Generan mucho debate, es brutal. Las que más ampollas han levantado han sido las viñetas que he ido haciendo para unirme al apoyo a las chavalillas de Argentina con la ley del Aborto. Afortunadamente, ya lo han logrado.
¿Por qué el llamado “trazo femenino” no existe?
Esa es otra cosa en la que hay que deseducarse. El “trazo femenino” es un invento para vender por parte de los medios de comunicación, de las editoriales y todo eso: para atraer a un público femenino, que para algo es el público que más libros compra. Pero, ¿cómo definimos el trazo femenino? ¿Es más fino, más limpio, más aireado? ¿Más controlado? Todos esos adjetivos se supone que están asociados a la mujer. Yo me niego. No existe el trazo femenino, es una invención.
Ni somos de cierta manera, ni dibujamos de cierta manera. Tenemos los mismos huesos en la mano y en la muñeca. Estoy podrida de eso, por eso le dediqué una viñeta en el libro. Quizás al principio pequé de querer encajar en el dichoso trazo femenino, por esto de “bueno, así se deben hacer los libros, supongo”… era inexperta. Ya no. Muchas veces hago un gurruño a posta para reivindicar al personaje más tosco, con más tinta, más gestual.
También te quejas en alguna viñeta del apellido de “femeninas” para acompañar las charlas sobre algunas disciplinas. “Escuela de periodismo de mujeres”, “escuela de ilustración de mujeres”… ¿seguimos estando al margen, seguimos siendo un fleco de la categoría principal, que es la masculina, que es la universal?
Sí, total. Me ha pasado mil veces en simposios o charlas o mesas redondas. Hay una de periodismo, otra de viñetismo, otra de investigación científica, y a ti te meto en la mesa redonda de mujeres. Los hombres hacen cosas que son muy variadas y están muy bien diferenciadas, pero a nosotras nos juntan por el hecho de ser mujeres. He estado en mesas redondas con compañeras de oficio y nuestros dibujos no tienen nada que ver, ni nuestros temas, ni nuestra manera de enfocarlos. Sólo teníamos en común tener tetas.
¿Alguna experiencia machista icónica en tu carrera?
Pues mira, una de las más curiosas, porque es como de pegar un soplido, es la que me pasa siempre con los murales, aunque no es mi actividad favorita. Pero cuando lo he hecho en la calle o en algún lugar cerrado o privado, basta con que me suba al andamio y me ponga a pintar la pared para que cualquier hombre que me vea tenga la necesidad imperiosa de pararse y darme un consejo.
Están convencidos de que te están echando una mano, ¿sabes? Pasa un señor de ochenta y cinco años y te dice “si tu pintura fuera más líquida, te sería más fácil”. Pero vamos a ver, caballero, ¿usted cuántos murales ha pintado? “Bueno, chica, no te pongas así…”. Esa condescendencia. ¿Le harían el comentario a un hombre que pintase el mural? No lo creo. Es paternalismo.
Tratas también temas como la depilación o la regla. Estos, curiosamente, joden bastante. Me acuerdo de que en el máster, una amiga mía propuso una campaña llamada “si baja, baja”, es decir, si baja la regla, baja laboral. La llamaron loca. Tú abordas lo mismo en una viñeta.
(Ríe). Ya ves, me imagino. Bueno, la depilación es una herencia patriarcal, es una manera de diferenciarnos físicamente, porque si no lo hiciéramos seríamos más parecidas y eso no interesa. “Es higiene, es higiene”… mira, no. A estas alturas yo creo que ya nadie te puede justificar estos temas, porque si fuera higiene la evolución haría que no tuviésemos pelo y lo tenemos. Me molesta igual el hombre que me dice “depílate” como el que me dice “ay, no te depiles”. Vamos a ver, que la decisión la tengo yo, ¿por qué se os pasa por la cabeza opinar?
Luego es verdad que hablando se entiende la gente y que si estamos en pareja a lo mejor los dos decidimos: con pelo o sin pelo. Vale. Feminismo no es que todas tengamos pelo, sino que cada una decida con la suficiente información lo que quiere hacer y que ellos no tengan nada que decir al respecto. Y nosotras igual con ellos, ojo.
Y lo de la regla… el otro día me reía con un amigo. Bueno, más bien a él le entraba esa risa nerviosa que a veces entra al ver mis viñetas. Yo le decía: tío, tú piensa una cosa. La regla no es un acontecimiento anual o cada dos siglos, no es un fenómeno exótico, es que la tiene cada mes la puta mitad del planeta. Que no somos minoría. Pero nos han hecho pensar que sí. A veces me pasa que estoy de ultramalahostia y pasa algún idiota y me dice “¿qué pasa, que tienes la regla?”, y le digo: escúchame bien. Sí. Sí la tengo (ríe). Giradísima.
“Yo sólo esperaba un día tranquilo con mis defectos”, dices en una viñeta en la que hay una chica en la playa y al lado una súpermodelo operada haciéndose selfies sin parar.
Espero que no se entienda mal, porque no me parece mal cómo sea la otra. Yo respeto la decisión de cada una. Si quiere operarse, que se opere, que viva como quiera vivir y que tenga el aspecto que quiera tener. Pero sí creo que tenemos que poner el foco sobre toda la herencia estética que nos ha impuesto el patriarcado y, al final, la sociedad de consumo. Tener el cuerpo como es, sin hacerle nada, no genera dinero.
Es complicado, porque si nos quitaran todos los preceptos que tenemos ahora, estaríamos perdidas: joder, ¿qué me gusta? ¿Cómo estoy bien? Yo creo que funcionaríamos más por comodidad y practicidad. Si te fijas, todas las cosas que se supone que son femeninas son profundamente incómodas. Llevar tacones, llevar el pelo largo -es un coñazo lavárselo-, depilarse, llevar medias que se rompen… es una forma de control.
¿Qué sabe del amor Flavita Banana, donde a menudo es tan escéptica?
Ahí estoy expresando un poco de mí, porque no acabo de encontrar mi lugar en el amor, en el sentido de que las cosas están evolucionando mucho y todo es móvil y hay muchas opciones y todo es moderno, pero el concepto de pareja sigue siendo el mismo que en la Edad Media. Y yo lo pongo sobre la mesa y digo: ahí no me estoy encontrando bien. Le veo muchos fallos al sistema del “tú y yo, juntos para siempre y nadie más”. La exclusividad, la eternidad… todo eso me parece muy arcaico. Igual no tengo solución (ríe).
En alguna viñeta dices “no sé lo que quiero, pero sí lo que no quiero”. Cuéntanos.
Lo que no quiero es que el concepto de pareja o de relación o de romanticismo ocupe una parte tan grande del cerebro a lo largo de la vida. En mi hipotético ideal de pareja, una relación no trae tantísimas desventajas, tantas inseguridades, tantas dudas… aunque es obvio que las relaciones humanas son complicadas y nunca van a ser perfectas, pero este modelo me parece que está obsoleto.
O el concepto “despedida de soltero”. ¿Qué? ¿Se está despidiendo a alguien que se va a ir a brazos de otra persona y va a desaparecer de la faz de la tierra tragada por un agujero negro? Esto es una chorrada. Yo no tengo nada en contra de las bodas. A veces alguien me dice “oye, que me voy a casar, espero que no te sepa mal”. No, joder, ¿qué me va a saber mal? El amor me encanta tantísimo que por eso quiero que sea mejor. Me jode el cuñadismo que se retroalimenta de una manera tan estúpida y avala lo de apartarse de la sociedad y ser fagocitado por tu pareja.
En tus viñetas, la protagonista a menudo está huyendo.
Cómo no va a huir, si nosotras nos hemos llevado la peor parte: cuando empiezas a mirar el mundo con ojos realistas y a quitarte de encima el cuento de que a la princesa se le quitan todos los problemas cuando es rescatada… cambia todo. Sabemos que el amor ciega y que nos emborrachamos de él y que nos comportamos de manera irracional. Cuando recuperas un poco el norte, igual te piras.
Vale que flipemos un rato, pero no perdamos de vista los puntos cardinales. Ahora la palabra “individualidad” se asocia con “individualismo” y adquiere una connotación negativa, pero yo la rechazo, porque nunca dejamos de ser individuos. Naces sola, vas a morir sola. En el transcurso de ambas cosas, reconcíliate contigo.
“Quiero beber como una mujer, pegar como una chica y llorar como un hombre”. ¿Qué has aprendido de los hombres que no sabías con 18 años?
He aprendido muchísimo de los hombres porque crecí sin ellos. Siempre he tenido amigos hombres, no es que viviera aislada, pero no convivía con ellos. Mi madre es francesa, no tenía ni tíos ni abuelos cerca… de los hombres me he dado cuenta de que me fascinan, como toda cosa desconocida o que yo no pueda alcanzar, porque yo no puedo ser un hombre. Me fascina que meen de pie, ¡que tengan barba! Cosas tontas. A cualquier hombre que tenga barba lo mato a preguntas: ¿te pica? ¿Cómo te la lavas? (ríe). Realmente, el haber reforzado mi feminismo sólo me hace quererlos más, así de fácil.
¿Y del sexo, qué sabes ahora que no sabías con 18?
¡Todo! (ríe). Con 18 años era virgen, hija mía, yo empecé tarde. Obviamente, el feminismo es el gran añadido del sexo. Si una se conoce a sí misma, cambia todo. No hay hombre más afortunado que el que se pueda acostar con una mujer feminista, porque va a disfrutar el triple.
Las feministas no estamos todo el día con el Satisfyer sin querer ver a ningún hombre… ¡todo lo contrario! Una mujer feminista sabe querer bien, sabe follar bien. Sabe de amor y de sexo, y también de salud mental, porque el sexo está muy relacionado con la mentalidad y con el cerebro. Vamos a divertirnos. Y creo que esto está yendo por buen camino. Que lo estamos haciendo muy bien.
Yo soy fumadora compulsiva, como tú, y buena bebedora de vino. ¿Para qué sirven el tabaco y el vino?
En el libro salen representados porque son una parte de mí. Al final son debilidades, ¿no?, porque las adicciones lo son, pero las debilidades te humanizan. ¿Quién no tiene una? En mi caso, el fumar es un hábito. No hay nada poético detrás de eso. Y el beber… pues muchas veces es un descanso, una pequeña desconexión para aligerar esa profundidad de pensamiento, al menos en mi caso, que me dedico a pensar todo el santo día.
Ayer leía El infinito en un junco, de Irene Vallejo, y explicaba que los filósofos pasados y tal eran unos jodidos bebedores. Normal, yo les entiendo: están podridos de pensar. Y la gente en plan “dejad, dejad que beban…”. A mí a la cuarta birra me están diciendo “no bebas tanto”. Perdona, ¿a Sócrates no le decías eso? (ríe).