En febrero de 1991, el Gobierno de España aprobaba la creación de un Servicio Marítimo de la Guardia Civil (Sermar) para proteger los 8.000 kilómetros de costa que tiene nuestro país. Hasta entonces, esas competencias estaban en manos del Ejército y en ese momento se traspasaban a un cuerpo que había sido tradicionalmente terrestre.

Con esta decisión, hace ahora 30 años, el territorio a proteger se abría ya a "las aguas marítimas españolas hasta el límite exterior del mar territorial determinado en la legislación vigente y, excepcionalmente, fuera del mar territorial, de acuerdo con lo que se establece en los tratados internacionales".

De repente los guardias civiles tuvieron que aprender a subir y bajar de un barco, a maniobrar, a realizar persecuciones en el agua, a vigilar entre las rocas, a saltar a una playa, a ayudar en rescates... 

"Yo estaba en la Academia cuando nació el Sermar. Vinieron a contárnoslo y enseguida me sonó a costa. Yo soy de Avilés y pensé que podría estar cerca de mi tierra y que tendría un destino bonito. El primer año no teníamos ni barcos y el curso lo hicimos en El Ferrol en la Escuela de Maniobras de la Armada", narra la guardia civil marinera Fátima Moreno Calurano, una de las primeras seis mujeres que entraron en el Servicio Marítimo desde su creación, destinada en Cantabria.

Primeros barcos

De hecho, los primeros barcos llegaron al año siguiente, en 1992, para prestar servicio sobre todo, en los Juegos Olímpicos de Barcelona y en la Exposición Universal de Sevilla. Ese año, la guardia civil Fátima ya estaba destinada en Santander, el que había solicitado, esperando a que llegaran las patrulleras para poder iniciar una aventura en la que lleva embarcada 30 años.

La guardia civil Fátima Moreno.

Más tardes zarpó la capitán enfermera Noelia Cosme (42 años), destinada en Tenerife, y que lleva en el Sermar 14 años. Reconoce que es "hija del cuerpo, y hermana del cuerpo y casada con el cuerpo", bromea. Su padre, subteniente de la Guardia Civil y fallecido el año pasado, la educó en los valores "propios de la Institución como el honor, la lealtad y el compañerismo". "Toda mi infancia la he pasado en cuarteles".

Y eso que la Guardia Civil no fue su primer destino. Noelia estuvo antes cuatro años en las Fuerzas Armadas y en el 2007, decidió que lo suyo era seguir los pasos de su padre y entró en la escala facultativa técnica como enfermera, vía oposición. 

Lo de echarse al mar, en su caso, también fue algo voluntario: "Soy muy inquieta y el mar era otro reto dentro de mi faceta como enfermera. Te encuentras con situaciones a las que no estás acostumbrada que son las inherentes a estar a bordo en un barco semanas".

La capitán presta sus funciones en buques oceánicos que navegan aguas internacionales donde precisan de un puesto de enfermero para atender a la tripulación o a quienes encuentren. "Obviamente no tenemos los medios que en tierra donde llamas a una ambulancia y lo trasladas a un centro. A bordo se complica todo más. Tenemos que hacer una consulta radiomédica, que está enlazada con Madrid, para poder atender en casos de extrema urgencia y si procede una evacuación, hay un helipuerto".

Mujeres

En 1991, hacía sólo tres años que la primera promoción de mujeres se había incorporado a la Guardia Civil. De hecho, la marinero Fátima pertenece a la segunda y, cuando le tocó elegir especialidad, tuvo que sumar a su lucha por la visibilidad femenina el mar, un sector que aún hoy sigue estando muy masculinizado.

"Una mujer era chocante, pero yo me adapté muy bien. Recuerdo que llegabas a un puerto y ya llamaba la atención ver una patrullera de la Guardia Civil y después salía yo. La gente se concentraba en la proa o en la popa, donde yo estuviera, para ver cómo hacía la maniobra. Eso sí, lo mejor siempre han sido mis compañeros", asegura esta guardia civil que empezó a vestir de verde con 19 años.

Fátima reconoce que el servicio ha cambiado mucho en estos 30 años y no sólo en lo que se refiere a la adaptación de la mujer. "Lo primero que no es igual son los barcos, ya se van modernizando y se van poniendo más medios. Al principio eran casi como un yatecito y para navegar estaba bien, pero eran difíciles para trabajar".

Tampoco el uniforme que utilizan ahora tiene que ver mucho con el de entonces: "Antes salíamos con la misma ropa que cualquier compañero de seguridad ciudadana o rural: unos zapatitos de cordones, un pantalón de pinzas y un jersey, como lo más novedoso. Cuando tenías que bajar a una playa, imagínate. ¡Yo me he tenido que remangar y descalzarme para meterme en el agua! Ahora tenemos mejores ropas y prendas para el frío y el agua".

Camarote y baño

Desgraciadamente, lo que sigue casi igual es la minoritaria presencia de mujeres en este servicio y eso que la experiencia de quienes llevan 30 años navegando ya ha abierto muchas puertas.

Fátima explica que a su llegada nada estaba listo para ellas, "ni siquiera los barcos", pero tampoco lo ha echado en falta. "Nosotros hacemos guardias de 24 horas y no hace falta que tenga yo un camarote propio. El uso que le damos es diferente a cuando estas en un barco oceánico. Te echas unas horas y ya. Aquí tiene uno el patrón y si a mí me dan otro exclusivo, no quedan para el resto".

Noelia sabe que para las primeras guardias civiles del Sermar fue muy duro por el tema de la habitabilidad, sobre todo en puestos como el suyo donde pasa semanas embarcada: "Los barcos no estaban preparados para albergar a mujeres. Había un baño, una ducha y todo el mundo compartía. Afortunadamente, se han hecho reformas y yo dispongo de camarote y baño propio".

Pero asegura que el trabajo continuo de las pioneras ha cambiado muchas cosas: "Llevamos más de 30 años en la institución. Era un clamor social que hubiera mujeres en todos los puestos porque desempeñan un papel muy importante en la Guardia Civil y desde mi punto de vista, yo creo que la inmensa mayoría de las barreras, si no todas, están sorteadas".

La guardia civil Fátima Moreno.

Marinera Fátima Moreno Calurano

Fátima tenía 19 años cuando se comprometió a ayudar a unas amigas en las pruebas físicas para la Policía Local de Avilés. Ella no iba a presentarse porque ni siquiera cumplía los requisitos, pero su velocidad en la prueba de 50 metros, bajando incluso la marca que se exigía a los hombres, la animó a plantearse que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado podían ser lo suyo.

"Primero me apunté a una academia de Policía Nacional porque en ese año no había puestos de guardia civil para mujeres. No resultó y probé en la Guardia Civil cuando ya empezaron entrar. Fui de la segunda promoción".

Ella es un caso extraño en aquellos años de mujeres que querían vestir de uniforme por auténtico amor al servicio público. "No tengo a nadie guardia civil, ni militar... ningún familiar. Es más, no sabía si la Guardia Civil vestía de verde o de otro color".

Cuando oyó hablar del Sermar tuvo claro que la costa era lo suyo. Pedían requisitos vinculados con el mar y ella, lo único que había hecho, eran cajas de pescado en un aserradero para los barcos de Avilés. Pero consiguió apuntarse y pasar las pruebas. "Salimos elegidas 6 chicas".

Mientras se formaban y esperaban los barcos, tuvo tiempo de ir comisionada a Algeciras porque necesitaban tripulación para abrir un nuevo puesto. "Fue duro porque justo allí tuvimos nuestro primer contacto con los barcos y era un sitio con una problemática desconocida para nosotros, la inmigración".

Después de eso, Fátima ha pasado el resto de su vida sirviendo en Cantabria donde, reconoce, que el trabajo es diferente. "No es lo mismo el norte que el sur. Es más difícil que haya barcos con droga y estás con la pesca, rescates, auxilios, furtivismo... Al principio envidiaba el sur por el mar, más tranquilo, porque aquí se navegaba sí o sí y daba igual si había temporal. Ahora ya hemos aprendido que en esas circunstancias en que la mar está mala no podemos trabajar y no vas a encontrar apenas barcos".

En todos estos años, esta madre de dos hijos ha lidiado con grandes olas y con guardias embarcada de 24 horas sin problemas. "Me resultó difícil y a la vez fácil. Sabía que desaparecía un día entero de casa, pero luego me dejaba un margen de 2 o 3 días para estar", asegura.

Y ha demostrado que 30 años son pocos para una guardia civil del mar. "Tuve una operación de rodilla con muchos problemas y acabé en un tribunal médico donde pensaron que lo mejor era darme la baja con limitaciones. No me lo podía creer. Dejarme en una oficina era matarme así que lo recurrí y volví a mi puesto".

De hecho, esta guerrera acaba de cumplir los 56 años y debería pasar a la reserva pero quiere seguir navegando y ya tiene todos los papeles en regla para seguir un año más voluntariamente. "Yo me quedo trabajando". 

Capitán enfermera Noelia Sierra Cosme.

Capitán enfermera Noelia Sierra Cosme

Noelia es de esas uniformadas de sangre. Se crió entre cuarteles y sabía que lo suyo era el cuerpo y la asistencia a los demás desde siempre. Ahora, como capitán enfermera en el Sermar puede cumplir con las dos: "La labor que hago es asistencial y preventiva con los miembros de la tripulación, tanto personal de la Guardia Civil como del ISM, con el que colaboramos y la atención a los migrantes a bordo". 

Esta salmantina de familia y corazón insiste en que lo más duro de su trayectoria ha sido "la pandemia" tanto por los compañeros que han enfermado como por los que han perdido la vida. "No saber qué pasaba ni cómo tratarlo ha provocado una sobrecarga de trabajo en los servicios sanitarios de la Guardia Civil".

En el barco, donde han continuado con su trabajo, han tratado de tomar todas las medidas posibles: PCR, turnos, cada uno en su camarote, mascarillas, geles... "Lo único que no se puede llevar a cabo es la distancia de seguridad porque ahí son mínimas". De resto, han sufrido y peleado contra el virus como el que más.

Pero en el barco y a miles de kilómetros de la costa donde pasa casi un mes, también se viven situaciones emocionantes. "De las experiencias más bonitas ha sido la atención a migrantes cuando hay embarazadas y niños. Es gratificante porque vienen de situaciones bastantes precarias en sus países de origen, llevan muchos días a bordo y buscan una vida mejor".

Así que no es de extrañar que cuando está haciendo el petate para embarcar, sus dos hijos le digan que si va a trabajar "con los negritos, de manera cariñosa". "Para ellos es duro porque es un mes sin su madre, pero lo tienen interiorizado y no es tan traumático como las primeras veces. Mamá se va al barco y luego vuelve".

Noelia destaca los cambios que también ha experimentado el propio servicio desde que empezó con apenas las competencias a las que tiene ahora: inmigración, control de fronteras, la acción internacional, protección del medioambiente marino, persecución de delitos, drogas... y todo de la mano de hombres y mujeres a la par.

"Al inicio sí fue complicado romper techos de cristal pero ahora las oportunidades que ofrece el cuerpo son iguales para hombres y mujeres y el techo lo ponemos cada uno".