De la actriz y dramaturga Bárbara Mestanza no sólo abusaron una vez, no sólo la vez en la que se enroca esta obra, Sucia, que puede verse del 6 al 30 de mayo en el Teatro La Abadía: de Bárbara, como de todas las mujeres, han abusado infinidad de veces, porque nació mujer y porque creció con ese don y ese castigo, porque sobre sus fuertes, flacos y fibrosos hombros carga siglos de machismo, de misoginia atávica, de desprecio a lo femenino.
En sus espaldas viven “las 40.000 veces que me han tocado el culo”, los piropos repugnantes por la calle, “ese día que un chaval de clase me metió en el baño del colegio y tocó donde no tenía que tocar”, la tremenda culpa, los menosprecios, los “¿por qué no lo paraste en el momento, por qué no supiste reaccionar?”, la sensación de sentirse sucia, sucia, sucia, sucia como Eva, como Lilith, como todas y cada una de las hembras pecaminosas de la creación.
Mestanza buscaba “sacar la mierda fuera” con esta obra y “generar algo bello y útil”, algo que “a alguien le pudiera servir para algo, aunque fuera, simplemente para no sentirse sola”. Hace cinco años, en el barrio madrileño de La Latina, durante un masaje, un hombre abusó de ella y le metió los dedos en el coño. En la pieza lo dice así, con estas palabras justas, con todas sus diáfanas y sangrantes letras. Estuvo tres horas secuestrada allí, inmovilizada por el miedo. “Después de pasar por una fase de negación de mi propio abuso, empecé a hablar de eso y lo verbalicé. Siempre, desde entonces, me he encontrado con gente que reacciona preguntándome por qué no hice nada”, cuenta a este periódico.
Dudar de la víctima
“No creo que la sociedad sea mala y que quiera dudar de la víctima: creo que la sociedad no está preparada para asumir que alguien normal, alguien que no es un cliché de víctima, que no es una doncella perdida en el bosque, alguien como tu hermana, tu madre o tu pareja, haya podido sufrir algo así. Así que decidí investigar y contestar a esa pregunta. Lo hago durante la obra. Cuento por qué no hice nada”, relata.
Con Sucia también quería “que los hombres supieran qué significa con exactitud la palabra ‘abuso’, qué suponía para una vida y un cuerpo real”: “Quise tanto que lo entendieran que pensé en usar su propio cuerpo, o el de uno de ellos para ejemplificar nuestra realidad en su propio paradigma. ¿Qué pasaría si uno de vosotros pudiera sentir en su carne, pelo y uñas lo que nosotras vivimos desde el día en que nacimos? Pensé en crear un caballo de Troya perfecto y Nacho se prestó con miedo y muchas ganas”, comenta, en alusión a Nacho Aldeguer, su compañero en la función.
Explica Aldeguer que él está acostumbrado, por sí mismo y por otros hombres, a escuchar a los varones tomar el asunto del feminismo desde el ángulo de “ey, yo soy un buen tío, yo no violo a gente, no soy la Manada”: “Es como si así nos quedásemos fuera de problema. Pero yo he aprendido en este año de proceso que por mucho que yo pensara que soy un buen tío y que no ejerzo violencia contra las mujeres, la ejerzo sin darme cuenta. Todos lo hacemos en cosas pequeñas que nos parecen absolutamente normales, como andar por la calle de noche y mirar a una chica que pasa. No somos conscientes de la violencia que ejerce el cuerpo masculino y el comportamiento masculino en la sociedad”, apunta.
¿Quién quiere ser víctima?
Expresa Bárbara que cree que hay que rebautizar o resignificar el concepto “víctima”: “Ninguna de nosotras quiere ponerse la etiqueta de ‘víctima’. No quieres meterte en ese cajón porque ¿quién quiere ser eso: una mujer tonta, desvalida, sin fuerza, sin inteligencia, sin autoridad? ¿Quién querría ser eso?”, lanza. ¿Qué hubiera cambiado en la vida de Bárbara si tras vivir ese abuso hubiese podido ir al teatro y ver esta obra? “Si hubiera salido de la sala de masajes y hubiera podido ir a ver esta obra… bueno, creo que me hubiera encantado tener tanta información que entonces no tuve”, resopla.
“No sabía que eso era denunciable, no sabía que existía la recogida de epiteliales, o que puedes ir al hospital sin que tengas que haber sido atravesada por un pene, no sabía que el hecho de que un hombre me penetrara con sus dedos es agresión… no sabía la diferencia entre abuso y agresión, ni el proceso judicial, ni cómo te afecta después, ni cómo masticar todo este miedo tan normalizado entre nosotras”, cuenta.
¿Qué hay después de una agresión de ese tipo? “No se supera, yo creo: no se supera nunca. Queda el sobrevivir, porque le has enseñado a tu cuerpo que no vale para nada. Que da igual que seas blanca, privilegiada, que tengas cuatro carreras, que seas una tía sabia, divertida, una cachonda de la vida, da igual que seas una mujer total, porque si un tío de mierda lo decide, te puede hacer pasar por esto. Estamos sujetas a esa idea: al entender que tú no eres tu propietaria”, dice Bárbara.
¿Y el abusador?
¿Qué cree Bárbara que pensaría su abusador si viera esta obra? “Siempre está el fantasma ese de volver a encontrarle, ¿no?, de toparnos con ese ser y de pensar qué contestaría… cómo reaccionaría. Pero creo que si es alguien que no supo verme hace cinco años no sabría verme ahora mismo. Y he ocupado tanto mi cabeza en eso, en lo que me hizo y en lo que le habrá pasado en su vida para hacerme eso, tanto tiempo intentando comprender a ese ser… que ahora estoy en el ejercicio contrario: legitimarme a mí y dejar de ponerle a él en ese sitio de privilegio. No sé qué diría, per no me importa. No lo hago por él”.
La obra está escrita e interpretada con palabras clarísimas y terribles, como las que se dice la protagonista a sí misma cuando se siente exagerada por sufrir por lo que le ha pasado: “Tienes el coño como una niña del Opus”, ironiza, cruelmente, consigo misma. Son casi dos horas de espectáculos, pero “podrían ser años”: “Hay mucho que contar. Mucho que hablar. Resumir en dos horas cinco años de una vida… es un resumen de puta madre”.