Lydia Cacho: "Si no fuera incorrecto, la mayoría de políticos de izquierdas irían a prostíbulos"
“Les pedí a los policías que me secuestraron y torturaron que me dejaran muerta en la orilla: sé lo que sufren las familias de los desaparecidos” / “La libido de los hombres baja cuando están con una mujer que gana más que ellos” / “He renunciado al amor por mis principios feministas” / "Los hombres temen que otros les llamen 'maricas' si no ven porno".
17 junio, 2021 00:33Noticias relacionadas
Lydia Cacho es una leyenda viva, aunque bien que han intentado asesinarla: por ser periodista de investigación, por ser escritora, por ser defensora de los derechos humanos -muy especialmente, los de las mujeres y niñas de todos los países que sufren las vejaciones y las explotaciones machistas-. Cacho es una de esas titanas que luchan por todas, por todas y cada una de nosotras, olvidándose a veces de sí mismas. El agradecimiento se vuelve ridículo frente a esta hembra que es ya punta de lanza contra todas las estructuras que nos asfixian.
Habla sobre los hombres -también sobre los hombres buenos-. Habla sobre cómo debemos reconstruir el amor, el erotismo y el sexo a partir de la revolución feminista. Habla de la solidaridad entre mujeres, de sus redes de afectos, cuidados y enseñanzas. Habla de las dinámicas del poder, de la violencia y del deseo. Habla sobre el peligro de plataformas hipersexualizadoras como Onlyfans, sobre el mito de la libre elección de las mujeres prostituidas, sobre la importancia olvidada de la figura del padre en nuestras vidas -de molde patriarcal, obvio, desde Zeus a acá-, sobre los delincuentes inrreinsertables.
Fundó un refugio para mujeres de alta seguridad en México: el Centro Integral de Atención a las Mujeres. Ha ayudado incansablemente a las víctimas a convertirse en supervivientes y cuenta que el primer paso para salir del pozo es que admitan que “la violencia que están viviendo nunca se la merecen”. Las ha acompañado en el espinoso proceso de desprenderse de la culpa.
Su guerra abierta contra la trata y la pornografía infantil la mantiene alerta, crítica, poderosa, incisiva, segura, beligerante, didáctica, brillante e incorruptible, aunque a veces -como todas-, cansada. Cansada de las violencias planetarias y sus horrores, que se ceban a menudo impunemente con las débiles. Cansada de las renuncias. Cansada del machaque de los poderosos que oprimen a las mujeres del mundo, y que ven en ella a una enemiga íntima desde que empezase denunciando en 1994 los primeros feminicidios en Ciudad Juárez.
Cuando en 2005 publicó Los demonios del Edén: el poder que protege a la pornografía infantil en México, Lydia Cacho se convirtió directamente en el centro de la diana de estos criminales. En su némesis predilecta. Señaló a muchos, encarceló a más. La persiguen desde entonces sin descanso allá a donde va, la amenazan de muerte e incluso la detuvieron y torturaron los días 16 y 17 de diciembre de 2005. Salió viva de milagro.
En 2018, el Comité de Derechos Humanos de la ONU sentenció que el Estado mexicano era responsable de violar sus derechos de libertad de expresión, integridad y seguridad personal: aquella trifulca se saldó con tres policías sentenciados, tres prófugos y uno bajo proceso. El ex gobernador Mario Marín fue detenido y el empresario Kamel Nacif fue arrestado en Líbano. El juicio sobre Nacif se inició esta misma semana y Cacho lo detalló hace dos días en esta rueda de prensa.
Ahora España la protege, pero hay más: la escudan también todos sus compañeros y compañeras, todos los que la admiran, la leen y aprenden de ella, todos los grandes amigos que ha ido dejando a su paso feroz y hermoso por el mundo, como un caballo libre y sin riendas que no olvida nunca a su manada. Lo mejor es que se protege, sobre todo, ella misma: luminosa, inspiradora y encarada, jugándosela cada día por su dignidad, que es la dignidad de todas.
¿Qué has aprendido de las mujeres después de tantos años de lucha -y tantos sacrificios personales y profesionales- intentando defendernos, tratando con víctimas y con profesionales que pelean contra la violencia machista? ¿Qué sabes ahora de las mujeres que no sabías cuando eras niña?
Tengo una fascinación por el mundo de las mujeres, porque yo creo que somos capaces de transformarnos con una constancia extraordinaria. Y de tejer redes de solidaridad. Hemos logrado abatir todos los falsos paradigmas de que las mujeres son enemigas de las mujeres. Una cosa que aprendí con mujeres de todo el mundo es que estamos buscando siempre no sólo espejos, sino a otras mujeres que hagan eco de nuestras palabras y nosotras queremos hacer eco de las palabras de las otras. Estoy disfrutando enormemente el feminismo: encuentro que las generaciones más jóvenes tienen mucha más inteligencia emocional, más poder para la rebelión, para ejercer su noción de libertad, no sólo en términos corporales sino en términos emocionales.
¿Y de los hombres, qué has aprendido?
De los hombres he aprendido que a quien más miedo le tienen es a los propios hombres. Viven sometidos al estigma de la masculinidad tóxica, viven con miedo a ser juzgados por los hombres en cuanto a su masculinidad y a su capacidad para ejercer violencia (no necesariamente todos la ejercen, pero siempre está latente la prueba constante en todos los ámbitos: en el profesional, en el personal, en el deportivo). No son capaces de solidarizarse de manera contundente y efectiva con la violencia contra las mujeres porque les gana el miedo a ser excluidos del mundo de lo masculino. Eso es doloroso y complejo.
¿Existe eso que ahora llaman “nueva masculinidad”? ¿Puede la masculinidad vivir un viraje a través del movimiento feminista, o es impermeable?
Yo creo que existe una búsqueda. Muchos creen que existe, pero creen que es un lugar al que llegar o un objeto que adquirir en vez de entender que es un sitio interino que explorar individualmente para luego convertirlo en un colectivo. El feminismo ha hecho muchísimo para que esto suceda: para que los hombres hablen de ella, para que la busquen. Hay muchos colectivos pequeñitos pero los hay en todo el mundo. El problema es que los hombres no están socializando sus descubrimientos internos y las mujeres sí lo hemos hecho, las feministas lo hemos hecho. Somos más compartidas, más solidarias.
¿Cómo sería ese ‘hombre nuevo’? ¿Esta nueva masculinidad pasa, quizá, por la capacidad de escucha, por la ternura, por el reconocimiento de la propia vulnerabilidad? ¿En qué se basaría ese hombre nuevo, más allá de en pintarse las uñas, como Bad Bunny?
Van de la apariencia hacia adentro y es al revés, sí. Una de las primeras cosas por las que pasa la nueva masculinidad es el reconocimiento de la propia violencia que fue ejercida contra ellos, contra sus cuerpos, contra sus voluntades, en la niñez, y a partir de ahí, el descubrimiento de cómo fueron construyendo su yo masculino hasta ser adultos. Tienen que desarticular los sentimientos que generó la educación basada en la violencia y en el ejercicio de la opresión para diferenciarse de las mujeres (porque así ocurre). Pueden llorar mucho o pueden vestirse de mujer, maquillarse o pintarse las uñas pero eso no significa nada. La ropa no hace al emperador.
¿Cómo es la vida de una mujer que lucha contra un poder ecuménico y corrupto? ¿Te has sentido sola?
Sí. Siempre. Es una vida muy solitaria. Tengo más de 30 años ejerciendo periodismo feminista y es una vida muy solitaria. Y de mucho aislamiento en esa soledad. Tengo mucha solidaridad con la gente y particularmente de las mujeres y en todo el mundo, pero hay una parte de este trabajo que sólo lo puedo entender yo y que me aísla del mundo. Esos momentos en los que tengo que tomar decisiones sobre mi trabajo: a dónde ir, si me quiero ir a Siria aunque esté la guerra y aunque sea periodista independiente y sé que no puedo ir con ningún equipo porque ningún medio me quiere instalada con ellos por lo peligro que es que yo esté ahí… y tomar esas decisiones hace que mucha gente se aleje.
He aprendido a estar rodeada de muy pocas personas que verdaderamente quieren estar ahí. Tiene un costo, igual que tiene un costo ser mujer en un mundo como éste, y tiene un costo ser una mujer que defiende los derechos de las otras y los propios, y que reivindica la dignidad todos los días. Es agotador. Es abrumador.
Te habrás planteado decir “lo dejo”, o llevar una vida normal…
Bueno, en mi casa hay una broma, mi padre cuando ya no sabe qué decirme, me dice: “Mijita, ya deberías casarte de nuevo y dedicarte a la casa”. Es una broma, evidentemente, pero sí. A veces pienso “ya hice lo que me tocaba hacer”, pero a los dos días sucede algo y me veo ahí otra vez inmediatamente.
Sientes la pulsión de hacerlo.
Desde muy joven, sí. Siempre fui intolerante ante las injusticias, siempre fui rabiosa. Quería deshacerme del enojo y mi madre me dijo “para no estar enojada, tienes que tomar decisiones: ¿qué vas a hacer con lo que no te gusta?”. Y me preparé para afrontar esas violencias. Ahora que estoy en exilio, llegué aquí a España, cayó la pandemia, no podía volver a casa, tuve que vender mi casa en México para poder subsistir aquí… fue un golpe durísimo y mis amistades aquí me decían “lo que diez personas hacen por un país ya lo hiciste tú, ya, ya está bien, ya te toca gozarla, termina tu novela, sigue escribiendo poesía”… y una parte de mí que quiere, pero me es imposible. Ya está en mi ADN.
¿A qué has renunciado?
A un montón de cosas. A mi libertad: la libertad de decidir, por ejemplo, dónde vivir. He renunciado al amor por mis principios feministas, sin duda.
¿En qué sentido?
Estaba casada, tenía una relación muy bonita, 13 años juntos… pero mi pareja quería que lo dejara porque era mucho riesgo y yo no acepté esa negociación. Queriéndolo un montón, pero nos separamos. Yo no es que quisiera estar en los riesgos, es que quería estar en la realidad. Yo ya tenía influencia y un impacto directo en las víctimas y no podía prescindir de ese privilegio que había adquirido. No era negociable. Por más que él me quisiera, no me quería lo suficiente para amar esa otra yo, la periodista.
¿Cuál es el momento en el que has sentido más miedo?
Cuando me torturaron. Cuando me secuestró la policía. Sí hubo dos o tres momentos en esas 20 horas…
Pensaste que no salías de allí.
Estaba segura, además me lo decían con toda claridad. A lo que más miedo tenía no era a que me mataran, sino a que me desaparecieran, porque me decían que me iban a tirar al mar. Les pedía que si me mataran me dejaran en la arena porque sé cuánto sufren las familias de los desaparecidos. Pasan toda su vida buscando el cuerpo de la persona querida y no saben si murió o no. Ese fue el momento en el que más miedo pasé en toda mi vida.
¿Cómo hablas con ellos en una situación así, qué se dice, cómo se defiende uno, cómo lucha por la vida en un momento tan extremo? No sé si existe alguna capacidad de negociación con seres tan viles, pero…
Yo intuitivamente (en los momentos en los que me dejaban hablar) les preguntaba si tenían hijos, y ellos me decían que sí, que tenían hijitas e hijitos y yo les decía “bueno, yo defiendo a estos niños, ¿qué harían ustedes si este señor abusa de sus hijos?”. Y decían “yo lo despellejaría vivo y lo mataría”, y les contestaba “pues ese señor al que usted despellejaría es el que le está pagando a usted para venir por mí”. Y se reían. Haces lo que puedes. No hay mucho que hacer frente a alguien que por dinero está dispuesto a hacer eso.
Mercenarios.
Exacto. Creo que los diálogos que establecí con ellos en esas horas tenían que ver con una necesidad propia: con la idea de que si me mataban, había hecho lo que podía, lo que estaba en mis manos, un esfuerzo por un contacto humano, una búsqueda de empatía. Hay una fantasía de que en algún momento van a darse cuenta de que se equivocaron al capturar a una periodista que defiende a los niños y niñas víctimas de trata. Pero no. De hecho, cuando capturaron a uno de ellos y yo hice un careo con él, y tuve que explicar frente al juez cómo me había violado el policía, el hombre estaba sonriendo. Todo muy psicópata.
¿Por qué te dejaron libre, por qué pudiste salir de ahí?
Cuando yo publiqué el libro ya tenía amenazas de muerte directa de ellos, abiertamente. Llamaban, se identificaban…
Total impunidad.
Sí. Así que yo lo que hice un par de meses antes fue sentarme con todo el equipo y decirles “miren, aquí está esta lista de Amnistía Internacional, de amigas y amigos periodistas de todas partes… si algo me pasa, si me matan, lo que sea, tienen que llamar a todas estas personas”. Eso sucedió. Ejercieron esa presión y funcionó. Aunque mi equipo me decía “no, Lydia, nadie se va a atrever, si ya tienes escolta, si ya estás protegida…”.
¿Burlaron la escolta?
La escolta estaba ahí parada y no hicieron nada, así que nunca supimos si eran parte de ellos. El jefe de la escolta llamó a su jefe en México y le dijo “se la están llevando unos hombres armados” y el jefe dijo “déjenla ir”. Nunca entendimos muy bien. Testificó la mujer de mi escolta diciendo que eso había sucedido. Me salvé por eso: porque se movilizó todo el mundo. La embajadora de España en México en aquel entonces llamó al gobernador de Puebla y nadie sabía que él estaba implicado en mi arresto. Lo sacaron todos los noticieros nacionales, la presión fue brutal y lo tuvieron que detener. Cuando llevábamos 16 horas en el auto alguien llamó y un policía le dijo al otro “cambio de planes, tenemos que llevarla con vida”. Y yo estaba feliz de ir a la cárcel. De la cárcel salgo porque salgo, pero de la muerte no.
En un momento así, supongo que te planteas desconfiar de todo el mundo. Pensar que cualquiera puede estar involucrado en la trama.
A pesar de todo, yo creo que la mayoría de personas son buenas y que eligen hacer el bien. Es extraño, pero es así. El resto son hombres que eligen la violencia como camino hacia el poder. Yo estaba en la cárcel y la jueza me preguntó si yo quería que entraran los medios, porque era mi derecho, pero me decía “no, no te conviene”: ella ya sabía que me iba a sentenciar de inmediato porque le habían pagado con un viaje en Las Vegas para hacerlo.
Y yo dije que sí y en cuanto vi entrar a mis colegas de la prensa… sentí que volvía a la vida. Y entendí lo que las víctimas sienten cuando llegamos: van a verlo todo, me están viendo a través de las rejas, deshecha, aterrada, pero ¡están aquí, viéndome viva todavía! Fue muy emocionante. Fue muy solidario. Reivindico a la humanidad por la respuesta que tuvieron conmigo.
¿Hay personas inrreinsertables?
Creo que hay personas que pueden hacer un proceso dentro de prisión gracias a la justicia restaurativa, pero hay muy pocas cárceles en el mundo que lo hagan así. Pero en este caso los criminales que yo he perseguido y he encarcelado a la mayoría no creo que tengan capacidad de reinsertarse en la sociedad de una manera no delictiva. Porque no quieren. Son hombres de poder: senadores, congresistas, empresarios multimillonarios, gobernadores… la erótica del poder para ellos es el maltrato a los demás. Es una forma de vida para ellos. Por eso vivo en España, porque sabiendo que estaban perseguidos con Interpol detrás de sus pasos, pagaron a unos sicarios para que fuesen detrás de mí. Están dispuestos a lo que sea con tal de que su imperio criminal no caiga. Y yo no estoy dispuesta a darme por vencida hasta que efectivamente caiga.
Yo soy abolicionista de la prostitución, como tú, pero, ¿cómo les explicamos a los y las regulacionistas que legalizarla no es la solución?
La mejor manera es con datos duros. Hay muy pocas mujeres, pero existen, que están en contextos de prostitución y lo hacen en libertad. Pero muchas sentían que lo habían vivido en libertad y de pronto se van dando cuenta de que no eran tan libres como creían. Tiene que ver con pensar que lo que a ti te sucede no necesariamente les sucede a las otras: que las oportunidades que tú tuviste no las tuvieron las otras. La gran mayoría son víctimas de violencias estructurales y sistémicas. El diálogo es importante, aunque muchas hayamos salido insultadas. Yo me he sentado con mujeres en muchos países, en Holanda o en Alemania, y yo les saco datos duros: mira, Alemania legalizó la prostitución y estos hombres, que son los propietarios de estos hoteles y de estos prostíbulos… ¡ellos mismos son los que operan estas redes ilegales con mujeres de otros países! Igual que en España.
Las mujeres víctimas de tratas son extranjeras, de países pobres. Y les digo: si tú te quieres comparar, como española con privilegios que durante un año se prostituyó durante la universidad para ganar plata y comprarte un bolso caro e irte a los bares nice de Marbella o de Ibiza… ¡te equivocas! Porque tú pudiste hacerlo desde una decisión individual pero estás colaborando con un sistema de opresión brutal. Muchas mujeres no van a salir de ese sistema por raza, por clase, por situación socioeconómica, y por situación migratoria. Lo que hacemos no es sólo individual.
Y además yo he demostrado con investigaciones formales que han llegado hasta las Cortes en México y en Argentina cómo la industria del sexo comercial está todo el tiempo haciendo lobby para que se legalice la prostitución. El lobby de los tratantes, de los proxenetas, es real. En Alemania lo lograron. En Holanda los mismos que hicieron el lobby para la legalización de la prostitución son el mismo grupo que sigue todavía tratando de legalizar la explotación sexual infantil, es decir, la pedofilia.
¿De qué forma les beneficia la legalización?
Porque normalizan todas las formas de violencia sexual. Y la discriminación la convierten en una forma de elección. Como si las niñas o las mujeres eligiesen ser usadas y tratadas como objeto.
Sabes que aquí en España el PSOE se plantea la abolición pero aún no se ha atrevido y que Podemos, un partido presuntamente de izquierdas, no sólo no se moja sino que cuenta con muchos apoyos desde dentro para el regulacionismo. A mí esto me tiene muy confundida. ¿Por qué la izquierda está siendo tan laxa con la prostitución y por qué han comprado el discurso neoliberal de que puede ser empoderante, o feminista, o moderno?
Moderno siempre ha sido porque es una gran industria, y toda gran industria beneficia a todos los partidos políticos. El sexo comercial (tanto en la explotación como en el ámbito legal, que también es explotador pero no es reconocido como tal) deja miles de millones de dólares anuales, en todos los países del mundo, desde Sudáfrica hasta el Cono Sur en Latinoamérica, desde España a Italia. Esas industrias son parte de un todo de la estructura de la economía mundial. Y por otro lado, los hombres de izquierda, los hombres progresistas, no se atreven a abolir la prostitución porque la mayoría consideran que está bien, que ellas eligen.
¿Por qué? Porque a ellos les conviene, porque la gran mayoría consumen pornografía adulta, porque la gran mayoría de ellos en algún momento de sus vidas ha estado con una mujer en condiciones de prostitución y porque la gran mayoría, si no tuvieran que pagar las consecuencias, estarían metidos ahorita en un puticlub viendo a las chicas bailando. Si no fuera políticamente incorrecto en España, particularmente.
Es recientemente políticamente incorrecto, pero hasta hace no tanto era una forma de ritual más de hacer negocios, o de acabar las cenas. Ha sido, tristemente, parte del folclore. Hay aún una cultura de la prostitución en España, cerca de los toros y cerca de la paella valenciana. Tremendo.
Totalmente, definitivamente es así. El presidente de Italia estuvo vinculado con la explotación de menores de edad, Clinton tuvo visitas con Epstein, que tenía una red de trata de niñas… vas viendo que muchísimos hombres de poder encuentran que una de las formas más excitantes de ejercer ese poder es a través de romper todas las reglas y abusar de niñas y mujeres. Ellos no quieren estar con mujeres libres.
En Esclavas del poder entrevisté a unos españoles y alemanes en un prostíbulo en que me infiltré en Dominicana. Era un prostíbulo para hombres con mucho dinero y todas las explotadas eran niñas: 14 y 15 años. Y claro, yo era como la viejita, iba disfrazada de prostituta y yo decía que estaba medio retirada pero que iba para no olvidar la profesión y tal. Me puse a platicar con ellos grabándolos y el español me lo dijo claramente: “Lo que tienen las latinoamericanas es que son muy obedientes, y nos sentimos muy contentos con ellas porque ellas sí saben quién manda”. Y me enseñó la foto de su esposa y sus hijitos en España, y que era muy feliz y todo pero que estaba harto de las mujeres adultas, que pensaba que las feministas que arruinaron sus vidas… porque ahora las mujeres creen que pueden decidir en qué momento y cómo tener relaciones sexuales.
Ninguna mujer con 15 años, por muy libre que se crea, puede tomar decisiones tan conscientes como las tomará después, cuando ya entiendes de qué va la vida y cómo te engañan. No quiero decir que las adolescentes no tengan derecho a tener autonomía, lo que estoy diciendo es que las adolescentes en esos contextos corren mucho más riesgo porque no pueden medir el peligro. Y ellos es lo que están buscando. Los hombres están buscando mujeres para oprimirlas, y es más fácil cuando tienen menos de 16 años o cuando son muy pobres o cuando son migrantes sin documentos.
Los hombres tienen miedo de que otros les digan que son maricas si no consumen porno o van a puticlubs. Es eso, al final. Tienen miedo de ser expulsados del paraíso de la misoginia. Lo cierto es que cuando ayudábamos a mujeres que venían al Refugio, tras un proceso de terapia iban entendiendo cuáles eran los mecanismos que las habían hecho pensar que esa violencia sexual que padecían era normal. Y eran los mismos que tiene una mujer maltratada cuando cree que su pareja la maltrata porque la quiere mucho, o porque está celoso, o porque ella se lo merece. Nuestra tarea nunca es juzgarlas, sino acompañarlas en esa desarticulación.
El caso de Suecia es súperinteresante. Estuve dándole seguimiento dos años a mujeres allá a las que el estado sueco, en su contexto de prostitución, les permitía salir, tener una beca de educación, un sitio donde vivir… es decir, que no tuvieran necesidad de estar en prostitución. Y la gran mayoría lo aceptaban con una felicidad enorme.
¿Cómo reconocer a un hombre machista? Aunque sea una simplificación tremenda, dame algunos tips que estén insertos en nuestras relaciones habituales.
Una de las primeras cosas que descubres es cuando un chico o un hombre es un mansplainer. Cuando te explica lo que tú has querido decir tienes que poner una alerta. Cuando no te deja terminar las frases, cuando te interrumpe constantemente para darte su opinión y descalificar la tuya, aunque sea muy amablemente. Cuando generaliza. Cuando es celoso, cuando muestra ese sentido de apropiación que es tan difícil de distinguir cuando eres joven. Y hay un metalenguaje físico muy importante: la manera en la que se expresan físicamente con las mujeres.
La manera en que miran, si te miran a los ojos cuando hablas, si le dan la palabra a otro hombre cuando una mujer está hablando. Cuando estás hablando de algo emocional y no te atienden: desconectan automáticamente, huyen. Los detalles de cuando una mujer está frágil y ya no la quieren ver porque creen que tienen que comprometerse con ella. Si un hombre es capaz de estar ahí cuando estás triste, cuando estás angustiada, y estar verdaderamente… ya demuestra que ha hecho un poco de trabajo personal. Hay hombres que sólo están con las mujeres cuando están bonitas, fuertes, felices. La empatía y la compasión son elementos que se alejan del machismo.
¿Cómo serán el sexo y el amor tras una verdadera revolución feminista? ¡Se nos va a desmontar todo!
¡Se nos desmontó casi ya! (ríe). A nosotras también. Porque obviamente toda la educación romántica en el sentido estricto tiene que ver con el machismo. Negociaciones de sumisión del hombre cartera y la mujer florero. El hombre que siempre es cortés cuando ella se somete o cuando ella finge que no puede. Al desmontar el romanticismo como noción de intercambio de afectos no hemos construido realmente otra forma de dialogar en el amor. Lo estamos inventado.
En las investigaciones que yo he hecho me he dado cuenta de que muchos se sienten emasculados con el feminismo. No es que culpen a las mujeres pero no saben qué hacer. Si eres un hombre de 40 o 50 años, te han educado para ser el seductor. Y está bien, la seducción es deliciosa, y nosotras también lo hacemos, pero si de repente en las relaciones igualitarias también la mujer puede seducirte y descubres que eso te gusta… de pronto sienten que pierden un poder y no saben qué hacer con esa ausencia de poder. La seducción es una forma de poder. Y sienten que la libido se les baja tremendamente cuando están con una mujer más fuerte que ellos, más lista que ellos, que gana más que ellos.
¿Por qué tenemos que fingir que somos débiles para que nos quieran?
Exactamente. Luego los hombres descubren que también pueden pedir ayuda a su pareja y disfrutan de eso, pero les cuesta llegar ahí.
¿Qué piensas de la polémica que hay dentro del feminismo entre la corriente trans y el feminismo radical? ¿Qué es ser mujer? ¿Dónde te posiciones en esta guerra abierta?
Es muy delicado. Ese diálogo será más enriquecedor si entendemos que el debate está en dos planetas diferentes. Un planeta es el político y el legislativo: las mujeres hemos tardado doscientos años en lograr que se crearan leyes contra la violencia de género, la violencia que recibimos por ser mujeres. Se entendió que podíamos explicar lo que era ser mujer después de doscientos años. El espacio de la legalidad nos dio acceso a la justicia y ahí tenemos que seguir avanzando y presionando para que abarque a todas las mujeres y niñas del mundo. Eso no puede ser negociable. Tú no puedes desmontar las leyes que por fin reconocieron que a las mujeres se las maltrataba. Las mujeres en los 70 no tenían derecho a tener una cuenta bancaria en España.
La discusión sobre el mundo trans está en otro planeta: en el planeta de la transformación social, del reconocimiento a la diversidad, que es indispensable, pero ese planeta todavía está empezando a construirse. Y tratar de dinamitar los avances legales es retroceder siglos, ¡dos siglos al menos!, en la lucha del reconocimiento de los derechos de las mujeres y las niñas. El feminismo ha abierto las puertas para que exista el movimiento trans y el movimiento LGTB. Las y los activistas del mundo trans tienen que entender que estamos hablando de dos procesos socioculturales distintos.