¿Puede alguien escribir una de las mejores novelas de su tiempo y no considerarse escritora? ¿Ni querer escribir más? ¿Ni que la reconozcan por la calle? ¿Ni entrar en la rueda editorial de quien ha hecho un bestseller y ahora tiene que hacer otro? Seguramente todas esas preguntas cruzaron en algún momento la cabeza de Carmen Laforet (1921-2004) que con su primera novela, Nada (1944), ganó el primer Premio Nadal y se convirtió en la conciencia, desahogo, esperanza y angustia de su propia generación, la de los españoles de la posguerra que se levantaban sin nada y se acostaban sin nada porque afuera sólo había Nada.
"Ella no se consideraba una escritora de profesión. No tenía un sentido profesional de la escritura. Escribía en función de su necesidad y pensó en algún momento liberarse de la escritura, que exige mucho tal y como la concebía. Pero eso no lo consiguió y acabó reconociendo que era un destino más allá de su voluntad", recuerda Agustín Cerezales Laforet, uno de sus cinco hijos, en el centenario del nacimiento de su madre y a días de publicar El libro de Carmen Laforet. Vista por sí misma (editorial Destino).
Cuando el mundo descubrió Nada, Carmen Laforet tenía 23 años. Era un alma libre, una mujer "antidogmática", "rebelde" y hasta rara, para muchos. Pero sobre todo era diferente. Nunca pensó deliberadamente en escribir una novela que fuera capaz de extraer belleza del horror de la ruina tanto física como espiritual de sus personajes. Emergida de una madre cruda, como el momento que vivía, su Andrea (ella misma a ratos) trataba de encontrar en una Barcelona derruida un sentido a su vida, tal y como hacían esos niños de la guerra que ahora tenían que volar entre escombros.
"A mí también me gusta señalar que Andrea llega a Barcelona con muchas esperanzas y se va sin haber encontrado nada, pero se va también sin haber perdido nada: ni su amor a la vida ni su alegría de vivir. Los jóvenes de entonces, según testimonios de sus amigos, siempre me decían que había sido para ellos como una puerta de esperanza, con un soplo de frescura, que se habían identificado con ella pero no para desesperarse", aclara Agustín, que sonríe si le preguntan cuántas veces ha leído la novela de su madre. "No lo sé... ni siquiera cuándo la leí por primera vez, era algo que siempre sobrevolaba por ahí".
Esa misma sombra debió sentir Carmen Laforet con unas páginas que se interpretaban en clave política, en clave social, en clave feminista... "El libro vive su propia vida más allá del autor. Imagino que supuso una presión y ella misma dijo en algún momento de no escribir más porque su objetivo era disfrutar de la vida y la escritura implica un esfuerzo que a veces es doloroso", reconoce. Aún así si hay que describir a Nada de alguna forma, Agustín lo tiene claro: "Una bendición".
Autores de la talla de Azorín le recriminaron, en broma [sic], su genialidad siendo mujer y tan joven. Muchos miraron con envidia la mano de quien fue capaz de crear a Andrea, quizá sin darse cuenta de que Andrea ya crecía de la propia vida de Carmen hacía mucho tiempo, golpe a golpe.
"Es cierto que se crearon expectativas, se formaron polémicas, sufrió ataques misóginos... Azorín le advirtió en broma [Réspice a Carmen, 1945], que no había derecho a que usted, una chica joven de 23 años haya escrito una obra maestra. Tenía que haber sido un señor viejo para que se lo perdonáramos".
Y es que Azorín sabría, justo en el momento en que la leyó, que Nada no era una novela de una época, como muchas otras que pasan a la lista de mejores libros de la literatura castellana pero que hay que estudiar su contexto para poder navegar por esas páginas. Nada tiene la universalidad de la crisis, de las luchas internas, de quienes rompen con las normas, de quienes buscan su libertad por encima de toda convención social, de quienes sobreviven con voluntad...
"Es un libro que siempre es actual por un motivo o por otro y que por desgracia sí casa con la crisis que estamos viviendo ahora en todos los órdenes. Que quizá sea una prolongación de la misma porque no se haya resuelto nada en un sentido", apunta el hijo de la autora.
Nada no fue sólo importante por la temática o la estética con la que se trata. También por la fuerza de una mujer que lucha para independizarse de todo lo que ahora llamaríamos patriarcado, con la complicidad de una amistad profunda, sororidad, con otra mujer, Ena.
"Mi madre sí era feminista, claramente. Si veis Puntos de vista de una mujer, que recoge los artículos del año 48 al 53, el tema de la mujer es constante. Ella era feminista pero no de una forma dogmática. En nada era dogmática. Era feminista porque creía la libertad ante todo y por supuesto de la mujer, pero no dentro de un programa de feminismo".
De esa amistad empoderada entre Andrea y Ena surgieron muchas teorías sobre posibles relaciones más allá de la amistad, como luego ella misma volvió a tratar más claramente en La insolación, que hacían añicos el conservadurismo de la época.
"Mi madre siempre la he sentido por encima de ese tipo de polémicas. Tuvo que pasar por esa prueba y no le gustó mucho la experiencia de la fama. Ella siempre decía que le encantaba que sus libros fueran famosos, pero ella no".
Otros textos
Aunque no se consideraba una escritora de profesión, fue autora de otras cuatro novelas largas, relatos cortos y muchos artículos periodísticos a lo largo de su vida. También mantuvo correspondencia con algunas de las personas que más le marcaron en su vida personal y profesional y son conocidas sus cartas con Elena Fortún y con Ramón J. Sender. Está previsto editar en un futuro próximo el epistolario con Emilio Sanz de Soto, "un gran amigo suyo".
"Hay más epistolarios, alguno también con un valor literario, y el resto personales y familiares. Pero yo lo que le pediría a los lectores es que no se quedaran en Nada y leyeran sus otras novelas, las cortas, los artículos... y si después de todo eso le sigue interesando pues que lean las cartas, pero no son obras con intención literaria", aclara Agustín Cerezales.
El espíritu libre de Carmen Laforet no sólo chocó con el laberinto de la industrial editorial muchas veces, sino también con el del mundo familiar y social que le adjudicaba un papel como madre de cinco hijos. "Como mujer era una persona muy alegre y muy respetuosa con todos. Tenía un gran sentido de la amistad y era muy privada, no le gustaba el foco público... tampoco lo rechazaba tanto pero el exceso sí".
¿Y como madre? "Era una madre especial, que trasmitía valores esenciales y compartía mucho sus grandes placeres que eran la naturaleza, la libertad, la amistad... Para ella era muy importante que tuviéramos grandes veraneos y soltarnos tres meses en alpargatas en el monte". De nuevo la libertad.
"Me enseñó con su forma de vida que cada uno debe escucharse a sí mismo y ser como es, no amoldarse a lo que le exijan más allá de su propia naturaleza. Ella vivió como pudo, dentro de las dificultades, su ideal de vida que era más bohemio y abierto al mundo y no se quejó nunca de especiales dificultades. Ella no se paraba en barras y consiguió ser una persona bastante libre".
En los años 50 y 60 ser una mujer libre en España, casada y con cinco hijos pequeños, no era tarea fácil. "Yo la veía una madre especial, en relación con las otras madres, pero me gustaba muchísimo", asegura Agustín.
Quizá esa forma de mirar, de hablar, de fumar, de moverse y de pensar tan diferente a muchas mujeres españolas de la época hacía que la confundieran muchas veces con una extranjera. "En un hotel de Granada, un señor estuvo hablándole varios días en inglés y ella no entendía ni una palabra".
Esa "mujer en fuga", que huía de "los pedantes", según su hijo, era en el fondo una persona afortunada, con mucha suerte. "Era de las que caminabas con ella por el campo, se agachaba y cogía un trébol de cuatro hojas".
En su casa, su gran suerte se llamó Julia Muñoz. "Fue nuestra segunda madre durante muchos años y una gran amiga. Y entonces era una casa muy alegre porque mi madre estaba muy descargada de muchas cosas y reinaba una gran confianza. Ella tuvo esa suerte y los demás también. Además de tener un marido estupendo, muy inteligente y muy respetuoso con la libertad de cada cual".
Dicen que con el tiempo se volvió todavía más celosa de su libertad; de su libertad para huir de todos y hasta de sí misma. Para olvidar lo que le gustaba y seguir anclada en el mismo mundo interno que la hizo vomitar Nada, pero que luego se negó a dejar salir más fantasmas.
Miguel Delibes dijo cuando falleció en el año 2004 de Alzheimer "al fin descansó de la vida y de la literatura". Quizá porque la búsqueda la llevó a la fuga. La fuga a tratar de desaparecer y el desaparecer a que, como acaba su gran novela, "la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí". En su caso, todo siempre fue Nada.