Las universidades y los centros de investigación son espacios de estudio, promoción del conocimiento y la intelectualidad. A veces el mundo académico parece alejado de la realidad más mundana, pero lo cierto es que en él también se dan situaciones de discriminación porque estos lugares "son un reflejo de la sociedad, no una burbuja aparte que se rija por códigos diferentes". El techo de cristal, los sesgos de género o las actitudes machistas son algunos de los problemas que aún pueden sufrir las investigadoras. También el acoso sexual o el acoso por razón de sexo.
Aunque en los últimos años se ha puesto de relieve la gravedad del acoso sexual en muchos ámbitos gracias al inicio del movimiento 'MeToo' en 2017, es todavía una cuestión muy invisibilizada en el ámbito científico. Para ofrecer una radiografía de la realidad del acoso sexual en el ámbito de la ciencia en España, Ángela Bernardo Álvarez, redactora de ciencia en la Fundación Ciudadana Civio y licenciada en Biotecnología, publica Acoso. #MeToo en la ciencia española (Next Door Publishers). Un libro que aúna los testimonios de víctimas y expertas en Derecho, así como numerosos estudios que prueban que el acoso sexual y la discriminación están más presentes de lo que pensamos en los centros de investigación.
Mensajes inapropiados, tocamientos indeseados o miedo a quedarse a solas con un colega o profesor son solo algunos de los ataques que sufren las víctimas de acoso sexual. Muchas veces se trata de situaciones que viven durante largos periodos de tiempo y les provocan una gran inseguridad en su lugar de trabajo o estudio. "Empecé a observar qué coche tenía para no aparcar a su lado. Intentaba no estar nunca sola, ir con compañeros o hablando por teléfono. Me daba igual. Iba con miedo", relata Julia (nombre ficticio), en el libro.
Julia fue víctima de acoso sexual durante siete años por parte de un profesor, que pasó de interesarse por su situación académica a enviarle mensajes con un alto contenido sexual. "Mi adorado fetiche. Me imagino lamiéndote y lamiéndote hasta desgastarte", llego a escribirle. "Sentía asco frente a la pantalla del ordenador. Cada vez que abría el correo electrónico rezaba para no haber recibido nada de este hombre", cuenta ella.
Casos como el suyo aparecen a cuentagotas en los medios de comunicación o resoluciones judiciales, pero no significa que ocurran de forma aislada. Las víctimas muchas veces tardan en denunciar (o ni siquiera lo hacen) por muchas razones. Según datos de la Universidad Pública de Navarra, los más frecuentes son: la vergüenza, el miedo a las represalias, no querer verse expuestas o pensar que no se va a solucionar nada en el ámbito universitario. Mismamente, Julia no llegó a denunciarlo, aunque lo pensó. "En el momento en el que saltas una alarma de este tipo, eres el punto de mira", explica en el libro.
Además, no es solo cosa de las víctimas, el sistema investigador "tiene unas características propias" que hacen más complicado atreverse a denunciar. "El informe de las Academias Nacionales de Ciencias Estados Unidos de 2018 que cito en el libro, por ejemplo, habla de que son muy masculinizados y en los que los hombres cuentan con altas cuotas de poder", declara Ángela Bernardo a MagasIN. A esto se añade que es "un sistema muy jerárquico y vertical" y, en el caso de España, "en el que hay mucha precariedad, lo que puede favorecer que las situaciones de abuso de poder no se identifiquen bien o que no se haga caso a las víctimas que vayan a pedir ayuda". "Esto está cambiando, por suerte, pero son problemas que todavía existen", subraya la autora.
Justamente debido a esa verticalidad, muchas veces las víctimas también se encuentran con el silencio de sus compañeros o testigos del acoso, cuando justamente deberían sentirse acompañadas en la lucha contra ello. Julia, por ejemplo, encontró ese soporte el director de su tesis, a quien contó lo que le ocurría con el profesor. Él la animó a denunciar y, a partir de ahí, siempre le acompañaba cuando tenía que hacer gestiones cerca del despacho del profesor.
Mejorar la situación
Asimismo, Bernardo destaca que también es necesario que haya protocolos contra el acoso sexual y por razón de sexo. "No todos los centros lo tienen pese a que lo exige la Ley de Igualdad", asegura. Dentro de esto, y aunque "no hay una fórmula mágica" para solucionar este problema, Bernardo apunta varios elementos importantes a tener en cuenta: "Los investigadores que han estudiado estos protocolos afirman que en algunos casos no se garantiza bien la confidencialidad. Tiene que asegurarse muy bien la presunción de inocencia. Por otro lado, a veces se cubren estos casos por la parte de Salud Laboral, entonces se protege a las personas que trabajan en las universidades, pero igual no tanto a las estudiantes, cuando en las sentencias que tenemos hay muchas estudiantes".
En relación a la protección de las víctimas, "tiene que haber espacios seguros donde puedan contar lo que les ha ocurrido y que se facilite y se agilice la denuncia, si quieren presentarla". También que les ayuden a que esta situación no tenga un impacto adicional en su carrera académica o profesional. "Me contaron que por ejemplo en la Universidad Autónoma de Madrid, ante casos de denuncias de estudiantes intentan cambiarles su itinerario académico para que no coincida en clase con la persona a la que ha denunciado. Son cosas bastante lógicas, pero importantes a tener en cuenta". Dando voz a las víctimas y mostrando el alcance de este problema, poco a poco se podrán eliminar la lacra del acoso sexual, que llega a todos los sectores sin distinguir en formación o posición laboral.