Siempre defenderé que Sexo en Nueva York era mucho más que una serie frívola para chicas cuya mayor aspiración en la vida radicaba en tener un vestidor lleno de manolos. Para las que nacimos en la década de los 70, las andanzas de Carrie Bradshaw y sus amigas llegaron a nuestras pantallas en el año 2000 como el tratado sociológico de una generación, además de una valiosísima pista de lo que a nosotras, que éramos un poco más jóvenes que las protagonistas, nos depararían los años venideros.
Ahí estaba todo: la dificultad de encontrar una relación de pareja satisfactoria, la soledad que a menudo lleva aparejada la independencia, lo difícil que es abrirse camino en según qué sectores profesionales… Vale que nosotras no vivíamos en Manhattan, pero sus problemas, salvando las distancias, también eran los nuestros.
Cuando se anunció el estreno de And Just Like That, algunas pensamos, no sin cierta inocencia, que en el reboot de Sarah Jessica Parker y compañía encontraríamos un respiro. Que Carrie, Charlotte y Miranda (Kim Cattrall, la actriz que interpretaba a Samantha, se ha descolgado de la serie) ya habrían encontrado su lugar en el mundo tras tantas citas fallidas y tantos obstáculos laborales.
Que la década de los 50 les traería, al fin, algo parecido a la paz, o al menos a eso que hoy en día se llama mindfulness. Sin embargo, lo que hemos visto a lo largo de los nueve capítulos emitidos hasta ahora en HBO Max (este jueves se estrena el último) es viudedad, matrimonios destrozados por el hastío, carreras profesionales que vuelven a la casilla de salida, hijos adolescentes inmanejables, herencias envenenadas, dudas sobre la propia identidad sexual… Un caos emocional, en fin.
Y sobrevolando todo ello está el tema del físico. Del físico de las mujeres, para ser más exactos, porque a nadie parece importarle que Mr. Big haya engordado unos cuantos kilos y ahora tenga el pelo prácticamente blanco. Los personajes que interpretan Sarah Jessica Parker, Kristin Davis y Cynthia Nixon son mujeres que a sus 55 años siguen perdidas en muchos aspectos, pero sobre todo en lo referente al modo que tienen de enfrentarse al espejo. Charlotte opina que “una mujer debería poder retocarse sin que otras personas la hagan sentir mal”, y que “el botox y un poco de relleno no son el fin del mundo”.
Miranda se niega en redondo no ya a pincharse, sino incluso a teñirse las canas; “eso es lo que nos hacen a las mujeres: hacen que esté mal envejecer”, alega en su defensa. Carrie luce arrugas muy visibles –“no he pegado ojo anoche y mi marido ha muerto hace poco, así que todo eso tiene que estar reflejado en mi cara…”, dice–, y esas arrugas chirrían (o no) con su larguísima melena de mechas balayage y sus estilismos a base de faldas de tutú y camisetas. Son tres maneras distintas de afrontar el envejecimiento y parece que las tres están mal, a juzgar por las crueles críticas que les han llovido en las redes sociales no ya a los personajes de ficción, sino a las actrices de carne y hueso que los interpretan.
Recuerdo a esa chica
Lo que nos ha enseñado And Just Like That sobre el envejecimiento de las mujeres es algo que probablemente ya sabíamos, pero que en la serie se nos presenta con total nitidez, y es que todas tendremos que decantarnos tarde o temprano entre las canas, el botox o las arrugas con tutú, y elijamos lo que elijamos no vamos a acertar, porque siempre habrá alguien dispuesto a señalar la falta de firmeza cutánea o el exceso de ácido hialurónico.
"Son tres maneras distintas de afrontar el envejecimiento y parece que las tres están mal, a juzgar por las crueles críticas que les han llovido"
Se lo explica con mucha claridad a Carrie el cirujano plástico a cuya consulta acude la periodista para acompañar a su amigo gay: “La madre naturaleza e Instagram son mucho más duros con las mujeres”, dice sonriendo como si se tratara de algo gracioso. Por cierto, que hay en esa escena un momento de oro y es cuando el médico le muestra a nuestra querida Carrie una simulación de cómo quedaría tras unas cuantas inyecciones, un barrido de láser y un minilifting. Ella, al ver su rostro rejuvenecido igual que si los últimos años no hubieran existido, responde entre suspiros: “Recuerdo a esa chica”.
Todas la recordamos. Recordamos a esa chica que escribía una columna en un periódico de papel (ahora trabaja en un podcast, en sintonía con los nuevos tiempos) y que nos enseñó a expresarnos a través de la ropa. La recordamos a ella y también recordamos quiénes éramos nosotras hace 20 años, cuando ni siquiera existían los selfies y no teníamos que pasar el bochorno de subir fotos de nosotras mismas a Instagram para mantenernos actualizadas. Pero, como apunta Miranda en el famoso capítulo del cirujano, “no podemos ser las mismas de antes, ¿no?”. Pues claro que no, no podemos.