Recordar, escribir, parar. Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992) tenía que tomar aire cada vez que recordaba uno de los pasajes del abuso que sufrió durante su niñez -alrededor de los 13 años- por parte de un familiar cercano. Salía a la ventana, respiraba y volvía a teclear los episodios más oscuros en su ordenador. Los recuerdos la encorsetaban, pero escribirlos en sólido la ayudó a procesar el daño.
La escritora y periodista argentina consiguió que su voz estuviera al compás de las de muchas otras mujeres con Por qué volvías cada verano (2018), el sincero y crudo relato detrás de una joven abusada, de forma continuada, por uno de sus tíos. Una historia que retumbó más allá de los círculos feministas de su Argentina natal y que permitió que su novela se convirtiera en vox pópuli fuera del Río de la Plata.
Belén regresa ahora con Donde no hago pie (2022, Lumen), una continuación de la metamorfosis que sufre una mujer que ha sido víctima de violencia y abuso sexual. "Una persona que denuncia no es la misma que llega al juicio, mucho menos después de ocho años", describe López Peiró a EL ESPAÑOL a raíz de la publicación de su segunda novela. "No siento que mi reparación esté ahí", apostilla en referencia al proceso judicial.
Para la escritora, el ungüento y la tirita no se generaron por medio de una denuncia, un juicio o una sentencia de culpable hacia el acusado. Fue la escritura, y por consiguiente sus obras, las que operaron como vehículo curativo. "De alguna manera ese desdoblamiento, en el que sos escritora y personaje a la vez, es fundamental; la historia que cuentas no tiene por qué ser tuya, podría ser la de cualquier otra persona", indica.
En torno a la figura de un sistema judicial patriarcal en el que la víctima es, en numerosas ocasiones, vista como la culpable en vez de como la denunciante, López Peiró destaca la soledad que han de vivir aquellas que culpan de acoso sexual a un hombre "de bien", como le ocurrió a ella: policía, familiar y cariñoso con sus allegados.
"Tuve que pensar qué era la reparación para mí. De alguna manera, la Justicia ofrece una única reparación en caso de que llegue, que es la pena", afirma. Pero, aclara, "no todas las que denunciamos buscamos lo mismo".
Juicio abreviado, hastío permanente
Cuando Belén publicó Por qué volvías cada verano, recibió la notificación oficial de que su causa se iba a elevar a juicio, y que el acusado había pedido que fuese un juicio con jurado. "Empecé a investigar lo que eran, cómo se implementan en Argentina, empecé a hacer ese doble trabajo de periodista e investigadora", relata.
"El juicio lo sentía como un ancla, podía moverme pero con cierta libertad condicional".
"La escritura me permitía trazar un mapa, no sólo para la causa que yo estaba llevando adelante, sino también en Argentina, porque para los juicios por jurado por violencia sexual todavía no hay muchas referencias", explica. Fue en su ímpetu por saber y escribir donde creó Donde no hago pie.
Soy presa de un juicio que yo misma empecé, recita una de las páginas de su obra. Tras cinco años de idas, venidas, citaciones, visitas a abogados, cambio de representantes, viajes constantes, enfermedades y cansancio mental y corporal, Belén decidió coger la vía del juicio abreviado: el acusado asumiría su culpabilidad, pero recibiría una pena menor y quedaría puesto en libertad.
"El juicio lo sentía como un ancla, podía moverme pero con cierta libertad condicional", explica la autora. "Cada vez que me iba de viaje, si llegaba una citación a mi casa, tenía que dejar todo lo que estaba haciendo y volver" añade. "Parecía que era yo la que tenía que cumplir con ciertas obligaciones mientras que el acusado estaba suelto y había ido solamente una vez a la Fiscalía". Ella, en cambio, fue "más de 15 o 20 veces".
Para la autora, uno de los motores de desgaste fue el relato constante de los hechos: tener que repetir qué escenas la marcaron, cuándo ocurrieron, dónde, qué llevaba puesto, qué palabras recuerda o cuántos años tenía. "Fue agotador desde el primer momento", dice en relación al longevo proceso judicial, pero "lo peor de todo tuvo que ver con la reiteración de contar una y otra vez los hechos, cuando en otros países existen legislaciones que hacen que la víctima tenga que hablar una única vez".
En España, la Ley Orgánica de protección de la infancia y la adolescencia aprobada el pasado año contempla la obligatoriedad de una prueba preconstituida para los menores de 14 años que han sido víctimas de abusos sexuales: una práctica que consiste en grabar durante la fase de instrucción el testimonio del niño o la niña para evitar que tenga que acudir en persona al juicio.
La eterna inocencia
Una de las partes más reveladoras de la novela de López Peiró es la descripción de cómo una mujer empoderada, a pesar de haber sido abusada sexualmente, puede convertirse en enemiga de la Justicia. Y con enemiga, hace referencia al juicio paralelo que se genera en torno a la imagen de la víctima: cómo viste, con quién frecuenta o por qué ha reconstruido su vida a pesar del daño. Pasó en España con el caso de 'La Manada', se dijo que la víctima gozaba de placer pese a ser violada. Una situación similar se dio con Laura Luelmo, criminalizada por haber caminado sola antes de ser asesinada.
En el caso de Belén, el jurado quería ver en la sala a esa niña de 13 años que escribía cartas de amor a su tío y que vivía en una confusión incómoda y constante. "Tenés que contar un cuento, una historia, con un principio y un final. Es como un público vivo, el tema es que ese público te tiene que imaginar de nuevo con 13 años y, si es necesario, tenés que llorar", explica la autora.
Además de la carga judicial que amasó, Belén tuvo que lidiar con abogados que no entendían sus peticiones. "El único momento en el que me sentí acompañada fue cuando encontré a una abogada feminista", relata. La soledad que experimentó dentro de la institución desapareció con Luciana, la figura que la alertó de que "nos teníamos que preparar para una Justicia patriarcal que siempre te va a pedir a ti más que al acusado".
"El único momento en el que me sentí acompañada fue cuando encontré a una abogada feminista".
Transcurridos varios años desde que Belén pusiera punto final a su larga trayectoria judicial, en Argentina "ha habido cambios, pero no estructurales" en todo lo relacionado con la violencia patriarcal, el feminismo y los abusos sexuales. La ley del Aborto, la ley Micaela (que obliga a los fiscales, jueces y demás personas del Estado a formarse en perspectiva de género para poder trabajar), la ley de Educación Sexual Integral: cambios que necesitan de "una propuesta que atraviese todas las instituciones y todos los organismos del Estado". De lo contrario, "va a ser muy difícil cambiar algo".
La autora considera que en Argentina sigue habiendo "problemáticas gravísimas" que impiden que ciertos avances lleguen con rapidez. Por ello, pone de manifiesto la importancia de la escritura, de la literatura, como motor de transición: "Lo que más ha cambiado en todo este tiempo es que cada vez hay más libros que abordan este tema, se habla cada vez más en las escuelas, en las universidades… Que la escritura sea un objeto de transformación está buenísimo", incide.
Tras dos obras en las que desnuda su porfolio de vivencias, la escritora argentina pide llegar a una conclusión no siempre obvia: la reparación de una mujer abusada sexualmente no siempre pasa por una condena judicial. "'¿Por qué denuncié?', '¿por qué sigo adelante?', '¿qué quiero para mí?' o '¿qué me repararía?' son preguntas que cada una vamos a responder de forma diferente. Una Justicia que pueda atender, de alguna manera, las distintas formas de reparación sería ideal, pero hoy lo veo casi imposible. Hay que entender que no hay un único camino para reparar, hay que empezar a pensar qué entendemos por Justicia y que no hay una única salida".
"Para mí la reparación estuvo en otro lado, casi permanentemente", concluye.