Sin oros, pero con casco de moto. Sin chándal, pero con botas de cuero de Rick Owens. Las bulerías con jerga kawaii, y la bike en la que te quiere ride. Rosalía no es la misma, pero tampoco pretende serlo. Entre sonidos de cumbia, reggaetón, jazz y flamenco, la artista catalana ha encontrado el elixir de su metamorfosis, Motomami (2022). No hay mariposa sin capullo, pero los feligreses de Los Ángeles y El Mal Querer parecen no haber alzado el vuelo con su nueva era artística y musical.
Tras tres años de trabajo e infinitas incógnitas, de fotos en Miami y confirmaciones de romance con estrellas de éxito mundial, Rosalía comenzó a dar pinceladas a su universo Motomami: fuerzas opuestas que tienen su cara 'Moto' y su lado 'Mami', que combinan el ruido del motor y el olor de la gasolina con las palmas y los sintetizadores. Impacto y dulzura. Metal y seda. Disparos de bala y cashmere.
El éxito derivado de El Mal Querer (2018), álbum que la consagró en España y la impulsó en el mercado anglosajón y latino, ha elevado cada uno de sus actos públicos, frases, vídeos y sencillos a un nivel exacerbado de análisis; y aunque los oyentes de Rosalía no sabían qué esperar de su nueva era, esta fase de experimentación -o renacimiento musical- no termina de casar con aquellos que esperaban una narrativa basada en la España cañí que tararea Camela en las ferias de los domingos.
"El fuerte de Rosalía para muchos era la coherencia detrás de lo que hacía, y ahora parece estar más difuminado".
"Rosalía no es la que era" o "Cómo ha podido pasar de escribir canciones como 'Pienso en tu mirá' a temas como el de 'Chicken teriyaki'" han sido algunas de las réplicas más comunes tras los adelantos de la cantante. "El álbum puede parecer un caos por todos los altos y bajos que hay, pero es un caos ordenado con una paleta de colores que hace de hilo conductor y todos los sonidos han sido colocados por una razón", afirmaba la artista sobre Motomami.
Un mercado cañí y una ruptura estética
"El fuerte de Rosalía para mucha gente era que había una coherencia o concepto detrás de lo que había hecho, y ahora parece estar mucho más difuminado", explica a EL ESPAÑOL Joan S. Luna, jefe de redacción de la revista musical Mondo Sonoro. "Aunque sigue siendo impecable, está trabajando con producciones que la gente de vanguardia ya ha usado, como por ejemplo Arca", añade el periodista.
"No basé mi carrera en tener hits, tengo hits porque yo senté las bases, ya no tengo nada más que decir, pa’ decirlo hace falta mucha clase", recita Rosalía en "Bizcochito", uno de los temas incluidos en Motomami. Con sus entrevistas, actuaciones y actitud, la intérprete ha demostrado que su experimento artístico está por encima de las opiniones generadas por la fama, aquella mala amante que ella misma describe como un sentimiento pasajero.
Con un álbum basado en la experimentación y la mezcla, pero que mantiene en ciertas notas su pasión por las bulerías flamencas, Rosalía ha roto por completo con la concepción musical que se tenía de ella. Cuando el público pedía otra reinterpretación literaria de una desgarradora novela, la intérprete se acercó a su opuesto, como si en la lucha entre negro y blanco no existiese la posibilidad de emplear el gris. Ni las letras, ni los vídeos, ni el concepto musical de Motomami parecen haber calado en un porcentaje de los oyentes, pero para la artista, su idea está por encima de lo que el volátil mercado musical ha de opinar de su obra.
"Se está llegando a un punto en el que en España se está reivindicando más lo que se hace dentro del país. Ella está mirando a lo que se hace fuera", afirma Luna, que considera que los sonidos autóctonos están consiguiendo volver a resonar con fuerza en las listas locales. "El éxito que C. Tangana está teniendo ahora ha sido por reivindicar esas raíces españolas", apostilla. "Rosalía parece que se haya decantado hacia otros mercados, no hacia el de aquí", incide.
"La Rosalía de Los Ángeles, y sobre todo de El Mal Querer, fue una ruptura. Da la impresión de que la música que se hace aquí no está tirando tanto hacia las raíces de Latinoamérica, y creo que eso es lo que la ha distanciado", concluye Luna.
La losa de la fama
Rosalía ha dictaminado una clara sentencia: sabe que mantenerse en la cresta de la ola del mainstream es complicado, replicar el éxito de El Mal Querer es prácticamente imposible y contentar al mercado español con vanguardia es una exhausta carrera de fondo.
"Le ha jugado en contra hacer un disco tan bueno como El Mal Querer", indica Joan S. Luna. "El listón estaba tan alto que cualquier cosa que hiciera después se iba a analizar", añade. Sin embargo, "de los caminos que podía tomar después, uno de ellos era este, lo que no podía hacer era lo mismo, no podía volver a hacer otro disco conceptual", explica el periodista.
La amplia acogida del álbum que la convirtió en estrella mundial podría haber llevado a Rosalía a emprender una ruta consolidada con pocas curvas. Sin embargo, a los artistas se les exige un nivel de creatividad y reinvención que tampoco hubiese permitido a la catalana replicar otro álbum plagado de odas a las seguiriyas.
"El listón estaba tan alto que cualquier cosa que hiciera después se iba a analizar".
"El Mal Querer no era un mercado para nadie, era su propuesta artística y no miraba ni a España ni fuera, era ella experimentando con sus raíces flamencas", indica. "Ahora la gente ve que la música que está haciendo Rosalía se dirige a otro tipo de público".
"Esto no es El Mal Querer, es el mal desear", recita la artista en "G3 N15", uno de los temas que más acogida ha tenido en Motomami.
Soja y noodles: el lenguaje 'kawaii' en escena
Si hay algo que Rosalía ha sabido desarrollar con creces en esta nueva era musical es haber vendido el concepto de qué es ser una Motomami: una persona chula, vacilona por naturaleza, luchadora, que no se deja ningunear y que, además, presenta una actitud completamente desenfadada. Si la catalana es la Motomami por excelencia, los demás somos sus minions.
Y no hay religión que no tenga su propio decálogo: 'Una motomami destruye con gusto sus obras anteriores para dar paso a las obras siguientes' o 'Una motomami sabe quién es y lo lleva por delante porque es brava'. Sus mandamientos se han convertido en un fenómeno categórico que inunda las redes con reinterpretaciones de qué es ser verdaderamente una motomami.
Además de hacer su piedra Rosetta de gasolina y perlas, Rosalía ha empleado un lenguaje que combina el slang con la temática japonesa y kawaii -adjetivo nipón para describir algo como bonito o tierno-, además de términos propios de culturas como la dominicana o puertorriqueña. En Hentai también hace un guiño al anime y manga erótico, desengranando su devoción por los pecados carnales entre delicadas pinceladas de sonido clásico.
"Se ha movido en una escena diferente, ha actuado con artistas diferentes y ha visto otros mundos", relata el jefe de redacción de Mondo Sonoro."Ella misma decía que con el público flamenco no te podías arriesgar tanto porque igual te encontrabas con rechazo", añade. Ahora, Rosalía "está pillando el rollo kawaii y el dominicano combinado, eso puede hacer que crees un universo propio o que sea una amalgama tan extraña que no se acabe de ver cuáles son tus intenciones", explica Luna.
También hace acopio del universo drag queen -término que emplea tanto en "Saoko" como en "Chicken Teriyaki"-, e introduce un estilo que ya adelantó en "Linda", la colaboración con la artista dominicana Tokischa que puso sobre el mantel una larga lista de términos desconocidos para el público local.
"¿Tiene que ver con que esté con Rauw Alejandro? Igual le ha influido mucho más Tokischa, porque tiene una actitud muy fuerte y es un referente en su país", responde Luna en referencia a los comentarios de aquellos que ven una clara influencia de su pareja, una de las grandes estrellas del reggaetón y el género urbano, en su nueva etapa musical. "Ceñirlo todo a que estás con una pareja que tiene éxito me parece machista. Le doy más importancia al contexto que tiene alrededor, más que al hecho de que esté con una persona u otra".
Con la billetera llena y el motor encendido a 10.000 revoluciones por minuto -a pesar de los asfixiantes precios del diésel-, Rosalía se enfunda en un viaje experimental que la aleja de la imagen de los últimos años, pero que la acerca a una libertad musical hacia territorios desconocidos.