Salen con la oscuridad. Lo hacen en grupos, se desplazan en bicicletas, a pie, todo depende de cuál sea el objetivo, del barrio escogido, de la pared que tengan en la mira. La coordinación y división de tareas han sido previamente acordadas, por lo que la acción se desarrolla casi en silencio, comunicándose con miradas y señas, tal vez con alguna frase suelta para indicar que hace falta más pegamento o que el papel está algo torcido. La rapidez y limpieza de la ejecución son claves. Con las primeras luces del día, se dará fe del impacto de sus mensajes.
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“Hasta mi perro entiende cuando le digo que no”; “El sexismo está en todas partes, nosotras también”; “Anónimo: 86 años con Alzheimer asesinada por su esposo. Agosto 15. Marsella”; “Más mujeres en el poder”; “Mi cuerpo, mi decisión”; “Crimen pasional” (tachado en rojo); “Tu mano en mi trasero, mi puño en tu cara”; “Empapelemos a todos los machos”; “El patriarcado es violento, su caída también lo será”.
Desde Marsella hasta Lyon, de París a Montpellier, desde Amiens a Compiègne, de Le Havre a Brest, el colectivo Collages Féminicides ha hecho que las paredes de muchas ciudades griten contra el feminicidio, la violencia hacia las mujeres, así como también hacia las agresiones dirigidas a otras minorías sexuales y de género.
Forman parte de una nueva ola de feministas, son jóvenes de entre 18 y veintitantos, sin liderazgo, pero con objetivos certeros. También se hacen llamar Les Colleuses (las encoladoras) y constituyen unos 200 grupos diseminados en varias localidades de Francia. De ellos, 10 han sido captados por la cámara de Marie Perennès y Simon Depardon para dar testimonio de sus acciones y lucha en el documental Riposte Féministe, estrenado en el Festival de Cannes.
“Nos sorprendió la frescura, pero también la fuerza que tenían esas palabras y la acción, además de la manera, cómo y dónde estaban expuestos”, se remonta al origen del proyecto la co-directora Marie Perennès, quien hace dos años encontró en su barrio parisino uno de los mensajes del colectivo. Aunque no era el primero que veía, este tan en sus narices lo tomó como una señal.
Le privilège c’est avoir le choix d’y penser. Dans la rue je ne peux pas oublier que je suis une femme (Privilegio es tener la opción de pensarlo. En la calle no puedo olvidar que soy mujer). Parafraseaban en negro sobre blanco una cita de la escritora Virginie Despentes acerca del privilegio del hombre blanco en un país que se considera antiracista.
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“Me sentí conectada con esa gente que no conocía”, comenta Perennès en Cannes, y con Simon Depardon empezaron a hacerse las preguntas de rigor, quién estaba detrás de todo eso, cómo trabajaban y se organizaban. "Posteé en Instagram una foto de aquel mensaje y el colectivo de París me contactó, a los pocos días ya estaba participando en una primera acción con ellas. Así fue como empezó todo".
En el documental sólo las ciudades están identificadas, mas no las activistas. La cámara se cuela como una más en las conversaciones y debates de esas mujeres que hablan de sus percepciones, de sus intimidades, derrochan chispa, humor, verdades, inteligencia, pero sobre todo, arrojo.
Una encoladora de Montpellier apunta el sentido de sus acciones, afirmando que los collages callejeros no son sólo vistosos, contundentes eslóganes y nombres de las víctimas de feminicidio.
“Para nosotras mujeres, para las minorías sexuales y de género, tomar la calle de noche, sin hombres cis, significa también hacer nuestro ese territorio, esas calles”, afirma. En esa ciudad del sur de Francia que no llega a 300 mil habitantes, además de hacer hablar a las paredes, arma batucadas cantando “solo queremos los mismos derechos/ Feministas antifascistas/ Destruye el patriarcado/ Respuesta feminista”, el colectivo tiene claro que tan solo el hecho de salir y tomar la calle es un acto militante.
Este colectivo, tal como se conoce actualmente, surgió en 2019 con un collage de Marguerite Stern -exmiembro de Femen-, en un contexto social y político que desde hace varios años distingue a Francia como uno de los países de la Unión Europea donde se ejerce más violencia hacia las mujeres y donde las mismas ven cómo sus derechos se desconocen y tambalean.
Pese a las manifestaciones multitudinarias, cuya finalidad es condenar los feminicidios, y que la erradicación de esta plaga está contemplada en el programa de gobierno del recién reelegido Emmanuel Macron, las encoladoras cuentan que, tanto en sus acciones nocturnas como en las protestas, se dan de bruces con cierto rechazo, con insultos al pie de la calzada o desde alguna ventana, así como con la arremetida policial y la alta agresividad de los neonazis, que cuentan con la protección de los gendarmes.
Puede que sus pancartas compuestas por hojas de papel, escritas con pintura negra y fijadas en las paredes duren lo que un suspiro, arrancadas por furibundos pasantes, por lluvias o debido a que las chicas sean atajadas por la policía. De allí la necesidad de mostrarlas en acción, pero también de recoger sus testimonios y conversaciones.
“Creo que nunca antes habíamos visto el feminismo de esa manera”, apunta el codirector Simon Depardon. En dúo con Marie Perennès, contaron con el significativo e incondicional apoyo en la producción de la documentalista y feminista Claudine Nougaret, quien, pensando en lo efímero de las acciones de este colectivo, detectó la premura de dejar constancia en una película. Porque “de lo contrario, nadie nos va a creer”, dice Perennès, reproduciendo la sabia advertencia de su productora.
En Riposte Féministe se muestra la resiliencia, el feminismo del siglo XXI, el efecto multiplicador del colectivo, el impacto de sus acciones, pero sobre todo la esperanza de un cambio.
¡Que se jodan!
La alfombra roja del Festival de Cannes se cubrió de humo negro. Desde lo alto de las glamorosas escalinatas del Gran Teatro Lumière, una veintena de encoladoras vestidas de negro y provenientes de diez ciudades, desplegaron una pancarta de papel con los nombres de mujeres asesinadas por sus cónyuges o exparejas, tomando como momento del conteo el fin del festival del año pasado hasta la edición de 2022.
Monique, Lucia, Jennifer, Clara, Delphine, Carole, Josiane, Ivana, Karine, Julie, Anaïs, Marie-Reine, Anna, Noemie, Léa, Mélanie...
“Queríamos dejar claro y transmitir la urgencia”, argumenta Thaïs, activa en París, Montpellier y Gignac. “Una prueba de esa urgencia es que cuando imprimimos la pancarta teníamos 129 nombres, y desde entonces, hoy ya son 130, lo que es una muestra de que la violencia hacia las mujeres sucede todos los días en Francia”.
La toma de la alfombra roja, en cierta forma acordada con la organización del festival, les proporcionó una vistosidad que suelen evadir, aunque a estas alturas de su activismo, además después de protagonizar Riposte Féministe (que se estrenará en noviembre en Francia), cuentan que poseen extensos expedientes en las comisarías donde suelen ser activas.
“Muchas de nosotras hemos vivido en silencio en nuestras propias familias, en nuestros trabajos, en los centros de educación donde estudiamos, y cuando hemos querido hablar de feminismo han intentado callarnos, ¡pero no!”, relata Solene – agitadora en Montpellier-, aún con la adrenalina a mil después de la acción en la alfombra roja.
“Queremos hablar de feminismo y de feminicidio, ponerlos en las paredes para que sean visibles para todo el mundo, que sea imposible de ignorar por la sencilla razón de que tenemos que hablar al respecto. Si no hablamos de ello, nunca vamos a ver el final de la violencia hacia las mujeres ni que se haga justicia”.
A cielo abierto en Cannes, esta vez mirando a los ojos de la interlocutora, las encoladoras relatan sobre las formas de la violencia hacia las mujeres y minorías de género, del silencio, del pánico a romperlo por temor a la manera en la que suele ser tomado el hablar en voz alta.
“No es momento de sentir miedo”, se escucha a Cecile, activa en Compiègne, que se expresa con una mezcla de timidez y seguridad, “yo tengo el derecho de hablar de la violencia que viví. He sentido miedo de hablar sobre los hombres que me maltrataron pensando en que se les ocurriera tomar represalias, pero mientras más lo pensaba, más estaba convencida de que una cosa: ¡que se jodan!”, genera júbilo en sus compañeras que chasquean los dedos, a muchas de ellas las conoció en persona en Cannes.
“Espero que algún día no tengamos que sentir más miedo ni vergüenza por lo que hemos vivido, que seamos capaces de hablarlo, aunque la realidad demuestre que cada vez que una mujer cuenta lo que le ha pasado, tiene que afrontar consecuencias”, afirma Cecile.
Esas “consecuencias”, que en España bien conocemos, constituye un vergonzoso entramado de juicios y cuestionamientos por parte de la agresiva opinión pública. “La violencia lo atraviesa todo”, apunta Solene, “desde los medios de comunicación, el sistema judicial, pasando por la policía y la sociedad, pero también nuestras familias. Sin embargo, no hay que olvidar que tenemos de nuestra parte a otras feministas, y por eso es que pienso que el colectivo Collage Féminicides ha crecido”.
En Barcelona, Madrid, Nueva York, Londres, Berlín, México,Túnez, Montreal o Colombia, hay paredes que dan constancia de la expansión de este movimiento feminista que tiene en sus filas una gran diversidad, no solo étnica, sino también de orientación sexual y de género (incluyendo a las mujeres trans).
“Por desgracia, se necesita que se replique en muchos países. La sencillez del funcionamiento ha sido clave para la expansión del colectivo”, comenta Thaïs. “Necesitas papel, pintura, pegamento y ya está. Además, es algo que muchas mujeres tienen ganas de hacer porque estamos hartas de ser agredidas, violadas, acosadas y asesinadas. De hecho, nuestros mensajes no solo hablan por nosotras, sino por aquellas que no pueden levantar su voz, bien porque tienen miedo o porque ya están muertas”.