Para los amantes de la moda, la Alta Costura es una religión. Un mundo en el que las telas se tocan con devoción y respeto por personas vestidas con inmaculadas batas blancas que se lavan las manos antes de acariciar una seda, un terciopelo, un bordado, un tafetán, una muselina o un encaje de Calais.
Eso queda bien claro en la película Alta Costura, que acaba de llegar a la cartelera y es una declaración de amor a la costura. Su directora, Sylvie Ohayon, rinde, además, un homenaje a las mujeres, pero no solo a las que están detrás de las grandes creaciones de moda, sino a todas las que de alguna forma descuidaron su vida por volcarse en su trabajo.
La película de Sylvie Ohayon recrea el taller de la maison Dior y describe el trabajo de esas mujeres cuyas manos mágicas dan vida a los figurines de los directores creativos, pero no es un documental: es una historia de sororidad entre mujeres, entre madres e hijas, entre amigas y entre compañeras de trabajo.
Mujeres con grandes diferencias generacionales y culturales que trabajan en esas firmas que tienen el exclusivo honor de pertenecer a la Alta Costura porque son miembros de la Chambre Syndicale de la Haute Couture.
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Mujeres que jamás podrán pagar los vestidos que cortan, bordan y cosen. Como explica la directora Sylvie Ohayon: "Quería filmar a las costureras en su trabajo y mostrar que detrás de toda esa opulencia hay gente normal que sabe hacer magia. Sin embargo, no quería enfrentar los ricos propietarios con las petites mains (término francés que se refiere a las costureras ayudantes de un taller de alta costura)".
Ohayon no reivindica la lucha de clases ni contrapone a "a las costureras con los grandes empresarios como Bernard Arnault, propietario del conglomerado de moda que posee la firma Dior, entre otras marcas de alta costura, que crean riqueza y promueven la imagen de Francia en todo el mundo.".
La actriz Nathalie Baye da vida a la protagonista, Esther; ella es la jefa del taller de la Maison Dior, que trabaja en su última colección de alta costura antes de jubilarse. Lleva demasiado tiempo atrapada en una rutina diaria que comienza cada mañana cuando suena su despertador, se ducha, se viste, se toma un café y se sube al tren de cercanías.
Y su antagonista es Jade (interpretada por Lisa Khoudri), una joven de 20 años que vive en el extrarradio de París, y ejerce de cabeza de una familia de dos en la que su madre solo va de la cama al sofá por una depresión que nadie le ha diagnosticado.
La cinta refleja cómo es posible la amistad entre Jade, que ha recibido una educación católica; su mejor amiga y vecina, Souad, la chica árabe de los suburbios; Sephora, una mujer trans que regenta un kebab bar, y cómo todos ellos entran en la vida de Esther, que es judía.
Según Sylvie Ohayon: "Quería hablar de la familia que creamos a través de nuestros encuentros. Me pareció importante enseñar que hay encuentros entre personas de diferentes creencias que tienen sentido. Suelo pensar en esa frase de Armistead Maupin que decía que existe 'la familia biológica' y 'la familia lógica'".
Dos mujeres de edades, mundos y vidas muy diferentes que se conocen de una forma sorprendente. Según Ohayon, ambas tienen una cosa en común, "la soledad" y los dos personajes tienen un poco de ella: "¡Yo misma soy una mezcla de Esther y Jade! Provengo de los barrios del extrarradio. Crucé la carretera de circunvalación, pero he conservado cierta rigidez, unos valores morales y una ética de trabajo".
Y añade: "Cuando tenía 20 años y estaba en la universidad, me matriculaba en más asignaturas porque necesitaba aprender a defenderme desesperadamente. Trabajaba como una loca. Llevaba dentro de mí la rabia que anima a Jade porque no quiere que nadie la pisotee. Y, al igual que Esther, me mataba a trabajar. Pensaba que saldría adelante gracias al trabajo. Un día alguien me dijo: 'En el amor, nadie nos garantiza que nos amen como nosotros amamos. Y lo mismo ocurre en el trabajo donde no te devuelven todo lo que has dado'. Y tenía razón".
Para no hacer spoiler, solo diremos que los caminos de Esther y Jade nunca se habrían cruzado si no fuera porque Jade le roba el bolso en el metro a Esther. Pero encuentra en él un boceto de un vestido de Dior y decide devolver el bolso a su propietaria. Intrigada por el comportamiento de la joven, Esther le hace una sorprendente propuesta.
La directora francesa Sylvie Ohayon se documentó exhaustivamente mediante libros ("existe una literatura bastante prolífica sobre el tema y sobre la obra de Monsieur Dior"), documentales y a través de las numerosas exposiciones retrospectivas que se han hecho sobre la vida y la obra del gran modisto francés. Y eso se nota.
Hay una escena, por ejemplo, en la que se recuerdan las supersticiones que se tienen en los talleres de costura, como por ejemplo que da mala suerte que las tijeras se caigan al suelo. Y, según la biografía ilustrada de Megan Hess, Christian Dior, la esencia del estilo (Lunwerg, 2022), el fundador de la maison que lleva su nombre era "reservado, poco amigo de la fama, muy supersticioso y un hombre de negocios extraordinario".
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"Reconstruimos un taller antiguo en un ministerio en desuso. Las condiciones de iluminación que exige el minucioso trabajo de costura en los talleres reales requerían una luz pura y también una neutralidad inmaculada. Quería inyectar más poesía a la decoración, así que recurrí a algo más teatral, como existía en los primeros talleres de Monsieur Dior en la rue François 1.er. ¡Quería dorados, molduras, que mi taller tuviera un aire 'versallesco'”, afirma Sylvie Ohayon.
Para quienes tenemos la suerte de haber visitado uno de esos talleres, el resultado es asombroso: cada fotograma es un cuadro y se nota que la directora trabajó en publicidad y entiende el sentido de la imagen con una semiología significante, por lo que ha cuidado muchísimo los encuadres.
"Gran parte del mérito le corresponde de mi jefa de diseño, que ha hecho milagros a pesar de nuestros recursos limitados. Se puede decir que, al igual que mis costureras, creó belleza con sus manos", asegura la directora de la cinta.
Grandes cornucopias doradas, boiseries (paredes revestidas de madera), papeles pintados con brocados y exquisitos bouquets de flores rodean a estas personas que trabajan sobre grandes mesas de madera en habitaciones de techos altos perfumadas con Miss Dior.
La otra parte del mérito es para Justine Vivien, la asesora de alta costura que ha supervisado el rodaje para que en todo lo que vemos, aun siendo ficción, cualquier parecido con la realidad no sea pura coincidencia. Vivien trabajó doce años para Dior Héritage, los archivos de la casa Dior, en el departamento cultural y en los talleres de Alta Costura.
"En 2013 tuve la oportunidad de trabajar en el vestido de noche Francis Poulenc y este modelo, elegido por Sylvie Ohayon, se convirtió en el hilo conductor de la narración". Fue ella quien explicó a las actrices cómo se ponían los alfileres en un maniquí, las diferencias que había en cada tela, las distintas formas en las que estaban tejidas, su diferente caída y por qué se utilizaba cierta tela en vez de otra.
Vemos cómo el patrón se hace primero en una toile, confeccionada en una tela más barata (las otras son demasiado caras como para cometer el más pequeño error), y a las tijeras mientras se deslizan abriendo en dos el tul de seda... Escuchamos cómo se hace un plisado o cómo se plancha un corsé.
"Debes sentir la tela", "mira la posición de las manos, nunca se apoyan", "tul de seda, en la alta costura no usamos otra cosa", "pásame los alfileres por la cabeza"... son tantas las instrucciones, pero en la película se hace evidente qué regalo es que alguien te enseñe cuanto sabe.
Del maniquí sobre el que se ha probado la toile se pasa a probar la prenda sobre una modelo, cuyo cuerpo es un lienzo para un vestido que es una obra de arte: "Así, bien ceñido a la cintura, como la gustaba a Monsieur Dior", cuenta una de las costureras.
Esther no es esa mujer solitaria que alimenta a las palomas sentada en un banco del parque pero sí esa otra mujer solitaria que les habla a las rosas que cultiva en un precioso invernadero, como única compañía fuera del trabajo. Para ella, el encuentro con Jade es una oportunidad de transmitir a esta un oficio que siempre se ha inspirado "en la belleza del gesto" y en el que "hay que poner el alma".
Y aunque hoy nos cueste creer en la figura del buen samaritano, Esther, es una mujer bondadosa ("a mí me gusta la vida, pero yo no le gusto a ella").
Según Sylvie Ohayon, "los askenazís y esta mujer en particular, creen que no debemos llevarnos a la tumba nuestros secretos, nuestro savoir faire. Y eso la honra, porque transmitir su savoir faire pone en valor esa virtud. Es lo que ella considera correcto y bueno".
En la película se ve clara la diferencia entre "aprender un oficio”, y "tener un trabajo” y, para Esther, un oficio, en el sentido más noble del término, es una actividad de la que estamos orgullosos y que está al servicio de la comunidad. "Si no haces nada, no llegarás a nada: uno se forja su propia vida".
La pasión con la que explica su oficio recuerda a la distinción que hacía Leon Battista Alberti (1404-1472) entre artesano y artista. El gran arquitecto italiano, inventor del término "hombre renacentista", mucho antes que Leonardo da Vinci (que nació casi medio siglo después), afirmaba: "El artista en este contexto social no debe ser un simple artesano, sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los terrenos".
Las costureras de la alta costura, a pesar de su apelativo de petites mains o manos pequeñas, poseen una mano hábiles y expertas (fruto de muchas horas de práctica) y desarrollan su trabajo con un orgullo que les hace prepararse al máximo. Por eso se entiende que Esther le pregunte a Jade si, los fines de semana, no va nunca a un museo. "Ni hablar, ya me siento incómoda en la Boutique Dior, imagínese en el Louvre".
En el microcosmos del taller están representados muchos otros centros de trabajo y quienes, a veces, desempeñan en ellos sus tareas: esas personas empáticas, serviciales, amigables, creativas, comprometidas y solidarias que logran crear un buen ambiente de trabajo, y esos otros "personajes" envidiosos, inseguros, arrogantes, insolidarios y tóxicos que le amargan el día a cualquiera.
Se nota que la directora "quería hacer de esta película un cuento de hadas muy urbano" porque por fugaces momentos recuerda a El Patito Feo y en ocasiones a Cenicienta. Pero sin perder de vista la realidad ni levantar los pies bien del suelo.
Ante nuestros ojos desfilan todos los prejuicios, tópicos y conflictos raciales de la sociedad francesa, extrapolable a otras muchas de nuestro entorno: "Tú no eres francesa, eres de los suburbios" o "nos consideran inútiles, marginados, descerebrados, violentos", por poner solo dos ejemplos.
Una profesión para la que hay que tener "talento, dedos estilizados y buen ojo" y en la que se busca, solo, la perfección. Luego están las interminables y extenuantes jornadas ("antes del desfile no existen los sábados"), y los nervios del día en que el director creativo y sus ayudantes van a supervisar el trabajo y pueden echarlo por tierra. "Al menor defecto tienen que empezar de nuevo: trabajan al milímetro", le explica Abdel a Jade.
Sorprende que, así como a principios del siglo XX, la mayoría de las casas de costura tenía mujeres al frente: Coco Chanel, Jeanne Lanvin, Madeleine Vionnet, Jeanne Paquin, Madame Gres o Elsa Schiaparelli. A partir de mediados del siglo pasado, sin embargo, los hombres se fueron imponiendo en el mundo de la alta costura.
Hoy, pese a que en los talleres de alta costura la mayoría siguen siendo mujeres, también la mayoría de las firmas tiene hombres como directores creativos, con muy pocas excepciones. Precisamente en 2016, Maria Grazia Chiuri, se convirtió en la primera diseñadora al frente de Dior por primera vez en 70 años de historia de la firma. Son esas mentes creativas las que dictan qué llevaremos en las próximas temporadas.
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La película es un homenaje al creador que, en 1948, con su famosa chaqueta bar, inventó el New Look y cambió el rumbo de la moda, pero también a todas esas marcas que hoy mantienen vida una tradición y una historia que hay que proteger como un patrimonio cultural, el de los artesanos y sus talleres.
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El desfile pone punto final a meses y meses de trabajo, pruebas, retoques y nervios: los asistentes solo ven modelos de cuerpos espectaculares y el brillo de los focos y los flashes de los fotógrafos. Y solo el director creativo se lleva los aplausos. Pero detrás, en el backstage, hay todo un ejército de personas que han dado lo mejor de sí mismas.
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Frente a los que hablan de "trapos", como Souad, la amiga y vecina de Jade, para quien "con lo que lleva puesto esa tía, te compras un piso" [un modelo de alta costura puede costar entre los 50.000 y los 500.000 euros, y los hay que pasan del millón], Esther asegura que "lo que cuenta no es el coste de una cosa, sino su valor".
Y frente a los que aseguran que "el mundo no se arregla con dobladillos", Esther está convencida de que su oficio "alimenta tu orgullo y tu imaginación" y te da "el poder de crear un poco de belleza para arreglar el mundo a nuestro nivel".
Puntada a puntada, con cada flor que cosen a mano sobre un vestido, estas mujeres (y sus colegas masculinos) van llenando el mundo de una belleza que es más necesaria que nunca antes, pero sin olvidar que "un vestido solo cobra vida cuando se lleva puesto". Esther dixit.