No habían pasado tantas horas después del estreno mundial de Oppenheimer, la reciente película de Christopher Nolan sobre el llamado padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, cuando voces provenientes de la comunidad científica, de críticos y espectadores hicieron notar una carencia en esta descomunal cinta del celebrado director: el descolorado y poco cuidado tratamiento de los personajes femeninos.
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Tratándose de una biografía del controversial físico estadounidense, además desarrollada entre los años 30 y 50 del siglo pasado, la primera pregunta es si está justificado el hecho de que Nolan no haya puesto más esmero en las féminas de la trama. Sobre todo en aquellas que, de una u otra manera, tuvieron un rol preponderante en la vida de Oppenheimer, así como en el secretísimo Proyecto Manhattan, del cual fue líder.
Repuesta corta: no se se justifica. Intentaré poner en claro el por qué.
En este viaje tanto histórico como introspectivo de Robert Oppenheimer, el director y guionista se apoyó en la exhaustiva biografía American Prometheus (publicada en 2005, Premio Pulitzer un año más tarde), escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin. En las más de 700 páginas de ese celebrado libro, los autores documentan minuciosamente las mujeres que conformaron la esfera privada de Oppenheimer.
Ese fue el caso de la bióloga Katherine ‘Kitty’ Oppenheimer (su esposa), la doctora Jean Tatlock (su amante), la psicóloga clínica Ruth Tolman (amiga y luego amante) o la economista Jackie Oppenheimer (su cuñada).
Cierto es que todas esas mujeres poseían vidas y conflictos propios, pero Nolan las retrata como satélites orbitando a su alrededor. Las razones de esta decisión pueden ser bastante obvias: por una parte tenemos el punto de vista de la narración, el de la primera persona de Oppenheimer; por otra, la conocida incapacidad de este cineasta inmenso para desarrollar satisfactorios roles femeninos.
Su filmografía ofrece varios ejemplos de nulas intenciones (Dunkerque) o de intentonas (Interstellar u Origen) para retratar mujeres.
En Openheimer, Emily Blunt interpreta a Kitty, Florence Pugh a Jean Tatlock, Louise Lombard encarna a Ruth Tolman, mientras que Jessica Erin Martin es Charlotte Serber, una brillante periodista, activista, antigua amiga convertida en asistente de Oppenheimer desde 1938, y bibliotecaria en Los Álamos durante el desarrollo del Proyecto Manhattan.
La periodista cinematográfica Pepa Blanes, jefa de Cultura de la Cadena Ser, apuntaba en su crítica sobre Oppenheimer que Nolan flaquea en la tarea de moldear roles femeninos, y afirmaba que muestra a Kitty y Tatlock como "mujeres profesionales y con carrera pero que parecen pegadas a los hombres".
La también autora de Abre los ojos, películas y series para entender el mundo (Editorial Fuera de Ruta, 2021) trae a colación el asfixiante y limitante contexto social de aquellos años para las mujeres. Sin embargo, afirma que "es demasiado esquemático el dibujo que el guion hace de ellas".
Veamos a qué se debe.
Mujer silente, sirviendo martinis o en la cama
Desde el estreno de Oppenheimer –la cual se augura arrasará en la temporada de premios–, se critica el hecho de que durante largos 20 minutos Emily Blunt aparezca silente, como un fantasma desdibujado detrás de Cillian Murphy, quien interpreta a Robert Oppenheimer.
Además se le presenta encerrada en el entorno doméstico sirviendo martinis, lidiando con los hijos, tendiendo o destendiendo la ropa, en estado de embriaguez, quejándose de que en la nueva casa no hay cocina o de la falta de determinación de su marido para luchar contra sus adversarios.
A pesar de que son pocas las escenas en las que Blunt toma la palabra o está presente en primer plano, la actriz inglesa deslumbra tanto en discurso como en gestualidad. Da la sensación de que rasca de cada línea, de cada segundo en cámara para otorgarle una profundidad y dimensión a esa mujer que Nolan se empeña en insinuar, pero no retratar de manera tridimensional.
En American Prometheus se profundiza en la figura de Kitty Oppenheimer lo suficiente para que el director le diera más municiones en pantalla. El problema con esta Kitty es que se subraya una y otra vez su infelicidad de madre y ama de casa adicta al alcohol, negándole su vida profesional y su labor durante su estadía en Los Álamos (el centro de operaciones ultra secreto donde se desarrolló la bomba atómica); se queda en el umbral de sus oscuridades (como su depresión postparto no superada), y desdibuja su verdadero lugar al lado –pero no pegada– de Oppenheimer.
Es a Emily Blunt a quien se le debe que al menos esta Kitty no resulte olvidable.
A pesar de que en Oppenheimer a Jean Tatlock se le retrata como a una mujer brillante y sexualmente liberada, Nolan se queda a medio camino. Es más, a medida que avanza la trama tiende a contribuir a perpetuar la imagen achacada a Tatlock que ha pasado a la historia: la desequilibrada mental dependiente emocional del físico.
La Jean de Nolan acarrea una ira e inconformidad que no entendemos (¿para qué explicarla?, se habrá preguntado el director). Sin embargo. Florence Pugh hace lo imposible por desmarcarse, para encarnar a una mujer independiente tanto profesional, ideológica y emocionalmente del hombre en cuestión.
"Era una mujer de espíritu libre, con una mente hambrienta de conocimiento y poesía, cuya presencia resultaba inolvidable", describen a Tatlock en American Prometheus.
Ella provenía de una familia de académicos; antes de convertirse en doctora en Psiquiatría y Psicoanálisis, había visto mundo, vivido en Europa donde conoció y se prendó del psicoanálisis de Carl Jung; era una comunista confesa, había sido muy activa en el apoyo a los republicanos durante la Guerra Civil española, y sus convicciones políticas impregnaron al físico que era 10 años mayor que ella cuando se conocieron en una fiesta en Berkeley en 1936.
En esa época el ambiente académico e intelectual abrazaba el comunismo ante la arremetida fascista alrededor del mundo.
Con 22 años, Tatlock mantuvo una relación amorosa con Oppenheimer, que duró hasta 1943. Hasta que este se casara con Kitty en 1940, fue constante y durante los últimos tres años de manera intermitente. Su influencia en la vida de Oppenheimer fue emocional, política e intelectual.
De hecho, el físico bautizó como Trinity a la primera prueba de la bomba nuclear realizada en julio de 1945 a partir del soneto XIV de Holy Sonnets escrito por John Donne (1572- 1631) que Tatlock le dio a conocer, Batter my heart, three person’d God, for you.
No era un secreto que Tatlock sufría de depresiones. Para el momento de su muerte en 1944, se sabe que sus episodios depresivos se habían agudizado, pero también que el FBI la vigilaba, ya que consideraba su nexo con Oppenheimer un peligro para el Proyecto Manhattan –no en vano Christopher Nolan apoya la teoría de un posible asesinato de manos del FBI–.
La decisión de Nolan de encapsular en ella la lujuria, la pasión desenfrenada, los desnudos… es discutible, como el decantarse por minimizar el intercambio intelectual entre la Tatlock y el Oppenheimer de su ficción.
La actuación de Florence Pugh no tiene desperdicio. Es más, obra el milagro de que sus pocas escenas se queden en la memoria del espectador y despierten la curiosidad hacia esa mujer; logra que al salir del cine tengas toda la intención de buscar en Google a Jean Tatlock.
Teniendo entre manos personajes reales, feroces y con una ilimitada cantidad de ricos matices, Nolan se queda flotando en la superficie, quizás con el temor a fallar o a fallarse al sumergirse de una vez por todas en universos femeninos. Al menos en el caso de Kitty Oppenheimer y Jean Tatlock acertó con dos actrices de gran intuición, que osan ir más allá de las líneas escritas y que no le temen a nada ni a nadie, ni a ellas mismas, en sus interpretaciones.
Todo lo anterior remite al argumento de Shirley Streshinsky, coautora de An Atomic Love Story: The Extraordinary Women in Robert Oppenheimer’s Life (2013), sobre su decisión de escribir un libro centrado en Kitty, Tatlock y Ruth Tolman. Ante la proliferación de las biografías sobre grandes hombres con tan sólo menciones de féminas, "esas mujeres –y nosotras– nos merecíamos algo mejor".
Las científicas, las grandes omitidas
Durante la II Guerra Mundial, y frente a la ausencia de mano de obra masculina, muchas mujeres tuvieron acceso a áreas de la ciencia y la tecnología que estaban reservadas para los hombres. Al concluir el conflicto bélico, sabemos lo que pasó. Algunas lograron quedarse, otras fueron desplazadas y ninguneadas.
Hay que aclarar que el Proyecto Manhattan se puso en marcha a lo largo y ancho de EEUU. Para el reclutamiento de personal entre 1942 y 1943 no importaba si eran hombres o mujeres, jóvenes o mayores, con doctorado o sólo con experiencia técnica, en esa carrera contrarreloj consideraron valiosa a cualquier persona que tenía algo que aportar.
En Los Álamos, en plena pampa de Nuevo México, se levantó un pueblo que albergaría a científicos y científicas debidamente divididos por temas de trabajo para el desarrollo de la bomba atómica.
Se trataba de una misión ultrasecreta en la que muchos de los miles de involucrados no sospechaban que estaban por hacer historia. Cientos de ellos eran mujeres físicas, químicas, ingenieras, matemáticas, biólogas, técnicas de laboratorio, pero también enfermeras, soldados, maestras, secretarias y bibliotecarias.
De las más de 600 que trabajaron en Los Álamos, en Oppenheimer solo una de ellas aparece con nombre, apellido y hasta con algo de voz (al menos una línea), se trata de Lilli Hornig, interpretada por Olivia Thiriby.
Emigrada a EEUU de la antigua Checoslovaquia, con una maestría en Química obtenida en Harvard, Hornig fue fichada para trabajar en Los Álamos, primero en la investigación del plutonio –en lo que se había especializado– , luego fue transferida al área de explosivos.
"En la universidad no me ensañaron mecanografía", le dice la Hornig ficcionada a Oppenheimer en la escena que capta el momento de su llegada a Los Álamos; algo que ocurrió más o menos así, tal como lo recordaba la verdadera Lilli, ya nonagenaria, en Voices of the Manhattan Project, de la Atomic Heritage Foundation.
Después de la ejecución de Trinity, Hornig apoyó la petición de los científicos y científicas de Los Álamos para alentar al gobierno estadounidense de informar a Japón del posible uso de la bomba y de su poder destructivo con el fin de que se rindiera.
Científicos activos en otras ciudades, como Chicago, firmaron a su vez la Petición de Szilárd. Ninguno de esos manifiestos surtieron efecto; en agosto de 1945 dos bombas nucleares devastaron Hiroshima y Nagasaki ocasionando más de 200.000 muertos e irreparables daños.
Otras científicas fueron completamente omitidas en Oppenheimer, como Maria Goeppert-Mayer, la segunda mujer en la historia en ganar el Nobel de Física, que estuvo en Los Álamos en los primeros meses de 1945. O la bióloga Floy Agnes ‘Naranjo Stroud’ Lee, una de las pocas científicas de origen indígena, que analizaba la sangre de los expuestos a las radiaciones para determinar sus efectos. O la física Elizabeth ‘Becky’ Graves, quien estuvo en Los Álamos desde el principio del proyecto.
En Their Day in the Sun, Women of the Manhattan Project (1999), las autoras Ruth H. Howes y Caroline C. Herzenberg recuerdan a las científicas que trabajaron no solamente en Los Álamos, sino también en otras partes de EEUU. Entre ellas la física Leona Woods Marshall Libby, que a los 23 años figuró como la única mujer en el equipo del famoso físico Enrico Fermi en el Laboratorio Metalúrgico de la Universidad de Chicago en 1942.
Tal como hicieron otras mujeres que formaron parte del Proyecto Manhattan, Woods narraría en primera persona su experiencia en el libro The Uranium People (1979).
Como apuntaba la periodista cinematográfica María Guerra (La Script) en el pódcast Kinótico, en Oppenheimer "aparecen mujeres de una manera muy obligada". Guerra sostenía además, siendo ella de una generación que "creció viendo películas sobre hombres decidiéndolo todo y asumiéndolo", que le parece que "Nolan pertenece a ese mundo antiguo, tan viejo".
"Me aterra la propia narrativa porque, esta película me genera este pavor de decir ‘esto va a seguir’", afirmaba la periodista. La preocupación de contar la historia y las historias desde una única perspectiva es, pues, una preocupación que merece ser atendida.