Elena espera nerviosa, jugueteando inconscientemente con la funda del móvil, que, de repente, ha dejado de interesarle. Está sentada en una silla de plástico frente al despacho de Bárbara, la psicóloga que la ha estado atendiendo los últimos meses.
En el transcurso de ese tiempo, Elena ha intentado acabar con su angustia de muy diversas formas, afortunadamente ninguna de ellas con éxito y se siente frágil, perdida frente a un mundo que ella cree que ha dejado de comprenderla, de quererla o tal vez ambas cosas.
Se revuelve en la silla, trata de buscar la mejor postura y comienza a sentirse incómoda por momentos. Ansiedad y depresión conviven en su mente como un todo, y, el cambio estacional que ha supuesto la primavera la acerca de nuevo al precipicio, pese a que realiza denodados esfuerzos para evitar que eso suceda.
Bárbara se retrasa. Elena sabe que es una mujer concienzuda en su trabajo. No se queda con dudas, pregunta a su paciente todo lo que desea saber, pero de forma suave, no invade su espacio, no mira continuamente el reloj como si quisiese adelantarlo y huir, practica una escucha activa que invita a la confianza y la confidencia.
Por fin la puerta se abre. Elena intenta sonreír, pero la falta de costumbre hace que en su lugar su cara refleje un gesto indeterminado, que en algún momento y con mucha imaginación se diría que fue una sonrisa. Bárbara la invita a pasar y Elena se adentra en aquel espacio apretando los puños, como si de aquel modo pudiera controlar unas lágrimas que ya que corren despavoridas por los laterales de su rostro.
La psicóloga realiza un gesto mecánico indicándole que tome asiento en aquel sillón que se ha convertido en su favorito por lo mullido de su asiento, un abrazo tierno frente a la dureza exterior, un bálsamo tras la batalla de ver la luz cada día.
Bárbara se sienta frente a ella y comienza la sesión. Elena se siente en sitio seguro, a salvo de sus fantasmas interiores, pero siempre recela al principio. Le cuesta comenzar, busca la cajita de pañuelos como el náufrago una tabla y, aferrada a ella como si de esa acción dependiese su vida, va desgranando cada palabra con dificultad, tratando de mantener a flote su discurso, deslavazado en ocasiones.
Elena sabe que, gracias a Bárbara, ha conseguido continuar en mitad de la ventisca sin levantar la mirada, con la consigna de avanzar siempre, haciendo frente al miedo que supone pensar que tus pies se hundirán en el hielo sin remedio. De su mano ha atravesado terribles desiertos emocionales, los cristales rotos que deja una infancia hecha añicos y todo aquello que ha venido después.
El valor de contarlo sabiendo que cada palabra arde en los labios, el valor de enfrentarse cada día a un sol que le quema las entrañas una vez más. El valor de salir a la calle sabiendo que mucha gente la tildará de loca, siendo éste el adjetivo más entrañable del rosario que tendrá que escuchar cada jornada.
En España, cada día se repiten miles de consultas como ésta. En centros públicos y privados. Se estima que un tercio de los españoles sufre trastornos mentales, aproximadamente un 30% más que el año pasado y ostentamos el dudoso honor de estar a la cabeza a nivel mundial en cuanto a estrés y consumo de medicación antidepresiva.
¿Qué nos está ocurriendo? La patología estrella es la depresión, ese agujero negro que todo lo envuelve a su paso, seguida de la tan temida ansiedad, fobias, estrés postraumático y trastornos de la alimentación con anorexia y bulimia como principales abanderadas.
Aparejada a esta situación tan poco halagüeña se sitúa el consumo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos que se ha incrementado de forma exponencial en estos últimos años, especialmente tras la pandemia sufrida en el 2020.
Elena vive en un pueblo pequeño. Desconoce lo que es la Agenda 2030, ese plan en favor de las personas, el planeta y la prosperidad, desconoce que ese plan incluye 17 ambiciosos objetivos de desarrollo sostenible, conocidos como ODS, y, que uno de ellos, concretamente el número 3, promueve garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades. Y eso incluye su salud mental.
Aunque Elena desconozca todas estas cosas Bárbara está ahí, para que, ese firme compromiso sea cumplido, y para que, si en un momento dado, su voluntad flaquea encuentre la mano firme que va a llevarla de nuevo a tierra. Eso es lo que, profesionales como Bárbara, realizan día a día, cuidar nuestra salud, nuestro frágil equilibrio en este mundo que a veces duele.
Les confesaré una cosa. Bárbara y Elena siguen con su terapia, aunque no bajo esos nombres ficticios. Y les aseguro que para nuestra paciente no hay mejor objetivo que el que es capaz de cumplir cada día consigo misma.