Alauda habla despacio y escucha deprisa, concentrada, tranquila, dulce, extremadamente educada, ligera como un pájaro y feroz como una loba defiende su película, sin un ápice de cansancio en esta larga promoción, que la lleva de festival en festival, de ciudad en ciudad y de premio en premio.
Su nombre alado vuela de boca en boca desde que estrenó su primer largometraje, Cinco lobitos, en febrero del 22 en el Festival Internacional de Cine de Berlín: Alauda, un regalo de su abuelo que, “aunque trabajaba en Altos Hornos era un apasionado de la ornitología, fui su primera nieta y se le ocurrió que era bonito ponerme el nombre científico de la alondra”.
Su aplaudida Cinco lobitos ha sido una de las grandes favoritas de los Premios Goya en 2023 con once nominaciones, de las que Alauda Ruiz de Azúa ha recogido el premio a Mejor Dirección Novel, Laia Costa a Mejor Actriz Protagonista y Susi Sánchez a Mejor Actriz de Reparto.
Bajo el ala ya portaba: la Biznaga de Oro, Biznaga de Plata al Mejor Guión y Premio del Público, entre otros, del Festival de Cine de Málaga, el Premio Forqué al Cine y la Educación en Valores, el Premio Mejor Película Europea en los Gaudí 2023, y en los Premios Feroz se alzó con el Premio Mejor Guión de Largometraje, entre otros.
Herencias emocionales
Ruiz de Azúa nació en Barakaldo hace 45 años, estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco, es filóloga inglesa por la Universidad de Deusto y diplomada en dirección de cine por la ECAM. Antes de rodar su primer largo, da a luz diversos cortometrajes seleccionados en más de 400 festivales, entre ellos No me da la vida (2021) y Nena (2014), y trabaja en publicidad.
El embrión artístico de Cinco lobitos, rodada en Baquio y Mundaka, surge de su primera experiencia de maternidad, pero NO es una película autobiográfica, refleja con extrema honestidad las vivencias de Amaia, treintañera que acaba de ser madre y se enfrenta a la dureza del día a día en su nueva vida transformada, con las contradicciones y realidades de no saber cómo hacerlo.
Habla de la familia y de las herencias emocionales, de la dificultad de comunicarse amorosamente con los seres más queridos, de las ausencias. No hay duda de que traspasa fronteras, conmueve, remueve y rompe clichés en cuanto a la maternidad: prueba de ello son los prestigiosos galardones que Alauda y su equipo atesoran, y los que quedan por venir.
Actualmente, en las pausas entre alfombras rojas, escribe en soledad el guión de lo que será su segundo largometraje, una historia que no sabe cómo acaba pero sí sabe cómo empieza.
¿Cómo está viviendo el vuelo alto que ha alcanzado su película Cinco Lobitos desde su presentación en la Berlinale 2022 hasta ahora?
Con mucha alegría y plenitud, muy agradecida por todo lo bueno que está pasando con Cinco Lobitos, que es una primera película. Y, por otra parte, con la sensación de final de viaje, de saber que estos son los últimos eventos y conversaciones alrededor de la película, una mezcla.
Teniendo en cuenta lo difícil que es sacar adelante un primer largo, supongo que es fundamental el punto de partida, tener aferrada y muy dentro la pulsión inicial, el deseo profundo o la necesidad vital de contar una historia que nazca desde lo íntimo pero traspase y toque. ¿Cuál fue, en su caso, ese impulso que se ha convertido en Cinco Lobitos?
Desde que terminé la escuela de cine, he tenido siempre el sueño de hacer cine, tienes historias, sí, guiones, pero era muy difícil poder hacerlos, no había mucho interés por proyectos de noveles o proyectos dirigidos por mujeres.
Empecé a trabajar en publicidad para ganarme la vida, iba escribiendo, dirigía mis cortos, y en un momento determinado, a raíz de mi maternidad algo hizo clic, sentí que esa era la historia por la que quería apostar para intentar levantarla como fuera, y ahí empezó todo.
¿Cómo van apareciendo, a lo largo de su proceso de escritura de guion, las otras cuestiones que atraviesan la película y que van relacionándose y adquiriendo peso? Las ausencias, la conciliación laboral, las herencias… los temas que ilumina su película, a partir de esa semilla temática que es la maternidad.
Es verdad que, en el caso de Cinco Lobitos, yo empecé con la idea de hacer un retrato honesto y generacional de lo que es la maternidad, pero cada vez fui buceando más, no solo en los personajes sino en los conflictos, en las contradicciones, en el peso de la familia y los cuidados en el día a día, y creo que desde ahí empieza a aparecer todo.
Parte de mi sensación personal de que es todo muy complejo, quieres entender y esa curiosidad por entender te lleva a ver una capa más política, más social, también más emocional, en las historias, y desde ahí lo vas concretando.
También me alimento mucho de lo contradictorio, cuando me pongo a escribir me interesa lo que no sé, lo que me despierta preguntas, las contradicciones y los matices que, muchas veces, están en las preguntas.
Una de esas preguntas que usted se hace y nos hace, es: ¿cuándo se deja de ser hijo o hija? Y vertebra la película. ¿Cómo se hace, en la vida, esa transición? ¿Cómo se pasa de ser cuidado a cuidar? ¿Ha conseguido contestarse? O ¿quizá lo importante no sea la respuesta, sino la reflexión en sí misma?
Yo tengo mi propia respuesta, después de todo el viaje con la película, pero es verdad que me parece más bonito cuando el espectador se contesta a sí mismo. Al empezar a escribir la historia, sí pensé que hay un momento donde dejamos de sentirnos hijos o hijas muy claramente, a veces por el fallecimiento del padre o la madre.
Pero, a medida que avanzaba la historia y rodábamos, eso cambió, pensé que es más un camino de ida y vuelta que, aunque te hagas mayor o alcances cierta madurez, un hijo necesita el abrazo de un padre o una madre. Ese ha sido mi viaje, el del espectador puede ser distinto, pero la pregunta, sí, está ahí.
En este presente del cine español, en el que hay un grupo relevante de mujeres directoras y guionistas que están saliendo a la luz y a su vez iluminado el cine español con nuevas miradas y propuestas personales alejadas de paternalismos, ¿qué cosas siente que tienen en común? ¿se identifica con esta, su generación?
Creo que hay directoras y directores también, que respondemos al momento distinto en el que estamos, por muchas cosas que han pasado, y no solo en el cine, desde el feminismo, la pandemia… Muchas cuestiones que nos han hecho mirar las cosas desde otro sitio.
Siento que sí hay otras sensibilidades, ganas de asumir otros riesgos, de contar otras cosas, tengo esa sensación. Me siento ubicada ahí, sí, hacemos películas distintas pero creo que tenemos en común el querer salirnos de la fórmula, arriesgar, ver las cosas desde otro lugar.
En el proceso de crear una película hay distintas etapas, como la soledad de la escritura del guión, el trabajo en equipo del rodaje… ¿cuál es el tiempo, el lugar en el que se siente más cómoda o donde más disfruta?
En la escritura hay disfrute y también un poco de sufrimiento quizá, porque lo hago en soledad y es como estar peloteando contra ti misma. El rodaje es un momento de concentración, para mí tiene algo como de trance, saber que ese tiempo es valioso, no vuelve, me hace estar muy concentrada en lo que estoy haciendo, y creo que en el montaje disfruto mucho, es una etapa que me gusta especialmente.
¿Le gusta dirigir actores?
Me encanta la dirección de actores, ese proceso de búsqueda y de generar unas magias increíbles, cuándo ocurren, disfruto mucho sabiendo que eso está vivo, asumiendo ese riesgo y construyendo con ellos, por eso necesito gente a la que le guste jugar.
En Cinco lobitos tuve la suerte de que Susi, Laia, Ramón y Mikel son actores y actrices que compraron mi manera de trabajar, les apetecía e hicimos muchas cosas muy distintas, es un trabajo de pico y pala, de ir creando muy poco a poco.
No me gusta repetir una toma solo por repetirla, sin cambiar nada; creo que siempre es interesante menearla desde algún sitio para que coja otra vida, aunque lo haces desde el paraguas de que sabes lo que quieres contar, dentro de eso siempre hay margen de juego. El objetivo en rodaje siempre era mantener vivas las escenas.
¿Cómo se consigue que las películas de autor lleguen al gran público y toquen sensibilidades o incluso transformen la mirada de la gente rompiendo esquemas preestablecidos social o políticamente?
Una producción como la nuestra, independiente, pequeña, que no tiene grandes nombres asociados, la oportunidad que tiene de ser vista y de llegar al gran público es que un festival importante la seleccione, que tenga buenas críticas, y si además gana algún premio pues es maravilloso.
Sirve para poder tener cierta visibilidad, para que la gente al menos sepa que existe esa película y pueda decidir ir al cine a verla. Si no, la realidad de estas pelis de cine independiente es que se pueden quedar en una especie de limbo.
¿Qué opina de la tendencia generalizada de ver el cine en casa, no en el cine, a través de las plataformas? ¿Se gana en alcance de la historia? ¿Se pierde la emoción o la belleza de ver el cine en pantalla grande?
Lo ideal es que ambas opciones sean complementarias, porque también pasa que hay sitios donde no hay cine para ver determinadas películas y está muy bien que haya una plataforma dónde puedas verla.
Y también es verdad, y lo hemos vivido con Cinco lobitos, que una película como la nuestra que va muy bien en salas, llega a la plataforma mucho mejor. No todo el mundo está teniendo esta oportunidad, que te vaya bien en salas y luego poder llegar a la plataforma.
¿Cuáles fueron sus emociones y sensaciones, cuando su película se exhibió por vez primera en la gran sala rebosante de público de la Berlinale 22?
Yo estaba muy nerviosa, era la primera vez que compartíamos la peli con mucha gente y además era un público alemán, pero sí recuerdo que, al minuto y medio de película, cuando Begoña, la madre —el personaje que interpreta Susi Sánchez—, hizo un comentario un poco tenso a Javi, la gente se rió, entonces ahí me relajé.
Sentí la alegría de saber que lo iban a entender todo si entendían el sentido del humor de Begoña. Después, en el coloquio, la gente estaba muy emocionada y descubrí que la película provoca eso que luego hemos visto en muchos más sitios: las ganas de la gente de querer hablar de su familia, de las pérdidas… es una película que abre mucho en ese sentido.
¿Cómo y dónde recibieron la noticia de las once nominaciones a los Premios Goya?
Nos enteramos de las nominaciones juntos, parte del equipo, en un bar, a través de un móvil, con muchísima alegría, tanta que la gente que estaba allí nos miraba como diciendo "¿qué les pasa?". Fue una inmensa alegría porque es una primera película, y no solo mi primera película sino también para mi amigo el productor Manu Calvo y de Marisa Fernández Armenteros, con su productora Buenapinta.
Además del Goya a la Mejor Película, reconocimiento absoluto a todo el equipo, ¿hay alguna estatuilla que le haría una especial ilusión poder ganar?
Los premios siempre son importantes porque hacen que sea más fácil levantar otros proyectos. El Goya a Mejor Película es muy muy difícil por no decir imposible pero me haría mucha ilusión por mis productoras y productor, porque han peleado mucho por sacar esta historia adelante.
También me haría mucha ilusión el Goya de Ramón Barea, nominado a Mejor Interpretación Masculina de Reparto, porque es su primera nominación y no lo sabíamos, pensábamos que había estado nominado antes, es una persona maravillosa, súper comprometida con su profesión, y que hace un trabajo muy delicado en la película.
Alauda, en la gala de los premios de la Academia de Cine, celebrada en Sevilla, le dedica su Goya a todo el equipo de Cinco Lobitos por hacerla posible, a los espectadores, y en especial a su familia: "por educarme en el amor a la cultura, al cine, al teatro, a la música, a los libros. Aita y Ama, sois culpables de que yo esté aquí esta noche. Le quiero dedicar el Goya a mi compañero César, porque nunca suelta mi mano, y a mi hijo Daniel, por enseñarme que nunca es tarde para ser entusiasta”.